Madrid. Hace más de un año, la escritora colombiana Vanessa Londoño se unió a los movimientos de protesta en su país, primero protestando contra la reforma tributaria del presidente Iván Duque y después por la brutal represión que se ejerció contra los jóvenes que salieron a las calles para decir basta. La jornada electoral del domingo pasado la vivió a la distancia, mientras se encontraba en Barcelona y Madrid promocionado su más reciente novela, El asedio animal (Almadía).
En entrevista con La Jornada, Londoño, nacida en Colombia en 1985, profundizó acerca de los problemas estructurales que plantea en su libro: la desigualdad, el racismo, la violencia y la represión, como las catapultas que permitieron el cambio en Colombia, “donde por primera vez se permitió llegar vivo a la segunda vuelta a un candidato de la izquierda”.
–En su novela hay espacio imaginario al estilo de Faulkner o Rulfo...
–Hay algo de ambos en lo que se refiere a la construcción del territorio. El epígrafe que abre la novela habla sobre las tragedias de segunda mano y cómo se revenden en un mercado donde se comercializan las historias, eso implica que unas personas usurpan el lugar de otras personas. Pero en cuanto a la construcción del territorio, creo que hay una influencia más directa de Elena Garro, en su libro Los recuerdos del porvenir, donde el territorio es el personaje principal. Es una cartografía que sirve para plantear un lugar que cualquier lector puede ir llenando con sus propios lugares.
–¿Qué le inspiró más en la novela?, ¿América Latina, Colombia, los recuerdos de infancia?
–Creo que Latinoamérica, aunque obviamente el libro refleja muchas de las cosas que han pasado en Colombia, pero lamentablemente hay réplicas en toda Latinoamérica porque lo que manifiesta ese tipo de violencia es una herencia colonial, una violencia derivada de un modelo neocolonial, con una jerarquía racial, de género, extractivista sobre la naturaleza, sobre los cuerpos, depredadora...
–La violencia cruda y brutal está muy presente...
–Es el eje, lo que recorre verticalmente todas las historias. La violencia contra los cuerpos vulnerables; las mujeres, los niños, las niñas, la naturaleza.
–En la novela hay una reflexión muy actual de lo que ocurre en la región, pero muy en concreto en Colombia. ¿Qué ha pensado a raíz de lo que ha ocurrido en las elecciones?
–Las elecciones marcan un cambio muy claro sobre el rumbo político que quiere el país y que de alguna forma se originó en el estallido social de hace un año, que manifestó una crisis social irreversible, una falta de gobierno, y demostró que ese gobierno (el del presidente saliente Iván Duque) no sólo no representaba a la gente, sino que estaba muy alejado del pueblo.
–Las imágenes de la gente más pobre haciendo largas colas para votar y elegir a un presidente de izquierda son muy elocuentes...
–Es la primera vez que va a gobernar un candidato de izquierda porque a todos los demás los han matado. Así que eso no significa que Colombia no haya tenido una búsqueda política, histórica, por solucionar los problemas de desigualdad muy graves, sino que hemos tenido un Estado muy violento, que ha bordeado la ilegalidad y que desde el Estado se ha matado a los líderes de izquierda que alguna vez tuvieron posibilidades. Casi diríamos que la historia contemporánea de Colombia arranca con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, que fue un candidato que estuvo a punto de llegar al poder.
“Colombia es un Estado moderno, pero tiene muchos países dentro del Estado. Es uno de los países más desiguales del mundo y precisamente los departamentos históricamente más abandonados fueron los que determinaron las elecciones presidenciales.”
–Colombia está actualmente fracturada en dos. ¿Ve riesgos en esto?
–Colombia ha sido una sociedad dividida desde hace mucho tiempo, precisamente porque la derecha ha gobernado en los últimos 200 años sin darle chance a ninguna otra forma de pensamiento y eliminando de forma sistemática cualquier forma de pensamiento que no sea de derecha o de extrema derecha. Pero creo que las elecciones sí manifiestan una división social, tal vez menor, aunque también hay un miedo al cambio, entre otros motivos por la narrativa que se ha ido imponiendo, con mensajes de miedo y en los que también han aflorado los racismos estructurales.
–Negar el racismo estructural parece uno de los problemas más presentes en toda América Latina. ¿Usted cree que ahora eso cambiará de alguna manera en Colombia?
–Creo que el racismo que ha tenido que sufrir la vicepresidenta Francia Márquez ha sido evidente, precisamente porque ahora ocupa un lugar político que altera las dinámicas del poder en Colombia. Por eso su mensaje es que ya no se resigna al lugar que le dispuso la derecha, de ser una mujer del servicio o ejercer una labor contigua a las antiguas labores de esclavitud. En ese momento hay un cambio y hay una expropiación del estatus de toda la sociedad. Y por eso se involucró tanta gente de toda la sociedad, porque era la primera vez que teníamos la oportunidad no solamente de votar a la izquierda, sino que un candidato de la izquierda llegara vivo a la segunda vuelta.
–¿Qué le parece que Mario Vargas Llosa haya dicho que “los colombianos votaron mal” al elegir a Petro?
–Eso significa que estamos en el lugar correcto. Todo lo que diga Vargas Llosa denota un desprecio por los movimientos populares, por el reconocimiento de la autonomía política de los pueblos, incluso de las lenguas. Así que si Vargas Llosa dice que nos hemos equivocado con Petro, eso quiere decir que estamos en el lado correcto, atendiendo las necesidades que Colombia tiene que atender.
–¿Ha recuperado la esperanza en el futuro de Colombia?
–Sí, completamente, y ya la había perdido.