Ciudad de México. Apenas destapado, José Antonio Meade fue a cumplir una parte del antiguo ritual y visitó la sede de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), organización que en otros tiempos se encargaba de bendecir al ungido.
Y ahí, frente al primer no priísta candidato del PRI a la Presidencia, el secretario general, Carlos Aceves del Olmo, resumió, desde la silla de ruedas que usa con frecuencia desde entonces, el declive del otrora poderoso sector obrero: “Antes se decía destapador, ahora sólo estamos dando una vuelta a la tapita”.
Ese día de noviembre de 2017, los cetemistas y el candidato sudaron la gota gorda en una sala pequeña, a unos pasos del vestíbulo donde mira pasar el tiempo la estatua de Joaquín Gamboa Pascoe, el líder que tenía 15 millones de dólares en un paraíso fiscal en los años en que el candidato era secretario de Hacienda.
Meade obtuvo el tercer lugar en los comicios de 2018 y (casi) se retiró de la vida pública. El hombre de la silla de ruedas sigue ahí y el pasado 15 de junio salió al rescate del presidente nacional del PRI, Alejandro Moreno, quien enfrenta el doble fuego del gobierno federal y sus amigos de la alianza opositora.
El nombre del líder cetemista fue el primero en un desplegado con fuerte olor a naftalina: “No es la primera vez que el gobierno intenta desestabilizar al PRI, incluso en el pasado utilizaron mercenarios que ya fueron expulsados de nuestras filas”.
El tono del desplegado contrasta con el trato que la CTM ha dispensado al presidente Andrés Manuel López Obrador, no muy distante del que brindó a los mandatarios de Acción Nacional (“no es alarde, pero la CTM fue la primera que reconoció plenamente el triunfo del presidente Felipe Calderón”, dijo Gamboa Pascoe en 2006).
Una relación oscilante
Al menos en los primeros tiempos de este sexenio, los líderes cetemistas prefirieron transitar las aguas de la 4T con expresiones de desacuerdo dirigidas a la Secretaría del Trabajo, que encabeza Luisa María Alcalde, para evitar una confrontación directa con el poder presidencial.
Aceves del Olmo se quejó una y otra vez de desatención de la autoridad y, sobre todo, de la competencia. En el Senado (2019), acusó a Pedro Haces Barba, líder de la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (Catem), de presumir su cercanía con el Presidente y tener la encomienda de acabar con la CTM.
Una y otra vez, y año tras año, López Obrador ha repetido lo que dijo en la primera ceremonia del Día del Trabajo que encabezó como Presidente: que su gobierno no tendrá líderes favoritos ni habrá tutelaje de los sindicatos.
“Pueden utilizar mi nombre, pero que se sepa que yo represento a todos los mexicanos. No es cierto que yo tenga algún sindicato preferido”, como dijo en marzo de 2019.
Así, la relación ha oscilado entre el desencuentro y el aplauso mutuo.
El 5 de marzo de 2021, el Presidente encabezó un evento de supervisión del Tren Maya y no dejó su discurso pese a que las bocinas de los enormes camiones de volteo no dejaron de sonar. Era la protesta de organizaciones de transportistas afines al PRI que en sus mantas exhibían dos demandas: contratación directa de sus servicios y “¡Fuera Catem!”.
Según los líderes de la CTM y de otras organizaciones, la Catem, afín a la 4T, se ha quedado con la mitad de los contratos en algunas de las megaobras del actual gobierno.
El trato, en otras ocasiones, ha sido más que terso. Cuando ocurrió la conmemoración del 86 aniversario de la CTM, en febrero pasado, ya se podía contar otra historia. El presidente López Obrador envió un mensaje de felicitación: “Hemos logrado muchas cosas con don Carlos Aceves y con dirigentes de la CTM, por ejemplo, logramos que aumentara la cuota para patrones y de esta manera se incrementen las pensiones”.
La CTM agradeció el gesto con grandes letras en su revista Líderes: “El Presidente reconoce aportación histórica de la CTM”.
Amparos contra la democracia gremial
La llegada de López Obrador a la Presidencia prendió las alertas en el viejo sindicalismo mexicano. Algunos líderes creyeron llegado el momento del retiro, dado que además del cambio de vientos en el poder presidencial, entró en vigor un nuevo modelo de justicia laboral encaminado a garantizar la libertad sindical y la transparencia en el siempre opaco mundo de la contratación colectiva.
Con excepción de los retiros adelantados de Juan Díaz de la Torre y de Carlos Romero Deschamps, el escenario se movió muy poco. Ambos líderes (magisterio y petroleros) dejaron a todos los suyos en las estructuras sindicales y el resto de los dirigentes se mantuvieron en sus cargos, al frente de los cuales, en muchos casos, acumulan décadas.
En diciembre de 2018, como preámbulo, la CTM y la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC) fueron expulsadas de la Confederación Sindical Internacional (CSI).
“Dichas organizaciones corporativas”, se leyó en la resolución, “continúan realizando acciones contrarias a los principios y valores de los trabajadores y en consecuencia de la CSI”. Ambas organizaciones fueron acusadas, en la reunión celebrada en Copenhague, Dinamarca, de promover los contratos de protección patronal, así como de atentar contra la libertad y democracia sindical.
La resolución de una de las agrupaciones internacionales más importantes no preocupó en lo más mínimo a la cúpula del sindicalismo charro.
El año siguiente, tras la aprobación de la reforma laboral, sindicatos de la CTM promovieron alrededor de 500 juicios de amparo contra distintos tópicos de la nueva legislación. Los cetemistas impugnaron tres decenas de artículos, especialmente los relativos al voto personal, libre, directo y secreto en la renovación de las directivas sindicales.
La palabra que más preocupaba a la cúpula cetemista era “directo”, pues ya habían ideado la forma de dar la vuelta a la elección democrática de dirigentes por la vía indirecta, y siempre más manipulable, de asambleas de delegados.
En marzo de 2021, la Suprema Corte de Justicia de la Nación emitió 12 jurisprudencias que pusieron fin a la intentona cetemista de descarrilar la reforma laboral con el argumento de que atentaba contra la autonomía sindical.
Con formalismos, la CTM se opuso a la ratificación del Convenio 98 de la Organización Internacional del Trabajo, relativo al derecho a sindicación y contratación colectiva. El sindicalismo corporativo mexicano había logrado evitar ese paso desde 1949.
Los cetemistas no votaron en contra, pero el propio Aceves del Olmo, en la tribuna del Senado, dijo que sin adecuación de las leyes “podría crear incertidumbre en inversiones, acrecentando los conflictos y poniendo en riesgo la generación de empleos”.
En un reciente encuentro trinacional que reunió a abogados y expertos laborales de México, Estados Unidos y Canadá, la investigadora Graciela Bensusán refirió que los líderes sindicales mexicanos, tanto tradicionales como independientes, tienen tres posturas respecto de la nueva legislación laboral: 1) los que juegan a la “simple simulación, que sueñan que pueden seguir igual”, 2) los que “se dan cuenta de que se tienen que adaptar y ahora sí tratar de tener una relación con los trabajadores” y 3) “los pocos que piensan en la transformación… que se dan cuenta de que no sólo es un cambio de normas, sino de liderazgos, estrategias, alianzas”.
La reforma laboral, para la cual fue clave la voluntad política del actual gobierno, sostuvo Bensusán, era “necesaria, pero no es suficiente para la transformación”, porque enfrentamos cien años de “prácticas, inercias, culturas”.
Con la CTM reclamándose dueña de la representación de los trabajadores aun en estos tiempos, bien puede decirse con la decana de los estudiosos del mundo laboral: “Esta reforma no es un pasaporte al paraíso, es un camino lleno de obstáculos”.