La misma acusación, de contubernio obradorista con el narcotráfico o el crimen organizado, fue hecha en tres momentos distintos: Francisco Labastida Ochoa, quien fue gerente de la Sinaloa siempre dominada por otros poderes y el primer priísta en perder una elección de Presidencia de la República (2000, ante Vicente Fox); Porfirio Muñoz Ledo, en el más reciente de sus giros, ya completamente convencido de que en lo que resta de este sexenio no conseguirá embajada ni nombramiento gubernamental alguno, y Alejandro Moreno Cárdenas, autodenominado Alito, al asumir un segundo periodo como presidente de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina (Copppal), organización subcontinental de partidos de corte progresista que no vive momentos de esplendor.
Los señalamientos de Muñoz Ledo fueron los que obtuvieron mayor repercusión, sobre todo porque, en el más reciente de los muchos cambios de piel partidista que se ha procurado, había aparecido como guerrero (bueno, esa intensidad ha correspondido a cada una de sus mutaciones) de la llamada Cuarta Transformación.
Tan converso a la nueva causa se había mostrado (claro, lo habían hecho diputado federal, y el propio López Obrador lo había elegido para que como presidente de la mesa directiva de San Lázaro le colocara la banda presidencial) que llegó a tuitear en dos partes, el 2 de diciembre de 2018, ya por la tarde: “Desde la más intensa cercanía confirmé ayer que Andrés Manuel @lopezobrador_ ha tenido una transfiguración: se mostró con una convicción profunda, más allá del poder y la gloria. Se reveló como un personaje místico, un cruzado, un iluminado” y “La entrega que ofreció al pueblo de México es total. Se ha dicho que es un protestante disfrazado. Es un auténtico hijo laico de Dios y un servidor de la patria. Sigámoslo y cuidémoslo todos” (https://bit.ly/3t7XrQX).
Ahora, luego no de haber sido propuesto por Morena-Palacio Nacional para un nuevo periodo como diputado federal, de haber perdido la presidencia del partido oficial ante Mario Delgado y de no haberse materializado una presunta embajada en Cuba que asegura le había sido ofrecida, Muñoz Ledo se realinea con una parte del priísmo de cúpula que sabe perdidas la mayoría de sus posiciones electorales (disminuido hasta la caricatura en las cámaras federales, casi despojado de sus gubernaturas: Hidalgo y Oaxaca caerán este domingo; estado de México y Coahuila estarán bajo fuerte pelea en 2023).
Pero ese priísmo de cúpula redobla la apuesta blofera, de la mano del claudismo de derecha (también hay en el nuevo radar un claudismo de izquierda), con la esperanza de dar un golpe multifactorial (incluida una aportación en inglés) que le devuelva privilegios y poder en 2024.
Cierto es, a juicio de este tecleador, que las estampas de difícil acompañamiento, como Ovidio liberado; el saludo a la madre de El Chapo; las visitas a Sinaloa, a Badiraguato y sus alrededores; las declaraciones tan generosas hacia la delincuencia organizada, y la realidad criminal desbordada en todo el país (la insuficiencia y fracaso de la política de “abrazos, no balazos”) llevan a reflexiones en busca de corrección e impelen a advertir que el crimen organizado no debe avanzar en posicionamientos políticos.
Recuérdese que varias elecciones de 2021 en la región del Pacífico tuvieron presencia creciente de esos poderes fácticos, de manera marcada en Sinaloa (CdeS), pero los intereses que mueven a Alito, Labastida y Muñoz Ledo no son los más honestos en busca de frenar distorsiones, pues se inscriben en la lucha declarativa y electoral buscadora de volver a los mismos escenarios en que, efectivamente, el crimen organizado gobernaba, aunque sin el análisis y discusión públicos que ahora se viven.
Este domingo, por lo pronto, esas fuerzas en conflicto, Morena y el pripanismo empresarial, llegarán a otro desenlace de aritmética de poder que favorecerá al guinda, en una ruta cargada de contradicciones rumbo a 2024. ¡Hasta el próximo lunes!
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