Este año Coyoacán cumple 500 de haberse convertido en el primer ayuntamiento en la cuenca de México. Aquí se estableció Hernán Cortes con sus huestes en tanto se levantaban los escombros de Tenochtitlan para erigir la Ciudad de México sobre sus cimientos.
Poco se sabe que la estancia de los españoles en ese lugar se dio en gran medida gracias al apoyo que les brindó el poderoso cacique local Ixtolinque, personaje polémico que a cambio de su ayuda logró que le respetaran su poder y propiedades.
Para consolidar la alianza con Cortés y, por ende, con el rey de España Carlos V, se convirtió al catolicismo y recibió el bautizo con el nombre de Juan de Guzmán Ixtolinque. A cambio recibió el nombramiento de gobernador de Coyoacán y por cédula real se le otorgaron escudo de armas y título de nobleza; ayudó el hecho de haber matado de un flechazo al cacique de Cuernavaca, feroz enemigo del conquistador.
Llegó a tener enorme influencia política y se sabe que en ocasiones mantuvo fuertes discusiones con el mismo Cortés. Él solicitó que se estableciera el ayuntamiento que sería la primera sede del gobierno de la Nueva España.
En la tercera Carta de Relación, de las cinco que le envió Cortés al emperador Carlos V, dejó constancia de lo sucedido en Coyoacán. Concluyó la redacción en ese lugar el 15 de mayo de 1522, pero en realidad llegó con sus acompañantes después de la caída de Tenochtitlan, el 30 de octubre de 1521.
El significado del nombre que identifica esta añeja zona deriva del náhuatl cóyotl, que significa coyote, y hua, partícula que en conjunto significa “lugar de quienes tienen o veneran coyotes”; a eso alude la fuente ubicada en el jardín Centenario. Desde la época prehispánica huertos y frondosas arboledas han rodeado la población, que según nos informa el cronista Bernal Díaz del Castillo, a la llegada de los españoles tenía seis mil casas edificadas y numerosos adoratorios en forma de torres.
Los españoles dejaron huella de su paso en magníficas construcciones, algunas que aún existen, aunque han padecido múltiples modificaciones a lo largo de los siglos. Una de ellas es el Antiguo Palacio del Ayuntamiento de Coyoacán, actual sede de la alcaldía, que se conoce como la casa de Hernán Cortés, aunque nunca vivió ahí; sin embargo, una placa menciona ese dato –con frecuencia así se hace la historia.
Para la iglesia fue también sitio de importancia; ahí llevaron a cabo su labor evangelizadora el célebre fray Martín de Valencia y los franciscanos, seguidos más tarde por los dominicos. De herencia tenemos el soberbio templo y convento de San Juan Bautista, por mencionar el más significativo.
Durante los tres siglos del virreinato, Coyoacán se caracterizó por fértiles tierras de cultivo, huertos altamente productivos y por su abundancia de agua, que le proporcionaban innumerables manantiales y los ríos que la cruzaban. Lo anterior, aunado al buen clima, llevó a que en las primeras décadas del siglo XIX la población, de mil 800 familias, comenzara a crecer con la llegada de personas que buscaban todas esas ventajas y la relativa cercanía con la Ciudad de México.
En el siglo XX Coyoacán entró a la modernidad; su zona pedregosa se convirtió en la Ciudad Universitaria. Sus ríos se entubaron y se convirtieron en avenidas, los manantiales se agotaron y los terrenos de siembra se convirtieron en fraccionamientos. Y ahí sigue haciendo historia y siendo uno de los lugares más bellos de la Ciudad de México.
Para rematar el paseo buscamos dónde comer y nos encontramos con un hermano de Los Danzantes, el restaurante oaxaqueño del que hablamos hace unas semanas. Con la ilusión de repetir la grata experiencia, nos sentamos en una mesa junto a la ventana –desde donde podíamos admirar el jardín Centenario–, ocupa una casona neocolonial decorada con muy buen gusto. Hay mesas en el exterior, pero amenazaba lluvia.
Ofrece algunos platillos que no vimos en la carta del de Oaxaca y resultaron muy sabrosos: la crema placera de chicharrón con tortilla, queso fresco, aguacate y crema y la clásica sopa de guías de la región, con sus verduras tiernas y chochoyones (bolitas de masa). De platos fuertes, el pulpo chamuscado, que aunque suene raro es delicioso, marinado en achiote, chiles secos y especias y chamuscado a la brasa. No se queda atrás el atún en mojo de habanero. De principio a fin el acompañamiento fue el mezcal de la casa. La empanada de membrillo del postre la maridamos con un chocolatito en agua.