La agenda del día se ha vuelto propiedad exclusiva del crimen organizado, sus violencias y barbaridades, a las que hace lastimero homenaje la persistente negación del presidente de los datos y cifras que definen nuestra cotidianidad con tristes recordatorios a Edmundo Valadés ( La muerte tiene permiso) y José Revueltas ( México: Una democracia bárbara).
Así, los días de la República buscan irla pasando, triste deseo de las cohortes de Morena que pretenden gobernar el Estado, sus instituciones y una densa malla de intereses reales, junto con las que de vez en vez emanan de los dichos empresariales que a ni buen deseo llegan.
La República no está bien. Tajante reconocimiento que debería ser fuente ineludible de todo discurso político, desde el poder y frente a él, por quienes buscan sucederlo. Por ahora no hay tal cosa, la información se vacía de significados y sus operadores, de políticos a opinadores, se dedican al peor de los asuntos para una República abrumada con tanta adversidad: desde banalizar la realidad y sus conflictos y contradicciones hasta trivializar el intercambio y las propias formas de gobierno del Estado y de la sociedad que, con no pocas expectativas, le otorgó un triunfo mayor en 2018.
Hoy, la legitimidad parece haber quedado atrás como preocupación y pretensión política central, considerada primordial por muchos, pero, sin eficacia que la suceda, la ecuación que organiza el gobierno del Estado pierde consistencia y validez.
Si le damos autoridad a esta afirmación, tendremos que asumir en toda su complejidad lo que implica esta declive persistente del Estado y su República, que las obstinadas negaciones del Presidente pretenden borrar de nuestros temores y angustias. Pero es claro que no lo consiguen, si apenas logran ponernos al día de los asuntos más banales para luego topar insistentemente con aquello que los antiguos llamaban “lo objetivo”.
Y volver a empezar: por un lado, el jefe del gobierno y del Estado recalcando su indiscutible trayectoria como líder social y, por el otro, los llamados de la realidad inmediata y sus proyecciones hablando de que ninguna trayectoria basta por sí misma; de hecho, la insistencia puede tornarse perniciosa para un ejercicio político en medio y de frente a una crisis múltiple como la que ahora nos amenaza a todos.
¿Cómo entender el discurso que sigue obviando, o negando según se le vea, que hay una relación entre el sentimiento de inseguridad y la incertidumbre causada por el progresivo deterioro de las condiciones de vida? ¿Cómo no advertir el sonido de las varias alarmas que con los días y las ejecuciones van subiendo de tono?
Nuestra situación no admite ya refugios temporales. Le urgen miradas amplias y arriesgadas, de voluntad de cambiar ahora. Promover un diálogo y una movilización cuyo eje sean la deliberación y búsqueda de acuerdos en lo fundamental. Hace falta compromiso, con la República y sus ciudadanos.