“Cuando haya desaparecido la estela de aturdimiento que el cliché deja tras de sí, el ciudadano más crítico se preguntará si en verdad es posible, hoy en día, encontrar definiciones legítimas para términos como patria o identidad. Es entonces cuando los poetas pueden hacer de la palabra un escalpelo cuyo filo nos permita diseccionar, una a una, las capas de la tierra. En ese momento tenemos la oportunidad de asomarnos a la geológica complejidad del suelo que pisamos. La obra del poeta zacatecano Jesús Flores Olague es una invitación a reflexionar sobre los temas de la memoria y la identidad; es un péndulo entre lo íntimo y lo público; es poesía que revitaliza la vieja interrogante y nos anima a indagar quiénes somos, sin respuestas preconcebidas”, señala la maestra Aurora Piñeiro, doctora en Letras Inglesas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y profesora de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de esa institución.
“Si bien la poesía floresolaguiana, añade la también autora, entre otros títulos, del libro El gótico y su legado en el terror. Una introducción a la estética de la oscuridad (UNAM, 2017), oscila entre lo individual y lo colectivo, entre la profundidad y lo cotidiano, su obra emana un conocimiento más allá de los libros, gestado en el silencio, la reflexión y el diálogo interno. Como el torero o el escalador, también el poeta se la juega al elegir un quehacer esencialmente intrépido. Los cuatro ejes temáticos en sus poemas son la patria, la pareja, la muerte y la palabra, en un amplio recorrido que suele ser devastador pero con una luz al final en favor de la palabra liberadora que al nombrar rescata lo que no estaba en la superficie.
“En su poemario Ya de otoño, prosigue quien asimismo ha ocupado cátedras de literatura inglesa, mexicana e irlandesa en diferentes universidades de América y Europa, Flores Olague se refiere con mayor intensidad a la patria con un elemento mínimo de esperanza, no de optimismo emergente, y a la infancia alude sobre todo en Guitarra de arena, con un bello paréntesis de tres sonetos a la memoria de su paisano el también poeta Roberto Cabral del Hoyo. Y luego Equilibrista chuparrosa, ese hermoso libro-objeto con 15 burilados sonetos, yunque de formación de todo poeta, exigente forma de ejercitación aunque después se desligue y busque otras métricas. Fue un auténtico lujo poético de Jesús.
“Con relación a la patria, hay en su obra una mezcla de dolor y lamento pero también de orgullo, lograda poetización de la historia a partir de su sólida formación. Cuando se refiere a la pareja, Flores Olague lo hace con un lenguaje sobrio que alude a lo sólido e insiste en el desarrollo de lo paralelo, sin dependencias y sin que uno se subsume en el otro. Respecto de la muerte, tenía muy claro la aceptación de ésta como parte de la vida, no como su contrario o final amedrentador.
“La fiesta brava, lo ritualístico colectivo, la raíz cultural profundahacen mella en este poeta, que no tiene inconveniente en abordarlo tangencial e inspiradamente en su poesía, y más en sus dibujos y su pintura. Ahora, el antitaurinismo es parte de un puritanismo o escrúpulo exagerado cada día más extendido para tranquilizar conciencias. Defiendo al toro de lidia y a la vez atropello personas. Con un clic ya soy militante de una causa. Son variantes del fundamentalismo o exigencia intransigente de sometimiento. Algo muy peligroso porque reduce la posibilidad de disentir, de que la cultura siga siendo dinámica al uniformizar el pensamiento”, concluye la maestra universitaria Aurora Piñeiro.