De pie al centro del pequeño auditorio, Marlene Vázquez, directora del Centro de Estudios Martianos, habló con la voz entrecortada y las lágrimas a punto de brotar. En unas frases se refirió a la situación de su país, Cuba, que carga largos años de bloqueo económico y una crisis que la pandemia profundizó. Se refirió a “una crisis de valores”, a la “espiritualidad dañada”, a “porciones desesperadas” de la población que hacen “concesiones de tipo ético que en otras circunstancias no harían”.

Hay cubanos, siguió, que piensan que los Estados Unidos “son un gigante de azúcar, con un brazo de Lincoln y otro de Wendell Phillips, que nos van a poner a todos en la abundancia y en la riqueza. Es una verdad dolorosa, pero es así”.

La escena ocurrió el jueves pasado en un foro dedicado a la isla en el contexto de la novena Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales. En las exposiciones de los ponentes, que hablaron de una gran variedad de temas, habían desfilado los costos del bloqueo, las carencias de esta hora, la resistencia y el papel de Cuba como referente regional.

La asistencia fue pobre, quizá porque la mesa se llevó a cabo en la Coordinación de Humanidades, que no es una de las sedes de más fácil acceso. La mayoría de los asistentes fueron investigadores cubanos de distintas disciplinas, adscritos a centros afiliados al Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso).

Mariela Castro habló de educación sexual y una joven investigadora preguntó qué hacer si las jóvenes no tienen acceso a anticonceptivos (“y no todo es el bloqueo”). Otra voz se refirió, con preocupación, al “auge del neoconservadurismo religioso”.

Enrique Gómez, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, hizo un buen resumen de varias intervenciones al hablar de los “esfuerzos y contradicciones” del proceso cubano.

Para hablar de Cuba, dijo, “tenemos que hacerlo desde la honestidad: Cuba es un referente para nuestra región, y no porque sea un proceso perfecto, porque de él se puede aprender. Se puede aprender de la trayectoria llena de agresiones, de su capacidad de resistencia y también de sus errores”.

Gómez habló también de la necesidad de reconocer “los sacrificios cotidianos y los esfuerzos que realizan las familias cubanas en este contexto de adversidades”.

En la lista de los “esfuerzos”, entendidos como cambios en curso o posibles, se refirió a la necesidad de “potenciar las empresas estatales, que no por serlo son socialistas”; de la necesidad de promover la autonomía municipal y abandonar las “lógicas de centralización”, de la “diversificación de los actores económicos actuales”.

El investigador se refirió también a la necesidad de incorporar a las juventudes al “proceso revolucionario”, por la vía de un programa destinado a la niñez y las juventudes que actualmente está a debate y que, aquí la novedad, se pretende construir con la participación de los jóvenes para romper “la lógica que ha imperado de políticas sectoriales y verticales”.

Igualmente, Gómez dijo que en Cuba hay “insuficientes mecanismos de participación”, además de una burocracia que “secuestra los espacios de participación y de privilegios, lo que es nefasto para el desarrollo socialista”.