¿Cuántas veces más veremos caminar a las comunidades indígenas desde sus lejanos parajes hasta la capital de la República para ser escuchadas? ¿Cuántas veces el gobierno las ha escuchado, les ha prometido y no les ha cumplido?
Han pasado 30 años de la Marcha por la Paz y los Derechos Humanos de los Pueblos Indios que salió de Palenque, Chiapas, en marzo de 1992 y llegó a la Ciudad de México en abril. Aunque la capital ya había visto a la Montaña de Guerrero pintar de rojo la avenida Juárez y Madero, fue la larga caminata de choles, tseltales y tsotsiles de la organización Xi’Nich (“Hormiga” en ch’ol) el primer campanazo nacional mero indígena de aquel fin de siglo cuando tanto cambiaría el escenario político de los pueblos originarios.
En 2022 son pueblos wixaritari del norte de Jalisco los que anduvieron cerca de mil kilómetros para llegar al santuario guadalupano de la Villa y a la Plaza de la Constitución en la CDMX para tocar a la puerta del Palacio Nacional y presentar sus exigencias, ampliamente documentados en este número de Ojarasca.
En estos 30 años la voz indígena no ha cesado de proclamar con dignidad la justeza de sus demandas. Los sucesivos gobiernos se caracterizaron por prometer, para cumplir a medias o para nada su palabra hueca. ¿Será distinto esta vez?
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