Una escuela de la desigualdad. La llegada cada año de un nutrido grupo de estudiantes adolescentes, de clase acomodada, al campamento escolar Los Pinos, cercano a un poblado indígena, es motivo de alborozo agradecido para los habitantes que reciben, como donativos, despensas y ropa usada por parte de los dirigentes del plantel. Los alumnos observan con desconcierto y recelo ese ritual de caridad forzada que consiste en aliviar las necesidades básicas de la misma población pobre que sus maestros les han enseñado a considerar como una horda de salvajes rencorosos de los que siempre será prudente desconfiar. “No se acerquen a los nativos” es la primera regla de seguridad que deben acatar los púberes criollos, de estricta formación religiosa, adiestrados para preservar los privilegios de la clase social a la que pertenecen. Todo el campamento es un área protegida por una larga cerca alambrada que separa este microcosmos de la civilización cristiana de aquel mundo extrañamente hostil de quienes en otro tiempo, no muy lejano, se abandonaban a prácticas paganas que incluían los sacrificios humanos. Cuando los alumnos se percatan de que en la cerca alguien ha practicado un agujero misterioso, cunde la alarma por no saber si alguna bestia depredadora o alguno de los nativos tan temidos (“Tengo miedo que un fantasma mexica se nos aparezca”, confiesa un joven), pudiera representar una sola y misma amenaza.
En El hoyo en la cerca (2021), su segundo largometraje de ficción, el realizador y guionista mexicano Joaquín del Paso ( Maquinaria Panamericana, 2016), ofrece un relato, en clave de thriller negro, sobre el poder destructor de las paranoias colectivas alimentadas por prejuicios de clase. Algo novedoso es que los protagonistas de este agudo instinto de preservación de casta, no son ya los adultos propietarios de un área residencial protegida que se organizan para expulsar a los parias sociales que la invaden ( La zona, Rodrigo Plá, 2007), sino un grupo de preadolescentes, casi niños, que repiten, calcan y acaso magnifican los reflejos racistas y las inercias del desprecio clasista del que hacen gala sus propios padres y profesores. Estos últimos inculcan en ellos el culto a la superioridad moral y a la fuerza, a todo lo que es excepcional y alejado siempre de las masas, a la manera de ciertas especies raras, esas aves singulares, los Turdus albocinctus, que son “machos que se aparean entre sí, sin hembras, incluso con los más jóvenes”. La metáfora es transparente: el buen joven cristiano, de clase alta, tiene como interlocutores exclusivos a quienes en todo se asemejan a él, ya sea por el cultivo de la virtud o por la defensa de sus intereses y su casta. Fuera de esa utopía patriarcal y misógina, todo es un territorio agreste poblado por seres primitivos a los que es preciso educar en el respeto o marginar para una mejor defensa del orden social.
Con este duro señalamiento de la mentalidad de una élite dispuesta a tomar distancias casi sanitarias con comunidades pobres que son recordatorios incómodos de su propia condición privilegiada, la nueva cinta de Joaquín del Paso podría recibir el reproche de contribuir a una polarización mayor en la sociedad mexicana, de practicar un tipo de racismo al revés hacia los llamados whitexicans, o de fomentar el rencor social –anatemas antes dirigidos contra la cinta Nuevo orden (2020), de Michel Franco. Ciertamente la representación de los maestros e ideológos fundamentalistas en El hoyo en la cerca roza a ratos la caricatura fácil, a lo que se añade la alegoría de ese juego de masacre que es el rally de banderas durante el cual los alumnos se transforman en un clan salvaje, con rostros pintarrajeados y gestos de crueldad extrema, como reminiscencias de El señor de las moscas, la novela del británico William Golding.
Sin embargo, Joaquín del Paso no incurre en una violencia demasiado gráfica al aludir a situaciones delicadas como el acoso sexual infantil o incluso al bullying contra el condiscípulo becado, considerado intruso por sus rasgos indígenas, o a una estigmatización homofóbica muy propia de un ambiente escolar en el que suelen cultivarse los valores excluyentes de la hombría. Es claro que el director de esta película no promueve de modo alguno la polarización social, simplemente se limita a constatarla de modo muy directo, señalando de paso la gravedad de sus efectos, sugiriendo además que todo ello procede de una vieja escuela de la desigualdad social. Se trata de un thriller inteligente, con ritmo muy ágil, estupenda factura artística (en fotografía y diseño de sonido), y un tema polémico abierto a más de un debate. Esto es mucho más de lo que suele ofrecer la cartelera comercial estos días.
Se exhibe en la Cineteca Nacional, Cinemanía, Cinépolis y Cinemex.