Abigaíl tropieza en la escalera con un desconocido. Sonríe y lo saluda. No obtiene respuesta y sigue hacia el interior del banco. Después de frotarse las manos con gel desinfectante se dirige a la primera ventanilla. Le da la bienvenida una empleada que lleva prendido en la blusa un gafete con su nombre.
Elsie: –¿En qué puedo servirle?
Abigaíl: –¿Y la señorita que me atendió ayer?
Elsie: –Se fue.
Abigaíl: –¿Y como a qué horas volverá?
Elsie: –La transfirieron, junto con todo el personal de esta área, a nuestra sucursal de Toluca.
Abigaíl: –¡Qué lástima! Ella me estaba ayudando a resolver un problema.
Elsie: –Con mucho gusto ahora la atenderé yo. ¿De qué se trata?
Abigaíl: –Necesito que por favor me saque del lío que tengo con mi tarjeta.
Elsie: –¿La extravió o se la robaron?
Abigaíl: –Nada de eso. Aquí la traigo. El problema es que desde marzo no puedo pagar nada con ella: me la rechazan. Parece que está bloqueada y no sé por qué.
Elsie: –Si se fija, verá que en el reverso de su plástico viene un teléfono. Llame y dígales…
Abigaíl: –Ya lo hice, y no sabe con qué dificultades. Para empezar, los números son diminutos y no alcanzaba a verlos ni siquiera con mis lentes puestos. Cuando al fin pude leerlos y marqué, siempre encontré la línea ocupada. Insistí toda la mañana hasta que al fin me respondieron.
Elsie (ve que una compañera le pide a señas que se acerque a su escritorio): –¿Me permite un momentito? No tardo.
II
Elsie (de vuelta en su lugar): –Perdone, es que mi compañera necesitaba una clave. ¿Seguimos?
Abigaíl: –Al señor que me contestó en el centro de atención le expliqué lo mismo que acabo de decirle a usted: “no puedo pagar con mi tarjeta.”
Elsie: –¿Débito o crédito?
Abigaíl: –Débito. (En voz muy baja.) Dejé de usar la de crédito porque cuando se me olvidaba pagar, me perseguían con llamadas amenazantes y eso no me gustó.
Elsie: –Y el señor con quien pudo hablar, ¿qué le sugirió?
Abigaíl: –Sólo me preguntó varias veces mi nombre completo, mi número de cuenta y el de mi celular, domicilio, colonia, alcaldía, código postal, mi RFC, la fecha de mi nacimiento y qué edad tengo. Como llevo años con este banco pensé que todos esos datos ya los tenían en mi historial, o como se diga.
Elsie: –Claro que los tenemos registrados, pero se solicitan otra vez por seguridad.
Abigaíl: –Aunque sea por eso, resulta muy latoso estar contestando lo mismo, pero si no hay más remedio… Dígame: ¿qué hago para que funcione mi tarjeta?
Elsie: –A ver, permítamela. (Observa el plástico por ambos lados.) Está vigente, caduca hasta el 28, no lo entiendo. Mire, si le parece bien, me comunico al centro de atención y en cuanto me contesten le paso la llamada.
Abigaíl: –¿Para que vuelvan a hacerme las mismas preguntas?
Elsie: –Ya le expliqué el motivo. (Descuelga un teléfono y marca.) Está llamando. (Sonríe). ¿Robert? Soy yo, Elsie, de la sucursal… ¡Ésa! Oye, amigo, ¡qué buena memoria tienes! Déjame te explico: aquí está la señora Abigaíl Mercado Hernández. Me dice que ha tenido problemas con su plástico y le urge reponerlo. ¿Me ayudas, por favis? Oquey, te la pongo en la línea para que ella misma… Robert, ¿me escuchas? ¡Ay, no puede ser!
Abigaíl: –¿Pasa algo malo?
Elsie: –Se cortó la comunicación. Últimamente ha estado sucediendo mucho; no sé qué pasa. (Mira su reloj.) Lo bueno es que todavía es temprano y las líneas no se han saturado, pero ya más tarde, ¡olvídelo! (Sonríe al escuchar una voz masculina.) ¿Robert? ¿No? Entonces, ¿con quién hablo? ¿Kevin? Mucho gusto. Soy Elsie, de la 1021. Mira, aquí tengo a una cuentahabiente que necesita ayuda. Te la paso.
Abigaíl (recibe el auricular): –Sí, servidora. ¿Mi nombre? Pero si se los he dado mil veces y ¿de qué ha servido? Llevo semanas pidiendo ayuda por teléfono, siempre me hacen un montón de preguntas y no me arreglan nada. Oiga: nadie dijo que sea su culpa. Sí, ya sé que no lo sabe, por eso permítame explicarle: desde marzo no logro pagar con mi tarjeta. No, es de débito. Espero. Le agradeceré mucho su ayuda.
III
Elsie suspende la conversación con su vecina de ventanilla al ver que Abigaíl cuelga el teléfono:
Elsie: –¿Buenas noticias?
Abigaíl: –Su compañero me dijo que en cinco días hábiles me mandan una tarjeta nueva a esta sucursal.
Elsie: –O sea que el martes ya podrá recoger su plástico y, de paso, activarlo en el cajero. (Aliviada.) Lo bueno es que ya se solucionó su problema, aunque algo tardecito.
Abigaíl: –¿Algo? Imagínese que empecé con todo este lío el l7 de marzo. Lo recuerdo muy bien, porque ese día cumplí 75 años. Ya ando rascándole a los 76 y apenas acaba de regularizarse mi situación.
Elsie: –Debería estar muy contenta. Imagínese que después del martes ya no tendrá que volver a venir y nadie le quitará su tiempo haciéndole preguntas.
Abigaíl: –Ya ni me lo recuerde. Gracias por su ayuda. Cuídese.
Mientras se dirige a la salida, Abigaíl siente gran alivio al pensar que ya no tendrá que someterse a otro fastidioso interrogatorio. Sin embargo, la entristece saber que, a partir de ahora, otra vez no habrá nadie que le pregunte nada.