Dos años, ocho meses y ocho días pasaron para que por las calles de la Ciudad de México corriera, de nuevo, la sangre de estudiantes reprimidos por el Estado. Las todavía frescas heridas de la matanza de Tlatelolco volvieron a abrirse el 10 de junio de 1971, en aquella ocasión a manos de los halcones, grupo paramilitar financiado y organizado por el Estado Mexicano con la asesoría de oficiales del Ejército y la participación de la policía de la Ciudad de México. El Halconazo se llamó a aquella violenta muestra de autoritarismo, represión y criminalidad con la que, a través de la fuerza irregular del gobierno, se ahogaron con sangre los gritos que exigían democracia en la vida académica del país.
Meses antes del Halconazo el entonces presidente de México, Luis Echeverría, anunció una supuesta apertura democrática y permitió el regreso del exilio a dirigentes estudiantiles del 68 que tuvieron que huir del país; además, se liberó a presos políticos como Heberto Castillo y José Revueltas. Bajo ese escenario, a finales de 1970, se modificó la Ley Orgánica de la Universidad Autónoma de Nuevo León, alumnos y profesores tenían facultades para involucrarse en su funcionamiento e, incluso, de influir en la elección del rector, algo con lo que el gobierno estatal no estuvo de acuerdo.
En 1971, el gobernador de Nuevo León, Eduardo Ángel Elizondo, promulgó una nueva Ley Orgánica para la universidad con la que suprimió su autonomía; de tajo se arrebató a la comunidad universitaria el ejercicio de sus facultades para influir en la vida de la casa de estudios, algo que dio pie a la huelga y a un llamado a la solidaridad de las demás universidades del país. En respuesta, alumnos de la UNAM y el IPN organizaron una movilización para exigir la autonomía de la UANL. La marcha salió, una vez más, de Zacatenco. Fue la primera en realizarse después de la matanza de Tlatelolco.
El contingente reunió a unas 10 mil personas, salió del Casco de Santo Tomás, caminaron por la avenida Carpio para llegar a la de los Maestros, donde un granadero, a través de su megáfono, ordenó disolver la movilización, orden a la que los estudiantes respondieron con la entonación del Himno Nacional, cuyas notas abrieron una valla que, a pesar de dejarlos pasar, también permitió el acceso de vehículos grises que en su interior transportaban a halcones armados con varas de bambú, palos de kendo y armas de fuego.
Al grito de: “¡Viva el Che Guevara!”, precedido por el de “¡Libertad a los presos políticos!, y el de “¡Viva la universidad!” –proferidos para hacerse pasar como estudiantes y con ello confundir a los testigos–, los halcones agredieron a los integrantes de la marcha; alumnos de la Prepa Popular les hicieron frente y durante unos minutos lograron repelerlos y enviarlos a guarecerse tras las filas de los granaderos, pero los paramilitares se reorganizaron para volver al ataque y golpear brutalmente a los preparatorianos, e inmediatamente después dividir la manifestación en tres, disparar contra los demás estudiantes y crear un escenario de horror y muerte en unas calles que, una vez más, el Estado convirtió en patíbulo.
Durante horas, los estudiantes fueron perseguidos, cazados, golpeados y asesinados por halcones. Algunos jóvenes pudieron ser rescatados por vecinos que, a pesar de la clara amenaza de convertirse en víctimas de la represión al ayudar a quienes huían de ella, les abrieron las puertas de sus casas o negocios, como sucedió en el entonces cine Cosmos –hoy Faro–, en cuyo interior muchos encontraron refugio. Pero mientras la ciudadanía ayudaba a los perseguidos, los persecutores recibían ayuda del Estado: patrullas, camiones e incluso una ambulancia funcionaron como unidades de apoyo que transportaron halcones a los hospitales para ahí “rematar” a los sobrevivientes de la calle.
El gobierno negó la existencia de los halcones y aseguró que todo se había tratado de un conflicto entre distintos grupos de estudiantes, pero la presencia de periodistas durante la marcha –muchos también golpeados y despojados de sus cámaras–, dejó registro de lo sucedido, por lo que, a pesar de los intentos por minimizar el Halconazo, el gobierno no pudo evitar que la prensa escapara de la censura. Esa noche del 10 de junio de 1971, Echeverría aseguró que se castigaría a los culpables, promesa que de haber sido cumplida hubiese castigado, en primer lugar, a quien la pronunció. El viernes se cumplen 51 años del Halconazo; sólo la verdad dará paso a la justicia, sin ella será imposible el perdón.