La narrativa oficial que se impuso en México sobre el narcotráfico y la “guerra contra las drogas”, generó una serie de confusiones en la sociedad mexicana que hay que despejar para comprender el problema que enfrentamos. Un primer fenómeno por esclarecer es el de dimensionar que el narcotráfico es sólo uno de los negocios de una industria criminal que, además, es trasnacional. Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, el crimen organizado trasnacional se caracteriza por actuar en más de un Estado y contempla más de 20 negocios, entre los que destacan la extorsión, el secuestro, el tráfico ilegal de armas, personas y recursos naturales y el narcotráfico, entre otros.
Un negocio clave, por ser uno de los puntos de enlace entre lo legal y lo ilegal, es el lavado de dinero: es ahí donde los recursos generados en los negocios de la industria criminal, y otros como la corrupción y la evasión fiscal, se “lavan” para ser insertados en los sistemas financieros. Para que esto suceda, se desarrolla un complejo entramado entre corporaciones criminales, banqueros, políticos, cuerpos de seguridad, instituciones de gobierno y financieras.
Como en otros negocios, la industria criminal se conforma de corporaciones, conocidas como cárteles. Las corporaciones criminales compiten entre ellas por territorios, por ramas de su industria, por mercados, por vías y medios de comunicación y por expandir su influencia en otros negocios. Ejemplo de esto último es la participación de esos grupos en el huachicol (Santa Rosa de Lima), en la minería ( Caballeros Templarios), en el aguacate (cartel Jalisco Nueva Generación) o como paramilitares para una forma de represión subrogada ( Zetas). En esta competencia por el control de mercados y territorios, las corporaciones criminales no sólo se enfrentan entre ellas con sus ejércitos privados, cuentan con sus aliados en los cuerpos de seguridad municipales, estatales y federales, quienes hacen o los dejan hacer la guerra. Las poblaciones que habitan esos territorios viven directamente el terror de la guerra: asesinatos, desapariciones forzadas, reclutamiento forzado… En ocasiones, también forman alianzas con otras corporaciones nacionales o trasnacionales para enfrentar enemigos comunes o para incrementar sus ganancias.
Fue el proceso de neoliberalización el que facilitó la expansión y diversificación de los negocios de estas industrias. El crimen organizado también se globalizó. Las armas producidas en Alemania llegaron a México, el dinero de las corporaciones criminales mexicanas llegó a Panamá, Suiza u otros paraísos fiscales. La amapola que cosechan campesinos mexicanos arribó en forma de heroína a Estados Unidos, y los químicos que provienen de China son utilizados en laboratorios mexicanos para producir el fentanilo que se consume en el país vecino del norte y cada vez más en México.
También en la industria criminal hay clases sociales. En la punta de la pirámide están aquellos a los que de manera elitista se les llama “ladrones de cuello blanco”, los que aparentemente no tienen nada que ver, pero que son los principales beneficiarios. Igualmente, surgen nuevos ricos, como aquel que se ofreció a pagar la deuda externa del país si era liberado.
Los sectores empobrecidos son los que desempeñan los trabajos de producción, distribución y los que engrosan los ejércitos privados. Muchos de los trabajos que desempeñan estos sectores se dan mediante violencia, presión o extorsión: comunidades indígenas y campesinas obligadas a cambiar sus cultivos tradicionales por el de mariguana o amapola. Mujeres secuestradas obligadas a prostituirse y a producir pornografía. Infantes y adolescentes son reclutados para hacer trabajo de vigilancia o de halcones. Incluso se ha dado el caso del secuestro de grupos de albañiles o ingenieros para la construcción de infraestructura y sistemas de comunicación. La “renta” de niños y niñas para el tráfico ilegal de personas, o la utilización de cuerpos –mayoritariamente de mujeres– para el tráfico internacional de drogas, son parte de estas formas contemporáneas de esclavitud.
Las corporaciones criminales también tienen influencia y control en sectores del aparato administrativo del Estado mexicano. Ya sea financiando campañas, imponiendo a sus propios integrantes como gobernantes o asesinando candidatos o gobernantes, las corporaciones criminales se entremezclan con el poder político para garantizar protección, impunidad y también la asignación de carteras. Para mejor ejemplo, el caso Genaro García Luna, pero no es el único.
Mucho más podría seguirse escribiendo al respecto, como el carácter patriarcal de la industria criminal o el mercado “cultural” que se ha formado al respecto. Contrario a lo que muchos afirman, las corporaciones criminales no son una falla o anomalía del mercado, sino una consecuencia de un sistema que todo mercantiliza. El problema no es nuevo ni local, lleva décadas desarrollándose y valdría observar con esta perspectiva el lugar que ocupa la industria criminal en la economía nacional y global. La salida no está cerca ni es sencilla, pero hay alternativas. De eso no queda duda.
* Sociólogo. @RaulRomero_mx