La Campaña Nacional Sin Maíz No Hay País es un mosaico de diversidades. Más de 300 organizaciones campesinas, junto con productoras y productores de pequeña y mediana escala, ambientalistas, académicas e investigadores, colectivos de artistas, de mujeres, de defensoras de derechos humanos y consumidoras y consumidores, acudimos el 25 de junio de 2007 al llamado para exigir acciones urgentes en la búsqueda de reactivar el campo mexicano, en un contexto de completa hostilidad hacia las comunidades campesinas y la producción de alimentos en el país.
En ese entonces, el embate por la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, hoy T-MEC, agudizó la ausencia de políticas públicas de apoyo al campo y apuntaló la producción de alimentos ultraprocesados, concentrada en muy pocas empresas, que hasta ahora son quienes toman la decisión de qué es lo que comemos en el país.
Antecedida por movimientos campesinos como El campo no aguanta más, que han marcado las pautas en la defensa de la soberanía alimentaria, la Campaña Nacional Sin Maíz No Hay País ha jugado un papel relevante en los pasados 15 años, no sólo en la respuesta a problemáticas coyunturales, sino en el posicionamiento de temas, como los daños ocasionados por los tratados de libre comercio, la defensa de la tierra y el territorio y el derecho humano a una alimentación nutritiva, suficiente y de calidad, entre otros, colocando puntos clave en la discusión pública.
Uno de los trabajos realizados de forma permanente es visibilizar las afectaciones negativas de la agroindustria y la imposición de sus paquetes tecnológicos para producir alimentos con semillas transgénicas y uso de agrotóxicos, así como los peligros que implica esta forma de producción industrial para la salud de personas productoras y consumidoras, las semillas nativas, los pueblos originarios, comunidades campesinas y la naturaleza. Hoy, a partir de un entretejido plural, la lucha es también para denunciar los intereses de las empresas trasnacionales, como Bayer-Monsanto, que a partir de estrategias de desinformación buscan instalar en el imaginario social la falsa necesidad de utilizar semillas transgénicas para lograr el abasto de productos básicos como el maíz.
La preocupación que las trasnacionales han expresado con respecto a combatir el hambre y alcanzar una seguridad alimentaria con las semillas transgénicas no es auténtica. Detrás existen intereses económicos, que las han movilizado para intentar anular acciones gubernamentales, como el decreto de sustitución progresiva del uso de glifosato, herbicida cancerígeno necesario para la siembra de transgénicos. Es falso que los maíces transgénicos tienen mayor rendimiento que los nativos. Por el contrario, es necesario fomentar la producción de maíces nativos en el país, reconocer su valor cultural y nutricional, así como las bondades que conlleva para campesinas y campesinos y sus vidas comunitarias.
Con el modelo agroindustrial, la biodiversidad se encuentra en constante peligro. El uso de agrotóxicos daña diversas especies animales y vegetales, contamina mantos acuíferos cercanos a las zonas de siembra de transgénicos, erosiona de manera irreversible los suelos y pone en situación de vulnerabilidad a las familias campesinas. Tales intereses de la agroindustria también están representados en los espacios de toma de decisiones. Una iniciativa de reforma a la Ley Federal de Variedades Vegetales, precedida por proyectos similares que buscan despojar de los saberes tradicionales a comunidades campesinas, sus semillas nativas y, por si no fuera suficiente, criminalizar a campesinas y campesinos que promuevan el libre intercambio de semillas, es ejemplo de cómo operan dentro de los gobiernos y cómo influyen en el diseño e implementación de legislaciones y políticas públicas.
El llamado es para evitar que este tipo de reformas sean aprobadas. Las consignas que con el paso de los años se han modificado conservan la esencia que hace 15 años motivó una convergencia de movimientos campesinos y sociales, y se mantiene alerta hasta ahora. La Campaña Nacional Sin Maíz No Hay País impulsa una lucha conjunta por la dignificación del trabajo en el campo, por la exigencia del respeto a los derechos campesinos y por la conservación y protección del ambiente.
Aprovecho para hacer mención que hoy sábado 25 se llevan a cabo las llamadas Marchas del Orgullo, convocadas por la comunidad LGBTTTIQ+ de todo el país, que convergen para alzar la voz por la exigibilidad y justiciabilidad de sus derechos humanos. Oportunidad para resaltar que así como la diversidad de los maíces nativos es clave para alcanzar la soberanía y autosuficiencia alimentaria, las diversidades sexuales, culturales y de identidad son también claves en la defensa de los derechos humanos.