En este texto omito el nombre de un famoso arqueólogo que me decía que su profesión no aportaba conocimientos aprovechables en el mundo contemporáneo, ya que la arqueología se dedicaba al estudio de sociedades desaparecidas y sin escritura, lo cual carecía de relevancia en los tiempos actuales. Si tal opinión fuera cierta, la arqueología sería un simple pasatiempo, como tratar de resolver crucigramas o jugar a las damas chinas.
Lo real es que la arqueología es muy importante en el campo de las ciencias sociales, porque nos enseña múltiples variedades de adaptación a ecosistemas distintos, porque nos proporciona datos fundamentales sobre aspectos geológicos, porque muestra también los móviles de muchos desplazamientos humanos, porque nos enseña a comprender los rasgos característicos de las fuerzas productivas en diferentes sociedades, y porque exhibe en diferentes artefactos materiales diversas expresiones ideológicas. La gran variedad de usos de la arqueología lo expone muy bien la colega Linda Manzanilla en un libro de introducción a esa disciplina editado por el Fondo de Cultura Económica. Además, la arqueología puede utilizarse también para analizar diversos rasgos culturales en sociedades contemporáneas.
Ciertamente, existen arqueólogos tepalcateros que sólo se dedican a hacer clasificaciones de artefactos sin pensar en quienes los elaboraron. También abundan algunos que el colega José Luis Lorenzo llamaba “piramidiotas”, porque sólo se interesaban en generar una imagen hollywoodense del pasado prehispánico. Pero lo sobresaliente es que en México ha habido notables arqueólogos, como Román Piña Chán, Mari Carmen Serra, Enrique Nalda, Manuel Gándara y muchos más.
Entre esos arqueólogos notables destaca Eduardo Matos Moctezuma, chilango nacido en 1940.
Conocí a Eduardo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y me impresionaba su viveza, su sentido del humor, su rápida asimilación de los conocimientos básicos de la antropología, incluso su habilidad para el baile, así como su inclinación por el pensamiento de izquierda. Matos acaba de ser premiado con una presea otorgada en un certamen organizado por la institución llamada Princesa de Asturias con sede en España; el premio es en la rama de ciencias sociales. Para mí lo más importante es lo que el propio Matos declara en el sentido de que sus estudios llevan el pasado al presente; no se trata de una simple frase. En México y gran parte de América Latina las herencias de los pueblos originarios cuentan con vigencia plena en multitud de ámbitos; es innegable que lo mesoamericano o lo andino se hallan escritos en nuestras entrañas, lo cual de ninguna manera niega el legado ibérico; la combinación de todos estos complejos culturales hace resaltar los factores reales de una pujante civilización, aunque ésta se pretenda negar por las clases dominantes y los grupos hegemónicos. En este marco, la obra de Matos se hermana con la elaborada por Guillermo Bonfil y por la creada por Alfredo López Austin, grandes impulsores en el conocimiento del México profundo.
Matos Moctezuma ha declarado que su formación sustancial fue en la ENAH y ha proclamado la necesidad apremiante de impedir que a esta institución se le sigan haciendo recortes presupuestales, que se explote a sus maestros y trabajadores con muy bajos sueldos y salarios, y que no se le apoye en sus requerimientos académicos. Y su formación se consolidó en la Universidad Nacional Autónoma de México, que también ha sufrido embates presupuestales y se halla inmersa en diversos problemas.
Matos ha remarcado la gran importancia que poseen las instituciones de promoción de la cultura; a este respecto hay que recordar lo que la lúcida actriz Diana Bracho recordaba hace poco tiempo en una entrevista televisiva; Diana nos reintegró a la memoria el hecho siguiente: en la Segunda Guerra Mundial un buen conjunto de políticos y otro tipo de personas le señalaron al primer ministro Winston Churchill la necesidad perentoria de bajar el presupuesto cultural con objeto de dedicar más dinero y bienes para luchar contra la barbarie nazi. Churchill se negó a ello argumentando lo siguiente: “Entonces, ¿para qué luchamos? Si no luchamos por la grandeza de nuestra cultura, entonces no tiene caso luchar contra las hordas hitlerianas”.
En Matos renace un espíritu semejante. Si no salvaguardamos y enriquecemos esta civilización expresada en una gran pluralidad cultural, no tiene caso que defendamos nuestra propia estancia en el planeta. Felicitamos ardorosamente al colega y amigo Eduardo Matos por su empeño en la defensa de todo aquello que nos proporciona una entrañable identidad.