La Cumbre de Las Américas en Los Ángeles fue un acto, por lo decir lo menos, desangelado.
No obstante, hay que señalar cambios en la política migratoria de Estados Unidos, en donde confirma la inutilidad del muro, la incapacidad de controlar y manejar adecuadamente los flujos migratorios que llegan a su frontera sur y la necesidad de tener una visión continental y no sólo fronteriza y represiva.
Estados Unidos tiene un acuerdo de tercer país seguro con Canadá. Pero con México no hay tal tipo de acuerdo. La cancillería se ha defendido como gato panza arriba y ha preferido hacer múltiples concesiones, como el funesto programa Quédate en México; la organización del cruce de solicitantes de refugio por un sistema de citas; aceptar sin chistar la deportación inmediata de extranjeros con el supuesto legal del Título 42, e incluso desplegar a la Guardia Nacional para impedir el paso de migrantes después del infame chantaje de junio de 2019. Todo esto, entre otras muchas otras concesiones y negociaciones, pero no hay acuerdo de tercera nación segura.
Un acuerdo de tercer país seguro implicaría que todos aquellos que vengan a México para solicitar refugio en Estados Unidos serían devueltos a nuestro país, porque se le considera como nación segura que puede darle refugio a la persona.
La hipótesis que está detrás, por parte de Estados Unidos, es que se trataría de una política disuasiva, no se daría el caso de una invasión a México de migrantes solicitantes de refugio, dado que la mayoría no tiene interés en quedarse en México, y los principales flujos que son de la región podrían ser devueltos.
En el caso de Turquía que tiene un acuerdo de tercer país seguro con Europa, firmado en 2016, hay un acuerdo millonario de por medio, aceptó la deportación de migrantes desde Grecia y en la actualidad ha recibido a más de 3 mi-llones de refugiados, la mayoría atendidos en campamentos, pero que quisieran llegar a Europa.
En lo que va de este año han sido capturados por la Patrulla Fronteriza un promedio de 230 mil migrantes mensuales, entre ellos irregulares mexicanos y extranjeros y solicitantes de asilo. Paradójicamente los irregulares ya no son el problema principal, pueden ser fácilmente deportados, incluso les convendría dejarlos pasar para que cubran el fuerte déficit de mano de obra que existe. Pero con los solicitantes de asilo hay que seguir un protocolo judicial, proceder a internarlos, luego liberarlos y esperar que les llegue la cita para ir a los juzgados de migración que están totalmente saturados.
En este contexto, Estados Unidos y México sin tener un acuerdo de tercer país seguro, están en una situación muy complicada. La política migratoria de Estados Unidos es global, hace un mes llegaron miles de ucranios a Cancún y se fueron a la frontera y fueron admitidos con los brazos abiertos. Su política de refugio depende de la coyuntura internacional o de sus posiciones tomadas y asumidas como en el caso de los cubanos, que son admitidos como refugiados políticos, o en el caso de los haitianos donde no les queda otra que admitirlos.
Para México es imposible aceptar un acuerdo de tercer país seguro. Pero al mismo tiempo su posición genera un efecto llamada. Si Estados Unidos no puede controlar su frontera, no se diga en el caso de México. Por eso el acuerdo de Los Ángeles trata de involucrar a otros países americanos y frenar o disuadir a los migrantes en el camino. E incluso ha propuesto ir a la raíz de los problemas, que no es otra cosa que reconocer la total desatención del imperio con respecto a América Latina y el Caribe.
Los focos rojos en cuanto a flujos migratorios son Cuba, Venezuela, Haití, Honduras y recientemente Nicaragua. Los migrantes de los llamados países socialistas son causa y consecuencia de la política de Estados Unidos y su manera de enfrentar los rescoldos de la guerra fría. Con respecto a Haití tiene una responsabilidad histórica y lo mismo con Honduras, dado que cobijó al presidente Hernández sabiendo que, no sólo era corrupto, sino traficante.
El caso más extremo es el de Venezuela, pero que en realidad no le afecta demasiado a Estados Unidos, porque han sido los países latinoamericanos los que han aceptado a refugiados y acogido a millones de migrantes y desplazados internacionales. Y fue la libre circulación que operaba en Sudamérica lo que permitió amortiguar y diversificar destinos del éxodo venezolano.
Lo que le preocupa a Estados Unidos es que los venezolanos, como los haitianos, están dejando los países latinoamericanos donde residían, para tomar el camino del Norte. Por eso una de las propuestas es apoyar económicamente a estas naciones, algo que nunca se había hecho.
La otra estrategia es combatir a las mafias y traficantes de personas. Vamos a tener un nuevo organismo interventor en América Latina, semejante a la DEA, pero ahora para el tráfico de personas, un negocio que se ha vuelto muy redituable y que les afecta directamente, pero también, afecta directamente a las personas migrantes que invierten lo poco que tienen para pagar a los coyotes y traficantes. Un fracaso en la ruta migratoria o la deportación significa la quiebra económica para el migrante y su familia.
A Estados Unidos le preocupa el futuro, pero no el presente de 11 millones de migrantes en situación irregular y desesperada. Y sobre este asunto nadie opinó.