La guerra en Ucrania está en su cuarto mes, sin signos de cese del fuego o resolución a la vista. El presidente ucranio, Volodymir Zelensky, ha descartado un cese del fuego con concesiones, las fuerzas rusas intentan capturar el este de Ucrania, y la política de Estados Unidos es brindar apoyo militar al gobierno de Zelensky por todo el tiempo necesario para debilitar a Rusia, con la esperanza de provocar un cambio de régimen en Moscú.
Estos sucesos no pintan bien ni para Ucrania ni para el mundo, sostiene Noam Chomsky, intelectual considerado por millones de personas un tesoro nacional e internacional. En esta entrevista, Chomsky llama a que las fuerzas capaces de poner fin a la guerra encuentren formas constructivas de terminar con estas tragedias. Además, analiza el nuevo y sumamente peligroso orden global que está cobrando forma.
–Después de meses de combates, hay todavía muy poca esperanza de paz en Ucrania. Rusia concentra ahora sus esfuerzos en controlar el este y el sur del país con la probable intención de incorporarlos a la Federación Rusa, en tanto Occidente ha dado a entender que aumentará el apoyo militar a Ucrania. Funcionarios ucranios han descartado un cese del fuego o concesiones a Moscú, aunque el presidente Volodymir Zelenskyy declaró que sólo la diplomacia pondrá fin a la guerra. ¿Acaso estas dos posiciones no se cancelan mutuamente? ¿Será que ninguna de las partes está interesada en la paz?
–Regresaré a esas preguntas, pero debemos considerar con cuidado lo que está en juego. Es mucho. Va mucho más allá de Ucrania, aun con lo desesperada y trágica que es la situación allá. Cualquiera con una fibra moral querría reflexionar a fondo en los asuntos, sin posturas heroicas.
En primer lugar está la invasión de Putin a Ucrania, un crimen (repitamos una vez más) comparable a la invasión estadunidense de Irak o a la invasión de Polonia por Hitler y Stalin, acciones como aquellas por las que los criminales de guerra nazis fueron ejecutados aunque sólo los derrotados son sujetos a castigo en lo que llamamos “civilización”. En Ucrania el saldo será terrible mientras la guerra persista.
Hay también consecuencias más amplias, que serán colosales. No es exageración. Una es que decenas de millones de personas en Asia, África y Medio Oriente enfrentan la hambruna conforme el conflicto avanza y corta suministros agrícolas muy necesarios, procedentes de la región del Mar Negro, proveedora principal de muchos países, entre ellos algunas en situación de desastre, como Yemen. Volveremos a la forma en que se maneja esto.
En segundo lugar está la creciente amenaza de una guerra nuclear terminal. Es muy fácil construir escenarios plausibles que conducen a una rápida intensificación del conflicto. Por nombrar uno, ahora mismo Estados Unidos envía avanzados misiles antinaves a Ucrania. Ya han hundido el buque insignia de la armada rusa. Supongamos que haya más ataques. ¿Cómo reaccionará Rusia? ¿Y qué seguirá?
Por mencionar otro escenario, hasta ahora Rusia se ha abstenido de atacar las líneas de suministro usadas para enviar armamento pesado a Ucrania. Supongamos que lo hace y entra en confrontación directa con la OTAN, es decir, Estados Unidos. Podemos dejar el resto a la imaginación.
Circulan otras propuestas que muy probablemente conducirían a la guerra, es decir, al fin de todos nosotros, hechos que no parecen recibir una consideración adecuada. Una es el llamado generalizado a instalar una zona de exclusión aérea, lo que significa atacar instalaciones antiaéreas dentro de Rusia. Algunos entienden el extremo peligro de esas propuestas, sobre todo el Pentágono, que hasta ahora ha sido capaz de vetar las más peligrosas. ¿Durante cuánto tiempo sostendrá ese ánimo?
Estas perspectivas son horrendas. Cuando observamos lo que en verdad sucede, la cosa empeora. La invasión a Ucrania ha revertido los esfuerzos muy limitados de enfrentar el calentamiento global, que muy pronto se convertirá en achicharramiento global. Antes de la invasión se estaban dando algunos pasos para evitar la catástrofe; ahora se ha dado marcha atrás a todo. Si eso continúa, estamos fritos.
Un día el PICC emite otra severa advertencia de que, para sobrevivir, necesitamos empezar hoy mismo a reducir el uso de combustibles fósiles. Ahora mismo, sin demora. Al día siguiente, el presidente Biden anuncia una fuerte expansión de la producción de combustibles fósiles.
El llamado de Biden a incrementar la producción es mero teatro político. Nada tiene que ver con los precios de los combustibles y la inflación, como se afirma. Pasarán años antes de que los venenos lleguen al mercado, años que podrían emplearse en llevar al mundo con rapidez hacia la energía renovable. Eso es del todo posible, pero apenas se habla de ello en los círculos dominantes. No hay necesidad de comentarlo aquí. El tema ha sido analizado de manera experta por el economista Robert Pollin, en otra de sus contribuciones esenciales para entender este asunto crucial de supervivencia y de acción sobre tal entendimiento.
¿Qué podemos hacer entonces para facilitar que se ponga fin a esta tragedia? Comencemos por una obviedad virtual. La guerra puede terminar de una de dos formas: habrá un acuerdo diplomático o uno de los dos bandos capitulará. El horror persistirá hasta que haya acuerdo o capitulación. Al menos eso debería estar fuera de discusión.
Un acuerdo diplomático difiere de una capitulación en un aspecto crucial: cada bando lo acepta como tolerable. Eso es cierto por definición y, por tanto, resulta indiscutible.
Por consiguiente, un acuerdo diplomático debe ofrecer a Putin alguna puerta de escape, lo que ahora quienes prefieren prolongar la guerra llaman con desdén un “hoyo ratonero” o una “conciliación”.
Eso lo entienden hasta los más apasionados detractores de Rusia, por lo menos los que pueden tener en su mente algún pensamiento distinto a castigar al odiado enemigo. Un ejemplo prominente es el distinguido especialista en política exterior Graham Allison, de la Escuela Kennedy de Gobierno de la Universidad Harvard, quien también tiene larga experiencia directa en asuntos militares. Hace cinco años nos informó que estaba claro que Rusia en conjunto es una sociedad “demoniaca” que “merece ser eliminada”. Hoy añade que pocos pueden dudar que Putin es un “demonio”, diferencia radical con cualquiera de los líderes estadunidenses, que en el peor de los casos sólo cometen errores, según su opinión.
Sin embargo, hasta Allison sostiene que debemos contener nuestra indignación y poner un rápido fin a la guerra por medios diplomáticos. La razón es que, si el loco demonio se ve “obligado a elegir entre perder y aumentar el nivel de violencia y destrucción, entonces, si es un actor racional, va a escoger lo segundo”... y todos podríamos perecer, no sólo los ucranios.
Putin es un actor racional, afirma Allison. Y si no lo es, toda discusión es inútil porque puede destruir Ucrania y tal vez incluso volar el planeta en pedazos en cualquier momento, eventualidad que de ningún modo podemos evitar que nos destruya a todos.
Continuando con las obviedades, oponerse o incluso tratar de retrasar un acuerdo diplomático es llamar a prolongar la guerra, con sus sombrías consecuencias para Ucrania y más allá. Esta postura constituye un espantoso experimento: veamos si Putin se retirará silenciosamente en derrota total o si prolongará la guerra con todos sus horrores, o incluso usará las armas con las que sin duda cuenta para devastar a Ucrania y poner el escenario para la guerra terminal.
Todo esto parece obvio. O debería, pero no en el actual clima de histeria, en el que tales obviedades provocan una avalancha de reacciones por completo irracionales: el monstruo Putin no cederá, eso es conciliación, qué hay con Munich, tenemos que fijar nuestras propias líneas rojas y mantenerlas, diga lo que diga el monstruo, etc.
No hay necesidad de dignificar esos exabruptos con una respuesta. Todos se resumen en decir: no intentemos una solución, mejor iniciemos el espantoso experimento.
El espantoso experimento es la política operativa estadunidense, y es apoyada por un amplio abanico de opiniones, siempre con una noble retórica de que debemos sostener los principios y no permitir que el crimen quede sin castigo.
* Publicado originalmente en Truthout.
Traducción: Jorge Anaya.
Versión completa en: https://bit.ly/3zKNcGv