Al grito de “no se saldrá con la suya”, el canciller alemán, Olaf Scholz –siempre bajo la batuta del tío Biden– promovió y aplicó un titipuchal de sanciones contra Rusia, luego de que esta invadió Ucrania. La Unión Europea se subió al carro de los castigos y todo fueron felices hasta que la realidad los alcanzó, porque el resultado ha sido contrario al originalmente estimado. Fue un balazo en el pie, sin duda, porque todo indica que no midieron las consecuencias para sus propios países.
Entre las principales sanciones anunciadas por Alemania –más retóricas que efectivas–, y asumidas por los demás, destaca la decisión de “no adquirir más gas ni petróleo rusos”, de los que la principal economía europea, y otras depende en grado sumo. Además, Scholz decidió no certificar (léase el inicio de operaciones) el gasoducto Nord Stream 2, que garantizaría el abasto gasífero a la industria y la población alemanas, y demás naciones del continente.
Rusia, pues, “no se saldrá con la suya”, pero a cuatro meses de distancia el vicecanciller federal y ministro de economía de Alemania, Robert Habeck, se ha visto en la penosa necesidad de reconocer que su país está “en una crisis de gas” y a partir de ya “es un bien escaso”. (En una primera etapa, en marzo pasado, tras los indicios del efecto búmeran por las sanciones contra Rusia, pero con un inventario suficiente, el canciller Sholz y los genios de la Unión Europea “recomendaron” a sus representados “bajar la calefacción para ayudar a cortar el cordón umbilical con Rusia” y “cortar el gas en sus casas” para reducir la dependencia energética con Rusia.
Pero esas brillantes “recomendaciones” ni lejanamente resultaron suficientes y mucho menos convincentes: ayer, Habeck “activó el segundo nivel de alerta del plan nacional de emergencia de gas”, lo que pone en riesgo el ritmo de producción en la potencia europea y el abasto para la ciudadanía –escaso y con un precio creciente–, a la que el viceministro y ministro de Economía advierte sobre “una falsa sensación de seguridad” y de nueva cuenta la “invita” (como en primavera) a reducir el consumo de gas “ahora, en verano, y luego en invierno” (la tercera fase de dicho plan considera el racionamiento del combustible y después de ella, según las “recomendaciones” de sus líderes, los europeos deberán calentarse y cocinar con leña).
Lo mejor del caso es que el viceministro federal y ministro de Economía denunció (aunque no se diera cuenta del ridículo) que “la reducción de los suministros rusos (de gas) supone un ataque económico orquestado por el presidente Vladimir Putin para subir los precios de energía en Europa; luchamos contra eso, pero será un camino difícil que nosotros como país ahora tenemos que tomar; este escenario siempre ha sido una amenaza y por eso llevábamos preparándonos desde diciembre de 2021”. Así es: el “sancionador” se queja del “sancionado”.
Para el contexto, antes de la “sancionitis”, 55 por ciento del gas natural consumido en Alemania provenía de Rusia (y 50 por ciento de carbón y 40 por ciento de petróleo). Otros ejemplos sobre el abasto ruso de gas son los siguientes: Finlandia (94 por ciento de su consumo total), Bulgaria (74), Eslovaquia (70), Italia (46), Polonia (40) y Francia (24), y el tío Biden no tiene posibilidad de entrar al rescate.
Por cierto, la agencia rusa de prensa Sputnik informó que “las compañías y los consumidores alemanes deben estar preparados para un aumento significativo del precio del gas, según un informe diario de la Agencia Federal de Redes de Alemania (ente regulador para los mercados de electricidad, gas, telecomunicaciones, correos y ferrocarriles); la situación es tensa y no se puede descartar que empeore”.
Entonces, confiados en la “fortaleza” del tío Biden (quien intenta enfrentar su propia sacudida) y la “debilidad” de Putin, a los “sancionadores” del viejo continente se les hizo bolas el engrudo: el tiro les salió por la culata y difícilmente podrán sostener el “castigo” contra Rusia, al menos no en lo que a cuestiones energéticas se refiere, aunque es un hecho científicamente comprobado que la negativa europea de importar matrioshkas no ha hecho mella en las finanzas rusas.
Las rebanadas del pastel
Ante tal panorama, ¿quién recurrirá el uso del carbón para generar electricidad? Alemania, siempre defensora e impulsora de las “energías limpias”. Es “una decisión amarga, pero necesaria en esta situación”, ha dicho Habeck. ¿Cómo va aquel dicho de que cae más rápido un hablador…?