Hace muchas décadas que los profesionales de la antropología venimos debatiendo sobre su naturaleza, alcances, sujetos de estudio, articulación con otras ciencias sociales, derroteros seguidos por sus practicantes, así como usos, instrumentaciones y aplicaciones de la disciplina en la expansión colonial e imperialista, y, también, en los procesos de resistencia de la otredad étnico-nacional, particularmente de los pueblos originarios.
Concordamos con la colega Kathleen Gough, quien afirma tajantemente: “La antropología es hija del imperialismo de Occidente. Tiene sus raíces en las ideas humanistas del iluminismo, pero como ciencia moderna apareció en las últimas décadas del siglo XIX y comienzos del siglo XX, periodo en que las naciones de Occidente hacían el último esfuerzo por controlar política y económicamente a casi todo el mundo preindustrial, no occidental” (https://www.deigualaigual.net/territorio/ee-uu/2016/435/antropologia-e-imperialismo/).
Esta íntima relación entre antropología e imperialismo, abierta y sin eufemismos academicistas, es posible constatarla en el programa experimental Sistema Operativo de Investigación Humana en el Terreno, que la antropóloga Montgomery Mcfate puso en práctica en 2007, con el apoyo financiero y logístico del Pentágono, en cada una de las 26 brigadas de las tropas de ocupación de Estados Unidos en Irak y Afganistán. En suma, el programa consistió en el empleo de un equipo de antropólogos y otros científicos sociales que como traductores, mediadores, recolectores de información e intérpretes culturales trabajaron para los comandantes y oficiales de inteligencia en la conducción de las operaciones militares. Recordemos la utilización de antropólogos en campañas contrainsurgentes en Vietnam y América Latina, como el denunciado Plan Camelot, en los años 60 del siglo pasado, y la utilización, también reciente, de geógrafos contrainsurgentes, de las Expediciones Bowman, que desde la Universidad de Kansas, y con apoyos de universidades en América Latina, presentan sus proyectos a la Oficina de Estudios Militares Extranjeros del Departamento de Defensa del gobierno de Estados Unidos, a través de un consorcio del Pentágono llamado Minerva Initiative, el cual financia estudios en ciencias sociales en áreas estratégicas para la “seguridad nacional” estadunidense. Los colegas Joe Bryan y Denis Wood, en su libro Weaponizing maps: indigenous peoples and counterinsurgency in the Americas (The Guilford Press, 2015), señalan que la Oficina de Estudios Militares Extranjeros apoya las expediciones Bowman con base en dos objetivos: “Por un lado, se pone a prueba la posibilidad de utilizar científicos sociales para obtener información de inteligencia abierta, que el Ejército no puede recolectar de otra forma; mientras, por otra parte, trata de construir un catastro mundial que permita monitorear la trasferencia de la propiedad, especialmente en áreas indígenas, centros del ‘crimen organizado’, y los grandes cinturones de miseria urbanos, donde la Oficina de Estudios Militares Extranjeros considera que se originarán las amenazas militares en el futuro”.
Hay que recordar en México el papel protagónico que jugaron los antropólogos en la elaboración de las políticas indigenistas, desde el momento en que Manuel Gamio –padre fundador de la disciplina en este país– definió a la antropología como “la ciencia del buen gobierno”, iniciándose un maridaje entre antropólogos y el Estado mexicano, que fue roto –en parte– hasta que el movimiento estudiantil-popular de 1968 creó las condiciones para que las corrientes críticas se manifestaran y denunciaran el papel de complicidad de la antropología mexicana posrevolucionaria en el afianzamiento del colonialismo interno que rompió la rebelión zapatista.
Hemos insistido en que la antropología, como toda ciencia social, puede ser un instrumento de dominación al servicio de los estados capitalistas y los procesos coloniales e imperialistas, siguiendo la lógica del poder, o, desde la perspectiva opuesta de la lógica de la resistencia, como instrumento liberador de las clases subalternas. Hay que reiterar que toda reflexión sobre la antropología pasa por tomar conciencia del significado real de esta disyuntiva dicotómica. La referida Kathleen Gough, se pregunta: ¿Por qué los antropólogos no han estudiado el imperialismo mundial como fenómeno unitario?, y considera, acertadamente, que “se necesitan estudios que comparen distintos tipos de dominación económica y política intersocial moderna para definir y perfeccionar conceptos tales como imperialismo, neocolonialismo, etcétera”, mientras Marc Augé convoca hacia una antropología de los mundos contemporáneos y piensa que esta disciplina es hoy más que nunca necesaria para analizar la crisis del sentido social en todo el planeta.
Los practicantes de la antropología tenemos que asumir los compromisos éticos en un mundo al borde mismo de un colapso civilizatorio.