Madrid. La brutalidad de la Edad Media también puede existir con la misma virulencia en pleno siglo XXI. Al menos eso pretenden evocar y advertir en el Teatro Real de Madrid con el estreno y puesta en escena de la ópera Juana de Arco en la hoguera, del compositor Arthur Honegger, en la que los cantos hipnóticos y voluptuosos del coro y la actuación magistral de la francesa Marion Cotillard provocaron los aplausos más encendidos ante una propuesta bella y temeraria.
La versión que produjo el Teatro Real junto con la Ópera de Fráncfort enlazó dos piezas musicales que tienen mucho en común.
A modo de prólogo se utilizó la obra creada por Claude Debussy, La doncella bienaventurada, inspirada a su vez en un poema de Dante Gabriel Rosseti, que relata la transición de una doncella entre los mundos mientras entona una plegaria que es un himno de amor.
Es una pieza a la vez sensual y mística, que sirve para poner en situación al espectador ante el torbellino de injusticias y arrebatos de la pieza central de la ópera, Juana de Arco en la hoguera, que relata precisamente el final de la heroína francesa según lo escribió el narrador Paul Claudel y del que el músico Honegguer hizo una versión operística con una voz narradora, hablada, que se intercala con las volcánicas intervenciones del coro, así como con los acontecimientos salvajes y estremecedores que ocurren en el escenario: lapidaciones, violaciones, torturas, burlas y vejaciones.
Regresión hacia el odio
A lo largo de la obra se advierte del peligro de la degradación humana (atemporal y universal), de que siempre existe el riesgo latente de una regresión hacia el odio, los impulsos primitivos, la deshumanización y el salvajismo de la Edad Media, cuando se quemaba a las “brujas” por caprichos de un pueblo fanatizado.
Además, el Teatro Real eligió a uno de los directores de escena más rupturistas y heterodoxos, el fundador de La Fura dels Baus, Àlex Ollé, que se inspiró a su vez en lo que motivó en gran medida a Honegger y Claudel para crear la pieza operística, es decir, el momento que les tocó vivir cuando la escribieron: los años 30 del siglo XX, cuando la amenaza para la humanidad era el nazismo, la enormidad de su arrogancia y la parálisis de las naciones frente a la brutalidad de una ideología que acabó devastando el mundo.
Como puercos en su chiquero
Para Àlex Ollé, más de 80 años después, el mito de Juana de Arco sigue igual de vigente entre fuerzas que parecen contribuir a la disolución de un ideal de unión de las naciones, crisis económicas y de identidad, entre la radicalización política y la reaparición de corrientes ultraconservadoras que amenazan el futuro. Y así lo plasmó en la ópera, donde los cardenales, los jueces y los miembros de la nobleza van ataviados como puercos en su chiquero.
Juana de Arco en la hoguera se estrenó en 1938 en versión concierto, pero su estreno más relevante fue en Orleans unos meses antes de la invasión de Polonia que marcó el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Debido a lo afectados que estaban por la situación, en 1945 introdujeron un prólogo que unía claramente la tragedia de Juana de Arco en el siglo XV y la expansión del nazismo en el XX. Esta segunda versión, con prólogo, 11 escenas y estrenada en 1946, es la que se presentó en el Teatro Real.
El director musical Juanjo Mena reconoció la dificultad de las piezas que interpretó la orquesta y le dio especial reconocimiento al Coro del Teatro Real, que posiblemente ejecutó una de las obras más complejas y arriesgadas de su repertorio, donde además hay una actuación estelar de la soprano Camilla Tilling y la mezzosoprano Enkelejda Shkosa.
En la música de la obra tiene una esencial importancia el uso de las ondas Martenot, muy poco habituales en salas de concierto o teatros de ópera, al ser un instrumento electrónico que utiliza un teclado, un generador de baja frecuencia y una bocina, con el cual el compositor recreó el sonido de un puerco hambriento, irracional y cruel; quizá como metáfora musical de ese ser humano cruel y despiadado de la Edad Media, que siempre está en riesgo de repetirse, incluso en pleno siglo XXI