Una muestra evidente de que la dirigencia nacional del PRI había ya malvendido su alma al diablo la tuvimos a principios de mayo de 2018. No quiero decir que no hubiéramos tenido ya elementos para suponerlo, pero en esa ocasión se nos convocó a que votáramos por el candidato presidencial del PAN el siguiente mes de julio, si una encuesta que se haría ex profeso y de mutuo acuerdo le daba ventaja a su candidato sobre el nuestro, lo cual era lo más probable.
De lo que se trataba era evitar a como diera lugar que Don Andrés Manuel López Obrador fuera presidente, sin importar que resultara triunfador en la contienda un soberbio pillastre de la tesitura de Ricardo Anaya.
Sospecho que las dirigencias estatales no deben haber respondido como esperaban porque el pacto no se hizo ni se habló más de él. Sé muy bien que hubo algunos miembros de sus respectivos consejos políticos estatales que se manifestaron abiertamente en contra e incluso hasta hablaron de la posibilidad de crear frentes pejistas en las filas del PRI.
Cierto es que no estaban tan fuera de tono si se piensa en que los postulados morenistas no se contraponen con la plataforma ideológica tricolor ni con los ideales de los más destacados priístas de antaño…
La respuesta de la cúpula, por boca de su presidente y de su siguiente presidenta, avalada después por el mismísimo Peña Nieto, de tan infeliz memoria, fue recomendar que el PRI cambiara de siglas, de colores y de ideología… Es decir, lo que han tratado de hacer después: que ¡dejara de ser lo que era!
Sin embargo, lo que consiguieron resultó más sucio todavía: aliarse abiertamente con quienes habían sido los enemigos naturales de la Revolución de cuanta empresa progresista se llevó a cabo durante su larga hegemonía, misma que tuvo mucho de malo, es cierto, pero también le dio al país una consistencia, una presencia y un desarrollo que no había conocido. En efecto, si la gestión de doña Claudia Ruiz Massieu y Salinas de Gortari y su “notable” antecesor, Enrique Ochoa Reza, resultaron detestables, peor aún ha sido el quehacer del tal Alito y, claro, mayor todavía su derrota electoral.
¿Por qué? Pues la tradicional base priísta se siente mucho más identificada con el actual Presidente de la República y, como si fuera poco, tiene muchos más motivos para detestar, salvo algunas excepciones, la oposición tan lamentable y ridícula que predomina. Como hubiéramos dicho antaño, “más ordinaria y barata que un telegrama de a peso…”
Era de esperarse, del propio seno del tricolor surgió ya un valioso grupo con ganas de “ponerle el cascabel al gato” y parece que se va consolidando. Hay quien dice que emerge demasiado tarde y que nada evitará que el PRI pierda los dos estados que le quedan y el PAN les dé una patada donde les platiqué y los mande a donde ya se imaginan…
No cabe duda de que las posibilidades de recuperarse que tiene el PRI están de acuerdo con la celeridad con que puedan deshacerse de los actuales dirigentes nacionales, aunque tiene que reconocerse que el daño hecho entre la corruptela y la traición de Peña Nieto y sus secuaces, le ha complicado sobremanera el futuro, máxime que se ve sumamente difícil que se produjera una alianza con Morena, que resultaría natural si el PRI volviera a su ideario primigenio.
A Jesús Reyes Heroles