La reiteración presidencial de no ir a la Cumbre de las Américas si no eran invitados todos los países del continente suministró algo de entretenimiento y parque discursivo a maltrechos opositores de la llamada Cuarta Transformación (4T) que aún no se reponen del descontrol argumental que les asestó el 4T-2 electoral de este domingo.
Como ha sucedido en otros episodios polémicos, los contrarios a López Obrador recurrieron a la exageración, al planteamiento de escenarios catastróficos “por la osadía” de no acudir a una invitación facciosa de Washington.
En particular, centran sus críticas en la presunta alineación cómplice con Cuba, Venezuela y Nicaragua, sin entender que, ayer como hoy, en la historia política del México atrapado por la vecindad con el máximo poder mundial, la defensa de la pluralidad continental, en especial de las naciones acosadas o boicoteadas por Estados Unidos, es una forma de defensa del interés mexicano.
Declinar la invitación a la reunión a celebrarse en Los Ángeles, California, es una forma de rechazo a las decisiones unilaterales que desde la Casa Blanca pretenden extender certificados de buena conducta en materia de democracia y respeto a los derechos humanos (como si el gobierno sede fuera de verdad un luminoso ejemplo de pulcritud en esos temas).
Aceptar que Estados Unidos decida cuáles países pueden asistir a una reunión formal continental no es algo que honre a mandatario latinoamericano alguno, aunque cada cual ha tomado sus propias decisiones. El Presidente de México ha sido congruente con su posición, al igual que sus homólogos de Bolivia y Honduras. En todo caso, se espera que el argentino Alberto Fernández, quien sí asistirá, incluya en su discurso del próximo viernes alguna referencia a las posturas de los ausentes.
La postura del Presidente mexicano, sin embargo, no implica una ausencia absoluta, sino la utilización de un relevo generalmente bien aceptado en los poderes estadunidenses por su condición amable, el canciller Marcelo Ebrard. No está de más recordar que los intereses de ese país están bien servidos aquí en materia migratoria y de inversión extranjera, incluso en proyectos estratégicos y de seguridad nacional para México, en el sur del país, con el prefecto Ken Salazar como operador de rigurosa mirada vigilante y constante diálogo en Palacio Nacional.
Por otra parte: una interpretación de curso corriente en estas horas posteriores al todavía incompleto derrumbe del Partido Revolucionario Institucional (PRI) propone que, en realidad, esta organización nacida en 1929 (con el nombre de Partido Nacional Revolucionario, luego de la Revolución Mexicana) se está reconstituyendo en Morena.
Al respecto, el historiador y académico Lorenzo Meyer dijo ayer que es virtualmente imposible a estas alturas repetir las características del PRI. Además, describió parte de la crisis actual del partido tricolor, el cual tiene una “calidad de liderazgo que refleja también su debilidad como partido”. En los últimos tiempos, agregó, el tricolor “ha tenido una pésima calidad de dirigentes, y no es accidental: no es ‘ah, qué mala suerte tuvieron los priístas con estos dirigentes’. No: esos dirigentes son la esencia del PRI de ahora; no es mala suerte, es estructural”. El PRI “ya no tiene bases sociales. Tiene, sí, sindicatos, pero ya no como antes (...) es un partido relativamente chiquito” (https://bit.ly/3tjCKBr).
Astillas
Una mirada distinta diría que, en realidad, Morena ganó a sus opositores sólo en Tamaulipas, pues en Oaxaca, Quintana Roo e Hidalgo los respectivos gobernadores pavimentaron el camino al partido guinda en espera de premios de Palacio que están en camino… Y, en realidad, Acción Nacional sólo ganó por sí en Aguascalientes, con el gobernador Orozco volcado en el apoyo a Tere Jiménez, mientras en Durango fue un interescuadras priísta, con el mandatario panista Aispuro Torres (antes priísta) acusado por ambos bandos de traición o doble juego… ¡Hasta mañana!
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