El sexenio de la 4T transcurre velozmente. La obra realizada y la que será terminada en los próximos dos años, más los programas de beneficio para los de abajo, conformarán quizá un ejercicio de gobierno sin parangón en la historia moderna de México; a pesar del frenazo de la pandemia. Pero el reto del futuro, para Morena –para la sociedad en conjunto–, es de una dimensión inmensurable.
Nuestra condición de economía subalterna, dependiente de los centros dominantes, es una realidad pétrea tan compleja que sólo logramos aprehenderla como dato. Hace muchas décadas, desde los años 1970, renunciamos a superarla: las formas y contenidos del proceso de acumulación de capital, que gobierna a las economías del orbe, deriva de las decisiones disgregadas de los grandes capitales trasnacionales, una fuerza económica descomunal y difusa que no deja huella de los individuos que la operan. La desigualdad y la pobreza, durante el túnel de los gobiernos neoliberales, empeoraron sin freno, bajo la monstruosa convicción de los de arriba, de que eran los pobres mismos los responsables de su vida desastrosa. Pobreza y desigualdad siguen ahí con dura obstinación. La 4T ha podido, hasta ahora, en general, empezar a detener el aluvión del empobrecimiento; es tremendamente importante, pero no basta con aplanar la curva.
Es preciso mejorar la vida de 70/80 millones de mexicanos, continuando primero con los de hasta abajo. Aunque, sin escape, será con la corriente en contra: la Hidra de Lerna de la derecha económica y política mexicana; la economía mundial, que se aproxima a una recesión de pronóstico reservado; la pandemia obcecada, aún sin poder ser superada; la guerra de Estados Unidos en Ucrania, con el objetivo paralelo de reconfigurar la globalización en beneficio del imperio. Todo ello añade escollos y bretes por miríadas a los países periféricos. México no está en el peor de los sitios, pero que por el mundo haya hambre y miseria peor que la nuestra, sólo nos habla de cuánto tenemos que mirar en nuestro rededor, y de hacer algo por ello, mientras mejoramos la infame vida que llevan las mayorías.
La 4T, no hay dudas, se ocupará a fondo de ese compromiso ineludible con los millones de pobres, durante lo que queda del sexenio que transcurre, pero deberá doblar la apuesta para la próxima campaña presidencial: es preciso torcer la curva de la pobreza y mejorar sensiblemente la vida de los de abajo. Dejará de tener valor el “ya no has empeorado”.
Parece el reino del terror, pero los mejores cuadros de Morena, para continuar mejorando la vida de los jodidos –la mayor urgencia social de la República– y atender los derechos sociales, deberán ocuparse antes de la contienda política, tal como hoy existe: el juego perverso, improductivo y vacuo de la “democracia electoral”, incluidas las repulsivas ambiciones personales de las élites políticas, del PRI, el PAN, el PRD, siempre en la pelea furibunda por los huesos.
Es verdad que esos partidos están en serios problemas: “distinguidos” miembros del PAN y del PRI piden a gritos que sus “dirigentes” ( Alito y Marko) abandonen sus cargos por incompetentes. Más aún, el PRD y el PRI están en proceso de extinción (según consenso al alza), así que acaso Morena deba enfrentarse a Ricardo Monreal, como abanderado de MC y PAN. Monreal contaría con el soporte de la derecha y la ultraderecha exasperadas: medios, empresarios, Patria Unida (Torquemada, muy seriamente, que se niega a morir), y “políticos” de toda laya, con recursos sin límite y de todo tipo. Bien puede ser, a pesar de los sofocos de Marko con MC. Morena sabe, por lo demás, que en sus filas pululan abundantes especímenes provenientes de esos partidos, que se emplearán a fondo buscando ganancias en cualquier trapecio. La elección de 2024 no será una kermés.
Las reglas del juego de la “democracia electoral” actual fue creada por esa calaña de partidos políticos, cuando ocupaban todo el espacio de la política, una esfera de la sociedad mexicana divorciada de la vida de los pueblos. Dijeron que ellos “representaban” a los ciudadanos, que eran “mediaciones indispensables entre la sociedad y el Estado”. Pero es el caso que la sociedad estaba muy lejos de esos partidos, y los sucesivos gobiernos del Estado estaban dedicados a robar a mansalva a la sociedad y a repartir el botín entre los partidos.
Los miembros de Morena, incluido el Presidente, deberán transitar ese pantano. Ya lo hizo AMLO por muchos años; hoy por hoy no hay otra forma de alcance nacional para allegarse los instrumentos que pueden procurar justicia social a los olvidados de la historia. AMLO no puede ser remplazado. Fue una creación irrepetible del movimiento de masas. La confianza de las mayorías en el próximo presidente sólo puede provenir de un programa que explique y haga sentir a los más cómo se vuelve permanente la mejora de su calidad de vida. La campaña sobre el cambio de estafeta debe poner ahí su corazón, su compromiso, su verdad, y la leña entera de su terquedad.