Las recientes elecciones confirmaron el avance territorial de Morena, el amplio apoyo ciudadano hacia AMLO, y la caída gradual pero sistemática de la oposición partidista en términos de votos y de influencia política.
Disciplinar y desfondar. El propósito del Presidente desde que abrió el proceso sucesorio ha sido doble: disciplinar a su coalición electoral en vista de las elecciones en 2024, y desfondar a la oposición partidista. Lo primero lo requiere porque, a diferencia del régimen autoritario, no cuenta con un partido disciplinado. Lo segundo es imperativo no tanto porque se avizore una derrota electoral en las presidenciales. Más bien esos propósitos convergen en uno: las mayores posibilidades de triunfos de Morena en la segunda mitad del sexenio, y particularmente en 2024, dependen de que no haya rupturas en su coalición electoral. Hasta el momento ha tenido éxito, pero nada en política está escrito para siempre.
La otra cuarta. En medio de lo anterior surge un viejo debate ahora motejado primero por la perspicaz política príista Dulce María Sauri ( Proceso, 5 de junio) y luego por el no menos perspicaz analista político Silva Herzog-Márquez ( Reforma, 6 de junio), como Morena es la cuarta transformación del PRI.
Operación hegemon. Para articular esta pretendida transformación se recurre al concepto controversial y polifacético de hegemonía. La palabra es de muy larga data aún en el análisis político mexicano. Silva Herzog, en su artículo mencionado se refiere al concepto en Gramsci, pero se orienta más a la interpretación de Sartori.
Sartori. Según el politólogo italiano el sistema de partido hegemónico es aquel arreglo en el cual, “habiendo varios partidos, la alternancia es impensable porque la competencia es una pantomima” (1980). El autor concreta dos subtipos: hegemónico ideologizado (Polonia) y hegemónico pragmático (México).
Gramsci. Para el intelectual comunista heterodoxo, la supremacía de un grupo social se manifiesta tanto como dominio y como dirección intelectual y moral. Al analizar el proceso de unificación en Italia subraya una forma especial de hegemonía que denomina transformismo y que consiste en la absorción, gradual, molecular, pero continua de los elementos activos salidos de grupos aliados, pero también, de grupos adversarios que parecían enemigos irreconciliables.
Crisis orgánicas. En el contexto de sus análisis de las crisis, éstas se encuentran determinadas por el fracaso de la clase dirigente cuando emprende transformaciones estratégicas que obtuvieron apoyo y amplio consenso de las élites. La desarticulación de esas élites empuja a construir una nueva hegemonía que pasa por la decapitación intelectual de las dirigencias opositoras por medio de la cooptación. Es decir el transformismo.
¿Es Morena el nuevo PRI? No. Por dos razones.
El PRI era un partido hegemónico en el seno de un régimen político hegemónico. Caben las dos definiciones de hegemonía: de Sartori y de Gramsci. El régimen construyó su hegemonía a partir del PRI con sus aparatos corporativos, pero sobre todo por medio de la escuela pública y los libros de texto único, los medios de comunicación particularmente la radio y la televisión, y el apoyo de las clases medias gracias al impulso a las universidades, y a las iniciativas culturales enfocadas a intelectuales, académicos y profesionistas libres. La segunda razón por la cual no es el nuevo PRI es porque el ámbito mundial en el que operó el priísmo era un contexto mundial cerrado. Hoy aún con todos los signos proteccionistas, que llevan a algunos a hablar de desglobalización, estamos en un mundo abierto e interconectado.
Pero si se mueve como león, ruge como león y parece león, ¿no es un león? Pues no. Puede ser un espejismo. Va en camino de convertirse en dominante. Pero no es hegemónico. Es más, Morena no es un partido, sino una coalición electoral. En cuanto al régimen aún no sabemos qué es.
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