La vida como escritor de Munir Hachemi (Madrid, 1989) comenzó en el verano en que viajó –con tres amigos– a Francia, cuando pensaban que mediante la literatura podían imponer sobre lo real –ese territorio tan bárbaro como una selva o un desierto– un orden, una jerarquía. Pronto, los cuatro amigos descubrieron que la realidad es un lugar del que no se puede hacer un mapa. El error de esa teoría puede corregirse, pero en todo caso la huella primitiva de la búsqueda del pretexto literario en el que se embarcaron inicia con unas líneas en el diario de Munir cuya entrada –la del domingo 21 de julio de aquel viaje– versa del siguiente modo: “la misión de adquirir eso que llamé experiencia ha sido todo un fracaso. Entiendo de un modo inédito la famosa frase de Piglia, ‘¿cómo narrar el horror de los hechos reales?’”.
La vida como escritor de Munir Hachemi comenzó aquel verano –sin que él lo supiera– la inusual travesía en la que Alejandro, Ernesto, G y él, cuatro jóvenes de clase media, se embarcaron para alcanzar el sur de Francia y trabajar en los campos de uva. Bolaño, Piglia, Monterroso, todos ellos exhortan a los jóvenes aspirantes a escritores a ser valientes y lanzarse a los caminos a rastrear el raro pecado de la juventud.
Durante una parte del viaje el grupo aventurero fue feliz hasta que todo aquello se convirtió en algo insoportable y no hubo razón para fingir. De modo que, en menos de un mes, los integrantes de la familia motivada por los escritos de Keruac, Hemingway, Auster y Bukowski, desmantelaron todo para empezar de otra manera. En lugar de hospedarse en un hostal alquilaron un espacio en un camping, en vez de trabajar en el campo encontraron faena en una granja de pollos y luego en una empresa biotecnológica que experimenta con el maíz. El efecto colateral para Hachemi fue devastador: Munir, ese joven mezcla de sangre argelina y andaluza, se quedó, de un momento a otro, sin amigos, sin dinero, sin mundo y se volvió vegano. Así, tiempo después de ese aprendizaje simbólico, empezó a escribir para conjurar aquel terco presente, el resultado es una novela, Cosas vivas (Periférica, 2018), con una marcada tendencia al relato de aprendizaje, en la que el escritor español marca su distancia con aquel espíritu aventurero, reservado en la literatura al varón de nuestra época, para estacionarse en el campo de una literatura que sacude los géneros. Ese verano no fue el comienzo, pero sí la huella primitiva de su vida como escritor.
Novela de aprendizaje
Años más tarde Munir Hachemi viajó a Pekín, la tierra de artistas como Ai Weiwei o la poeta Liu Xia, ambos, activistas que defienden la libertad de expresión, ahí el autor trabaja como profesor de literatura latinoamericana y desde ahí, también, toma la entrevista para La Jornada, el joven autor no pierde su espíritu combatiente: “probablemente se nos pierda con la conexión entre uno y cinco segundos pero eso no significa que se haya caído la llamada, en China WhatsApp no está permitido así que, para tomar esta plática estoy usando una web alterna”, advierte.
Cosas vivas es mencionada a lo largo de los pasados meses en diversos foros como una novela en la que, además de coquetear con la posibilidad de estirar los términos en los que se plantea la novela de formación, el escritor interviene en la discusión actual sobre la identidad, la migración, la situación laboral, política y economía. “Mi concepción sobre la novela de aprendizaje, y quizá la de toda mi generación, está mediada por una especie de ironía posmoderna, trata de adoptar la posición de mirar las cosas desde afuera. No es que esté agotada, pero en los términos en los que se plantea –las narraciones de muchachos en el burdel y violencia gratuita como esa experiencia que habilita el acceso a la escritura– es cansina, molesta, creo que la única manera que tenemos ahora de aproximarnos a la novela de aprendizaje, o por lo menos la única solución que encontré, es acercarse desde una visión que de entrada es irónica. Es una vecindad cáustica pero es una aproximación que se hace igual, reciclamos los viejos formatos narrativos para contar cosas nuevas”, cuenta el español, “este es un planteamiento muy de generación y que tiene que ver mucho con el Internet, al final creo que es la única forma para acercarse a este tipo de narración, mientras no podamos inventar otros formatos, hay que trabajar con esos que ya tenemos”.
Tras un canon literario que –desde Rulfo pasando Márquez hasta llegar a Bolaño– exploró sobre todo la transisión de la niñez a la vida adulta, llegaron nuevas generaciones de escritores que incluyen en sus intereses también el porvenir. ¿Hay alguna intención política detrás de todo esto? Munir tiene una postura al respecto, “para mí, esto está muy relacionado con lo que los autores llaman el compromiso, dentro de la historia de la literatura hay un movimiento en el que muchos escritores se comprometen con una causa y esto ya refleja un acto político”, pero sigue estando ahí la pregunta: ¿cómo se relaciona la literatura con lo político?, “la generación de escritores a la que pertenezco –los nacidos en los 80 y 90 del siglo pasado– nos encontramos obligados a cuestionarnos por los asuntos materiales en las que vivimos”. El español se diferencia de muchos que le precedieron en una cosa, cree que si no es posible cambiar la realidad con la literatura, por lo menos es posible cambiar la conversación.
Cosas vivas es todo eso. Una novela corta de ocho partes –nombradas con títulos de libros de Piglia, Desnoes, Cristina Morales, Márquez, Borges, Carpentier y Vonnegut– que describe la precariedad laboral asociada a la industria de la carne, la voracidad de la esencia del capitalismo y describe los procesos implementados por las multinacionales que usan semillas transgénicas para sus cultivos. Y, aunque lo que vivió el narrador es de una viveza impactate, el autor decidió marcar distancia de la especularización de la violencia. Con una elegancía única en su escritura y en sus respuestas, Munir hace que todo parezca sencillo, hay una especie de energía vital, alegre, durante su conversación –repleta de comentarios agudos con ese estilo muy suyo que mezcla la erudición y los límites del lenguaje–, esta vez, en un tono reflexivo cerró la entrevista con la siguiente observación, “lo interesante es que la literatura, de una manera bastante sorprendente, lleva mucho tiempo preguntándose por sus propios límites”. Con Cosas vivas Munir Hachemi no reinventó la rueda y ni falta que hace, lo que encontró ese verano que viajó con sus amigos fue que la materia de la que se alimenta la literatura contemporánea son las cosas vivas y gracias a eso se está convirtiendo en un poderoso generador estético y filosófico en el que chocan el poder de lo antiguo y el de lo contemporáneo.