De paso por México para asistir a la novena Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales (Clacso), Álvaro García Linera, ex vicepresidente del Estado plurinacional de Bolivia, reflexionó sobre los cambios vividos en América Latina a raíz de la guerra entre Rusia y Ucrania, la pandemia, la relación de la región con Estados Unidos, la creciente presencia china en América del Sur, las elecciones en Colombia y la condena a 10 años de prisión de la golpista Jeanine Áñez.
Alejado de responsabilidades gubernamentales, pero activo políticamente desde el campo de lo social, asegura que, con la guerra, los estadunidenses están felices porque van a vender su gas y petróleo a Europa, un mercado al que no habían entrado. Sostiene, además, que el desmantelamiento de los sistemas sanitarios en la región, basado en principios de rentabilidad y promovido por gobiernos neoliberales, es un crimen histórico.
A continuación, la primera entrega de una versión resumida de la entrevista que concedió a este diario.
–¿Cómo ha afectado a América Latina la guerra de Rusia y Ucrania?
–En lo inmediato, en lo económico será ambivalente. Los países que producen combustibles y alimentos mejorarán sus ingresos y divisas. La guerra con Ucrania ha acelerado la subida de los precios del gas, petróleo y alimentos. Hemos entrado a un ciclo de precios altos de las materias primas, de mediano alcance. La sustitución del mercado de la oferta de Rusia no va ser fácil ni instantánea. Vamos a tener petróleo por encima o bordeando los 100 dólares cinco años o quizás más. Igual con los alimentos.
“Pero para los países que necesitan importar estos productos será complicado, porque tienen que meter más dinero para garantizar la seguridad alimentaria. Y, para mantener estable el mercado del parque automotor, requieren aumentar las subvenciones a los combustibles, sacando dinero de otras fuentes, por ejemplo, de programas sociales contra la pobreza.
“En lo político-cultural es una señal que golpea la narrativa y la lógica del libre mercado planetario, que nos indujeron durante 40 años en América Latina. El que venga un presidente y con un decreto desglobalice 20 por ciento del territorio del mundo, y a un porcentaje parecido de la población, es un choque muy fuerte. Se supone que las leyes de libre mercado son naturales, que se valen por sí mismas, que no dependen de la voluntad humana. Sin embargo, viene un presidente y dice: ‘estos señores quedan desglobalizados, fuera del circuito financiero, fuera de la venta de mercancías’. El petróleo ruso es más barato que el crudo y que el gas norteamericanos, pero por decreto los rusos quedan fuera del libre mercado.
“Los estadunidenses están felices porque van a vender su gas y su petróleo a Europa, que era un mercado al cual no habían entrado. Pero la gente común dice: ‘¿cómo es que el libre mercado es una ley natural de la humanidad y la decisión de un gobierno la anula? ¿A qué están jugando? ¿No que el libre mercado es el destino de la humanidad?’.
“Aunque no se han dado cuenta los grandes gobernantes del mundo, eso provoca una serie de cataclismos cognitivos en la sociedad. Están generando un caos cognitivo. ¿A dónde vamos? Ese caos produce una incertidumbre desgarradora y desazón.
“Hace unos días, la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), la señora Kristalina Georgieva, decía, alarmada y apenada: ‘el horizonte se ha oscurecido’; el tramado de nuestro mundo se está deshaciendo. Eso va a tener efectos prácticos en la actitud de las personas al definir su horizonte.
“Sin embargo, en América Latina hay una buena oportunidad para enfrentar los efectos de la guerra, en términos económicos y sociales, con reformas progresistas de segunda generación que no vimos en la primera. Una de ellas es fortalecer la agricultura pequeña y mediana, para lograr la soberanía alimentaria de tu país y tu región, y exportar los excedentes para generar ingresos y regalías”.
–América Latina es una de las regiones más afectadas con la pandemia, con más muertos. ¿Qué balance haces de los efectos de esta plaga en la región?
–Primero: el desmantelamiento de los sistemas de salud de nuestros países, basado en el principio de rentabilidad y gasto mínimo, que implementaron gobiernos neoliberales, ha sido un crimen histórico. Esto provocó que, al enfrentar una adversidad tan terrible y planetaria, estuviéramos maniatados para proteger a la población. Una tarea a largo plazo es reforzar y potenciar un sistema de salud plural, comunitario, barrial, de grandes centros de atención médica; gratuito y universal, para todos los habitantes.
“La segunda son las terribles injusticias planetarias, y cómo, cuando viene una tragedia, los países que vociferan ‘libre mercado’ y ‘Estado mínimo’ se encierran, se vuelven proteccionistas, decimonónicos, no sueltan ni una medicina ni un respirador, se tragan sus palabras. Se vuelven los primeros defensores del proteccionismo y de un soberanismo de gran imperio y gran potencia, que deja al resto de países abandonado y liquidado. Algunas naciones ni siquiera con dinero podían comprar vacunas cuando salieron las primeras, tuvieron que esperar. Hasta el día de hoy hay otros que siguen esperando tenerlas.
“Es un mundo muy injusto. El mercado no es un buen distribuidor. Saquemos de la cabeza la idea de orden mundial solidario, de libre mercado, regulador automático y natural que equilibra las cosas. Los ricos se protegen y se encierran y les importa un comino lo que pase con el resto de los pobres. Ni el sometimiento a grandes imperios y grandes potencias te va a proteger. Ellos se protegen a sí mismos. Ésa es la lógica, casi de ley de la selva, que ha regido durante la pandemia. Y eso se va repetir en los siguientes años.
“Tercera. ¿Quién ha salvado los mercados? No el mercado. ¿Quién ha salvado las bolsas de valores? No la bolsa de valores. ¿Quién ha salvado a las grandes empresas del mundo? No han sido ellas. Ha sido el Estado, el denostado, maldecido, vapuleado Estado, el que ha salido a imprimir dinero para proteger parcialmente a los más pobres y, fundamentalmente, para que no colapsen y se derrumben los mercados.
“El Estado sigue siendo el gran aglutinador de las estructuras sociales de nuestro mundo, no son los mercados. El Estado es el único actor político en el mundo que ha salido al frente, cuando todo lo demás se derrumbaba. Cuando nadie sabía si se iba a morir o no el día de mañana; cuando nadie sabía si había que ir a trabajar o no; cuando nadie sabía lo que iba a pasar con la humanidad, los estados, mal o bien, de manera equivocada o acertada, establecieron lineamientos, pautas mínimas, que la gente obedeció: trabajar parcialmente, no trabajar, encerrarse, ir a hacerse curar, protegerse.
“Esto marca un nuevo inicio de la acción política de transformación. En los siguientes 30 o 40 años vamos a tener más Estado, no menos Estado. ¿Cómo se equilibrará eso con el mercado? Nadie lo sabe bien.
“La pandemia es un hecho total a nivel planetario y sus efectos son igualmente totales. Uno de ellos es que el libre mercado no protege a las personas; necesita a los estados o tener estados para crecer y expandirse. ¿Qué pasaría si la sociedad utiliza el Estado para protegerse?
“Es un momento en donde las viejas creencias planetarias de clases altas, medias y bajas, de intelectuales y de políticos, respecto al horizonte de expectativas que uno debía tener, se han derrumbado. La pandemia nos ha arrojado a un tiempo de perplejidad, estupor e incertidumbre. Esta es la característica de este tiempo. Las viejas certidumbres comienzan a diluirse, a mostrar porosidad, a entrar en declive. Y no surgen nuevas. No es como decía el gran Gramsci, ‘lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer’. No, lo viejo no acaba de morir, va a tardar mucho y no hay nada nuevo. Nadie sabe qué cosa es lo nuevo. Es un tiempo paradójico.
“Pero eso no puede durar mucho. La gente tiene que, tarde o temprano, aferrarse a algo. A lo que sea, a lo que aparezca. Irse hacia un lado o para el otro. Necesita certidumbre y el momento en que se lance a buscarla es el momento en que abre su mente a nuevas creencias. Y ahí se va a definir el futuro: sea por el lado de la justicia social, del progresismo, de las izquierdas, de la igualdad; o por el lado del autoritarismo, de la violencia, del racismo.
“Mientras tanto, vivimos este tiempo sin futuro, un pasado que está en declive y una carencia de imaginario de futuro. Por eso es un tiempo liminal”.