Con apoyo del Gobierno de la Ciudad de México, la cooperativa Biomiel artesanal, que se fundó desde hace tres décadas, buscar exportar sus productos como cremas, champú, desodorantes, bálsamos y polvo al extranjero.
Regina Galicia, quien se encuentran al frente de la misma, cuenta que no ha sido fácil abrirse paso en el mercado, por lo que aun cuando ya están consolidados acudieron a la Secretaría del Trabajo y Fomento al Empleo para obtener el apoyo que ofrece a fin de fortalecer las cooperativas.
Con los recursos obtenidos, del orden de 120 mil pesos, detalla que ha adquirido equipo, materia prima y ha remodelado las instalaciones para hacer eficientes sus tiempos y mejorar la calidad de los productos.
Los apicultores como ella coinciden que en el país el estado que más produce y exporta es Yucatán, donde se vende el kilogramo de miel en 30 pesos, “pero el que se lleva la mayor ganancia es el coyote (intermediario)”, mientras en la ciudad se vende entre 180 y 250 pesos.
También en Xochimilco, pero en la calle Hidalgo, de la colonia La Asunción, Sandra Corales Hernández tiene su local Abejas de Barrio, desde donde se traslada a su colmenar en una canoa que conduce por la zona lacustre, entre la chinampería.
Del embarcadero detrás de la capilla La Santísima –popular porque fue escenario en la película María Candelaria– zarpa con su equipo de protección y uno de sus colaboradores, Eduardo Escudero, encargado del remo que usa de pie.
Sandra cuenta que la crianza de abejas está dentro de la actividad ganadera como una de las más productivas en reproducción de la especie, pero no es la más rentable, “es amor al arte” y sobre todo aprecio a la función del insecto en el ecosistema y para la seguridad alimentaria, ya que es el principal polinizador de plantas que generan frutos.
El año pasado su apiario, con 21 colmenas, produjo 10 kilogramos de miel, “que no es suficiente para sobrevivir”; para asegurar que el proyecto sobreviva, lo complementa con la venta de productos elaborados con miel y otros derivados de la colmena, como propóleo, jalea real y cera, así como la impartición de cursos y talleres, apiturismo e iniciativas como Mi colmena, que ofrece a particulares dentro de su apiario.
Trabajar en redes de economía solidaria le permitió acercarse a la apicultura y quedó enganchada al insecto, al que decidió dedicarse por completo hace tres años, primero en una labor didáctica al organizar visitas a los apiarios cercanos a fin de enseñar la importancia de las abejas y la función del apicultor, hasta que pudo rentar una chinampa e instaló su colmenar.
A unos metros, rodeado de plantas de higuerilla –reconocible por un arco con la cromática similar a las que decoran las trajineras–, se escucha el zumbar de las abejas que pecorean a la orilla del canal.
Protegidos con overol, velo y guantes repelentes, una cuña y un ahumador de latón que ayuda a controlar a las abejas, Corales y Escudero inician la revisión de la colonia, cada colmena verificada cuenta con una cámara de cría con 10 bastidores donde Sandra reconoce entre cientos de obreras a los zánganos y en las celdas los huevos depositados por la abeja reina y las larvas.
Considera que la miel “es prácticamente un producto gourmet”, y advierte que los frascos que se venden muy baratos afuera de los mercados públicos o en la calle no son de miel, son de jarabe de maíz.