En la preciosa película Llévate mis amores, de Arturo González Villaseñor (2014), Las Patronas van a la estación del tren y, cuando baja la velocidad (que nunca es muy grande), los migrantes levantan su brazo en el aire y las mujeres les tienden bolsas de plástico con comida (arroz y frijoles) y agua.
–Me llamo Norma Romero Vázquez y vivo en un pueblo en Córdoba, municipio de Amatlán de los Reyes, Veracruz, que se llama La Patrona, en el que se venera a la Virgen de Guadalupe.
Norma tiene un rostro y un cuerpo que dan ganas de abrazar.
–A los migrantes les damos bolsas de ropa. Nosotras iniciamos nuestra ida casi cotidiana a la estación de Amatlán en el año de 1995; no teníamos conocimiento de lo que pasaba en Centroamérica, no sabíamos que muchos jóvenes esperaban el paso del tren para irse, tampoco teníamos idea de que toda la gente, tantísima gente, quería salir de su país y el tren era su esperanza; pensábamos que eran de México. No teníamos idea de que eran migrantes centroamericanos.
“De repente, un día por la mañana, mi mamá mandó a dos de mis hermanas a comprar pan y leche. En los vagones hay unos espacios donde los pobres migrantes se acomodan y van parados y viendo todo lo que es el tránsito; así siguen durante todo el viaje. Ese día, ellos vieron a mis hermanas paradas con las bolsas de pan y las cajas de leche. Les empezaron a gritar: ‘¡Madre, tenemos hambre, regálanos algo!’ Al escucharlos, les dieron el pan, las cajas de leche. Cuando llegaron a la casa, mi mamá les preguntó:
–¿Y el pan? ¿Y la leche?
–Fíjate, mamá, que en el tren va gente, pero no es mexicana, que nos dio mucha pena.
“¿Quiénes son, por qué van viajando así y de dónde vienen? Se ven mucho más amolados que nosotros. Mi mamá dijo: ‘Si la gente tiene hambre, vamos a darles de comer’; en ese entonces la canasta básica era barata y había para compartir.
“Al otro día hicimos 30 porciones, 30 lonchecitos y estuvimos esperando. En el lonche había 10 taquitos de huevo, de arrocito, de frijolitos, que habíamos empacado bien para que no se cayeran y se los diéramos a las volandas. Dijo mi papá: ‘Bueno, les van a dar el taco, ¿con qué se lo van a bajar? Denles agua’. Mi papá nos dio la idea de amarrar una botella a cada lado de una cuerda para que ellos la agarraran con facilidad, una botella de medio litro.
“Ahí fue el inicio. Aumentó día a día la repartidera al paso del tren. No sabíamos quiénes eran. Nosotros vivíamos cerca del cambio de los trenes, en La Patrona. Una vez paró más tiempo y pudimos acercarnos a preguntarles de dónde vienen y por qué. Lo que nos dijeron fue: ‘No hay trabajo; somos de Honduras; somos de Nicaragua; somos de El Salvador; somos de Guatemala’. ‘¿Por qué están viajando de esta forma?’ ‘No hay trabajo en nuestro país. Nos vamos a morir’. Ya se hablaba de la violencia.
–Pero, ¿querían ir a Estados Unidos o quedarse en México?
–Exactamente no querían quedarse en México. La mayor parte de la gente busca llegar a Estados Unidos o a Canadá, donde haya más oportunidad. Muchos decían: “No queremos quedarnos, sólo queremos pasar”. Al principio no había tanta violencia como ahora, que los maltratan.
–¿Quién provoca la violencia? ¿El Ejército rechaza a los migrantes?
–Todo es contra los migrantes. La persecución del Instituto Nacional de Migración es mucho mayor. Muchos policías abusan de ellos,les quitan lo mucho o poco que traen; sólo están en la frontera para maltratarlos. Desde que los migrantes inician su caminar, desde Guatemala o El Salvador, toman distintas rutas para llegar al sur de México; la policía no deja de extorsionarlos como hacen los polleros y otros malvados. Cuando llegan al sur, al Suchiate o a Tenosique, Tabasco, los maltratan muy feo. Por todos los lugares donde van pasando hay policías de todos los estados listos para atraparlos y espantarlos: ‘Si no me das, te vamos a llevar a Migración’, y ellos prefieren soltar lo poquito que traen con tal de seguir su camino.
“Al paso de los días, encuentran más obstáculos, más extorsiones. Lo bueno es que en todo este paso hay varios albergues y ahí pueden alimentarse, descansar y agarrar fuerzas para continuar. Traen un cambio de ropa, zapatos que muchas veces se acaban, y en los albergues solicitan calzado, ropa y, sobre todo, descanso para recuperarse y volver a echar a andar.
“Nosotros tenemos un albergue, el Comedor Esperanza del Migrante. Nos conocen más como Las Patronas, grupo de mujeres que decidimos organizarnos. El espacio del albergue es un terreno que me regalaron mi padre en vida, Crisóforo Romero Arragá, y mi madre Leonila Vázquez Alvízar. Mi padre nos dio a cada hijo un lugar donde vivir, y yo decidí compartirlo con la gente que ahora vive tan mal. Aunque es un lotecito medianito, tenemos la cocina, un espacio para los voluntarios y, gracias a la difusión, mucha gente ha aportado su ayuda. Antes teníamos colchonetas y ahora tenemos camas.
“Ahora ya conocemos al padre Solalinde, quien está en Oaxaca; al padre Prisciliano, de Sonora; a don Raúl Vera, igual que al padre Pedro Pantoja, que en paz descanse, pero sigue su albergue en Saltillo. Somos una red que nos conocemos desde 1995. Ya son 27 años de trabajo de Las Patronas: mi madre Leonila Vázquez, que es la jefa, y cuatro hermanas: Bernarda, Rosa, María Antonia y yo. Es un trabajo muy bonito, ver a las personas y ayudarlas y recibir las miles de bendiciones de toda la gente que hemos podido auxiliar tanto en las vías del tren como en el albergue.”