Mientras Estados Unidos y las naciones integrantes de la Unión Europea “entiendan” la paz como el fortalecimiento del gasto en armamento, entonces sólo profundizarán el daño a sus propias economías provocado por sus sanciones contra Rusia y el propio desarrollo de la guerra en Ucrania, conflicto que fácilmente era evitable si se hubiera privilegiado la diplomacia y, sobre todo, cumplido los compromisos adquiridos sobre la no expansión de la OTAN.
Es notorio cómo el gobierno estadunidense, de la mano del bloque europeo, permanentemente atiza el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, con el objetivo de hacer un pingüe negocio con la venta de armamento a la nación invadida, al tiempo que la endeuda hasta un nivel imposible de solventar. Cómo olvidar, por ejemplo, el reciente anuncio del gobierno alemán: para “fortalecer la paz”, creará un “fondo especial” de 100 mil millones de euros para financiar el “mayor plan de modernización militar desde la Segunda Guerra Mundial”. Como en este espacio se ha comentado, la Unión Europea y el propio Estados Unidos se quedarán sin petróleo, sin gas, sin alimentos y con creciente inflación, pero si se trata de ese tipo de “paz”, las arcas están abiertas de par en par. Jugosas utilidades para los “pacíficos” militaristas y hambre para sus poblaciones.
Pero las interminables sanciones impuestas a Rusia –con el grave efecto búmeran que han implicado– no sólo golpean a sus promotores, sino que afectan gravemente a las economías estadunidense y europeas, que ya no sienten lo duro sino lo tupido, cada vez que a sus “líderes” (todos ellos de derecha y ultraderecha) se les ocurre aplicar más y más “castigos” en contra del oso.
El efecto crecientemente negativo se ha globalizado y no sólo golpea a las economías de los promotores de las sanciones (ridículas la mayoría de ellas), mientras sus “pacifistas” se hinchan de ganancias. Regiones que nada tienen que ver con esa política pagan las consecuencias.
En este tenor, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) resume el daño provocado a esta región: “el auge de precios de alimentos y materias primas afecta a los países según su situación en lo que se ha llamado la ‘lotería de los productos básicos’”.
Es desigual la distribución del daño económico en la región: intenso en algunos países e industrias, y prácticamente nulo en otros. El grado de dependencia de cada país en materia de petróleo, gas y otros productos primarios determina los impactos de la ruptura del suministro. No obstante, como quedó claro a partir de la pandemia, las interrupciones, aunque sean menores en una región, pueden generar cortes de suministro importantes en lugares lejanos.
Pese a lo anterior, hay elementos en común que golpean a América Latina y el Caribe, señala la Cepal, por ejemplo, el aumento de la incertidumbre y sus impactos sobre la inversión en un contexto regional en el que la recuperación económica pospandemia se agotó y las tasas de crecimiento volverán a su bajo nivel del período 2014-2019, apenas 0.3 por ciento comopromedio anual, con la consiguiente caída del PIB por habitante. Los efectos de la escasez y los aumentos de precios, por ejemplo, del gas, trigo o fertilizantes, deben analizarse en el contexto de un mundo que aún está recuperándose de los efectos económicos y sociales de la pandemia.
Otro elemento común es el aumento de las tasas de interés en las economías industrializadas como respuesta al mencionado aumento de la inflación. La salida (o menor ingreso) de capitales que ello tiende a ocasionar en los países de la región puede constituirse no sólo en una fuente adicional de incertidumbre financiera, sino en una fuente adicional de inflación.
Las economías regionales enfrentan una coyuntura difícil en 2022. Por un lado, puntualiza la Cepal, existe un contexto externo que antes del inicio de la guerra mostraba una desaceleración del ritmo de la actividad económica y el comercio internacional, pero que el conflicto, la persistencia del covid-19 y el incremento de los precios de la energía y de los alimentos han vuelto aún más difícil.
Las rebanadas del pastel
Otra historia de la ya famosa puerta giratoria: Gabriel Contreras, ex presidente del Instituto Federal de Telecomunicaciones ahora trabaja para la trasnacional estadunidense AT&T (que en México encabeza Mónica Aspe, hija del ex secretario salinista de Hacienda, el de los “mitos geniales”), es decir, uno de los consorcios que ese “órgano autónomo”, “regula y supervisa”.