Madrid. En el que quizá ha sido uno de los años más duros de su vida, por las muertes de su nieta e hijo, por la invasión bélica de Ucrania, la tierra de sus ancestros, el escritor estadunidense Paul Auster viajó a Madrid para recibir un homenaje por su larga trayectoria literaria y ser investido doctor honoris causa por la Universidad Autonóma de Madrid (UAM). En su relato, sentido, emocionado y vibrante, recordó que “la invasión rusa a Ucrania está a punto de entrar en su quinto mes, una devastación nunca vista en Europa desde la II Guerra Mundial”.
Auster, de 75 años y con una de las obras literarias más admiradas de la actualidad, lo que le ha convertido en un candidato permanente al Premio Nobel, viajó a España para recibir un nuevo reconocimiento a su brillante trayectoria como escritor. En abril pasado se hijo, Daniel Auster, murió de una sobredosis sólo dos semanas después de que fuera acusado por un tribunal de homicido involuntario, por el fallecimiento, en noviembre del 2021, de su hija de diez meses, que también murió por sobredosis de drogas mientras estaba a su cuidado. Desde entonces, Pauls Auster ha vivido una etapa de duelo y dolor, a lo que se ha sumado la guerra en la tierra de sus orígenes, Ucrania.
Eso explica en parte de su sentido discurso tras recibir el doctor honoris causa de la UAM, en el que inició con un recuerdo reciente, del año 2017, cuando le invitaron a Leópolis para participar en el Congreso Internacional del Club PEN. Ese día se convirtió en un relato que ahora se ve marcado en un momento en el que “la invasión rusa de Ucrania ha entrado en su segundo mes, desatando horrores y devastación a una escala que no se había visto en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, considero este pequeño ensayo como una premonición de lo que estaba por venir. A estas alturas (24 de marzo de 2022), Ivano-Frankivsk (el pueblo de su abuerlo) ya ha sido bombardeada dos veces, y quién sabe lo que pasará allí en las próximas semanas y meses”.
Y así recordó, en su discurso, que “una serie de circunstancias me llevaron a Ucrania en septiembre de 2017. Tenía que estar en Leópolis, pero aproveché un día libre para viajar a dos horas al sur y pasar la tarde en Ivano-Frankivsk, donde nació mi abuelo paterno a principios de la década de 1880. No tenía más motivo para ir allí que la curiosidad, o lo que yo llamaría el atractivo de una falsa nostalgia, pues lo cierto es que nunca conocí a mi abuelo y sigo a día de hoy sin saber casi nada de él. Falleció 28 años antes de que naciese yo, a la sombra de un pasado no escrito ni recordado, y, mientras viajaba hacia la ciudad que él había dejado a finales del siglo XIX o principios del XX, comprendí que el lugar en el que había pasado su infancia y adolescencia no era el mismo que en el que yo iba a pasar la tarde.
Aun así, quería ir allí, y al echar la vista atrás y reflexionar sobre las razones por las que quería ir, tal vez se reducían a un único hecho constatable: el viaje me llevaría a través de las sangrientas tierras de Europa del Este, el epicentro del horror provocado por las masacres del siglo XX, y si el hombre a la sombra de su pasado al que debo mi nombre no se hubiera marchado de esa parte del mundo cuando lo hizo, yo nunca habría nacido”.
Auster recordó que en la época en la que nació su abuelo, esta ciudad tenía una población de 18 mil habitantes, y en 1900 (año aproximado de su partida) vivían allí 26 mil personas, más de la mitad, judíos. “En el momento de mi visita, la población era de 230 mil habitantes, pero, durante los años de la ocupación nazi, el número de personas era de entre 80 mil y 95 mil, la mitad, judíos, y la otra mitad, no. Lo que yo ya sabía desde hacía algunas décadas es que, después de la invasión alemana en el verano de 1941, en ese mismo otoño, arrestaron a 10 mil judíos y los fusilaron en el cementerio judío y que, para diciembre, encerraron a los supervivientes en un gueto, desde donde se enviaron a otros 10 mil judíos al campo de exterminio de Belźec, en Polonia, y que luego, a lo largo de 1942 y principios de 1943, los alemanes condujeron, de uno en uno, de cinco en cinco y de veinte en veinte, a los judíos que quedaban vivos en Stanislau a los bosques que rodeaban la ciudad y los fusilaron, los fusilaron y los fusilaron, hasta que no quedó ni uno solo; decenas de miles de personas asesinadas de un tiro en la nuca y enterradas en las fosas comunes que habían cavado ellos mismos antes de que los mataran”.
Actualmente, en la ciudad de sus ancestros, también judíos, sólo hay entre 200 y 300 judíos. Y así relató su incursión en un pueblo donde anidaba la historia más terrible del siglo XX, que además escuchó de viva voz de algunos de sus protagonistas vivos, entre ellos un poeta, un rabino y unos vecinos del barrio donde habría crecido su abuelo.
Auster, emocionado, lamentó precisamente que casi un siglo después esa misma tierra devastada por el nazismo sea ahora objetivo de los bombardeos del ejército ruso.
La encargada de nombrar los méritos de Auster para recibir el Honoris Causa fue la profesora Laura Arce, que señaló que “Auster es un escritor y profesor reconocido internacionalmente que representa los valores del humanismo como creador y crítico literario, por su acervo cultural y su vinculación con la cultura europea, su compromiso y su visión crítica de las sociedades contemporáneas”.
Y que como escritor, traductor y cineasta, ha publicado 16 novelas, nueve libros de ensayo, cuatro libros de poesía y cuatro guiones para cine. “Su carrera literaria comienza como traductor y poeta en el París de finales de los años 60 y principios de los 70 tras haberse graduado en Columbia University. Esta aventura europea supone una influencia significativa en la obra del autor convirtiéndose en uno de los escritores norteamericanos con más influencia de la literatura europea”.
Durante la sesión solemne de la universidad madrileña también se concedió el Honoris Causa al profesor y ensayista Richard L. Kagan, especializado en la historia de la España de los Austrias.