Para la mayoría de los habitantes del pueblo de Santa Ana Tlacotenco, ubicado en la parte alta de la alcaldía Milpa Alta –que colinda al sur con el estado de Morelos–, sembrar en el campo maíz, haba, calabaza, cilantro y nopal es una forma de vida en la parte rural de la Ciudad de México, que les permite comerciar productos agrícolas que cosechan, aunque admiten que “es a bajo costo”, porque no producen en grandes cantidades.
En los montes comunales del paraje conocido como Tzintla, en el poblado de Santa Ana Tlacotenco, donde no hay plazas comerciales, tiendas de autoservicio, agencias de viajes ni de automóviles, familias como la de Carlos Romero continúan labrando la tierra en la que “siempre hay trabajo, pero no siempre hay una paga”, además de que difícilmente recuperan la inversión que realizan.
Son las 10 de la mañana. Carlos, quien forma parte de la cuarta generación de la familia, encabeza el recorrido por las cuatro parcelas enclavadas entre encinos, ocotes y medroños. Su abuelita Guadalupe, que en diciembre cumplirá 88 años, lo acompaña a seguir con el sembradío de cilantro en los surcos que hizo con un azadón entre la nopalera.
Se supervisa el sembradío de maíz que hicieron a finales del mes de febrero en el que hay calabaza y haba para el que han invertido unos 10 mil pesos. Será en julio cuando los sembradíos de temporal de maíz den los primeros elotes, también se cosecharán las hortalizas.
Los habitantes de Santa Ana Tlacotenco, uno de los 12 pueblos originarios de Milpa Alta, se rigen por usos y costumbres, pero también por la oferta y la demanda, por lo que en julio el precio de los elotes, los cuales llevarán a vender por docena al centro de acopio de la demarcación alcanzan uno de los precios más altos al llegar a 70 pesos, porque en ese mes “casi nadie tiene”; días después baja a alrededor de 45.
Carlos explicó que para septiembre el precio vuelve a subir por los festejos patrios, y luego “se vuelve barato”, porque hasta el mes de octubre “todo mundo tiene”; entonces se vende entre 25 y 45 pesos la docena.
En noviembre de nuevo se encarece y su precio alcanza 70 pesos, pero Carlos defiende que en el poblado se tiene semilla de maíz rojo, blanco y azul nativa de Milpa Alta, que los campesinos guardan cada año para sembrar al siguiente año, además de que también se utiliza para hacer tortillas.
Estimó que 70 por ciento de lo que producen los campesinos no utiliza fertilizantes ni herbicidas “porque son productos que consumimos y por eso no vamos a poner químicos que dañen nuestra salud”.
Aseguró que por eso su abuelita no tiene diabetes, hipertensión, colesterol ni sobrepeso, y entonces Guadalupe presumió: “soy dura como una piedra, pero ya no puedo comer porque no tengo muelas”.
Carlos señaló que la mayoría de las familias consume los productos que siembran y algunos cosechan más de una tonelada de maíz que venden en alrededor de 7 mil pesos, pero son pocas las personas que lo hacen, lo mismo ocurre con los nopales y las demás hortalizas.
El rollo de 40 centímetros de cilantro se vende entre la población en 70 pesos, lo mismo que los campesinos obtienen por un bote de 20 litros con calabazas, y hasta 90 pesos por un kilo de habas, pero luego de las semanas de intensas jornadas de entre nueve a 12 horas, debido al cuidado del sembradío de las tuzas, conejos y ardillas para que no se coman las semillas.
Además, se ayuda con una yunta de caballos que aflojan la tierra para resembrar, porque aún no hay agua de temporal suficiente y se necesita deshierbar.
Carlos aseguró que no cambiará la vida en el campo, al explicar que si no hay maíz “la Tierra nos sigue dando de comer con los quintoniles”, pero cuando pasa la temporada de lluvias entonces se dedican al cuidado y crianza de animales como pollos y borregos, que también comen y comercian, además de los frutos de árboles como manzanas y duraznos que también vende en 25 pesos por una bolsa de aproximadamente un kilogramo.
Un poblador designado recorre la comunidad con un altavoz para dar los avisos importantes, como la advertencia de que personas desconocidas caminan sospechosamente por Santa Ana Tlacotenco, así como de sujetos que “andan por ahí de ladrones”.