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Sociedad

2022-05-29 09:03

Desayunos escolares, un siglo de aliviar el hambre

Consolidar en México la entrega de desayunos escolares llevó décadas, un incremento sustancial en los recursos y la participación de los tres niveles de gobierno para llegar a los planteles más apartados del país, admiten los educadores, quienes reconocen que acceder a un alimento hace una diferencia. “Un niño que no come, no puede aprender”, destaca uno de los entrevistados. Foto ‘La Jornada’

Ciudad de México. A más de un siglo de la puesta en marcha del primer Programa de Alimentos Escolares en México, sólo 6 millones 390 mil niños y adolescentes en edad escolar, de los 24.6 millones inscritos en educación básica, reciben un alimento frío o caliente cada mañana.

La cobertura alcanzada por el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) con esta estrategia, resulta insuficiente frente a una población de 20.7 millones de mexicanos de cero a 17 años que viven en condiciones de pobreza.

A ello se suma que seis de cada 10 hogares del país sufren algún grado de inseguridad alimentaria. Y de éstos, 20.6 por ciento ya redujo la cantidad de alimentos que consumen habitualmente, de acuerdo con datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2020.

Maestros, funcionarios e investigadores de la enseñanza afirman que garantizar al menos una comida completa y balanceada, ya sea en la casa o la escuela, “puede hacer la diferencia entre estar fuera o dentro de un salón de clases”.

Sonia Granados Ramírez, profesora originaria de Zitácuaro, Michoacán, y supervisora de telesecundaria en los municipios de Tuzantla, Susupuato y Juárez, expone que con el Programa Escuelas de Tiempo Completo, creado por la Secretaría de Educación Pública (SEP) en 2007 para la distribución de comida caliente en planteles de horario extendido, “tuvimos varios niños que lo que se les daba era su único alimento del día”.

En esa región michoacana, narra, casi todos los alumnos necesitan apoyo para poder comer. “Muchos llegan sin desayunar y cuando comen es un gusto para ellos. Hubo casos de chicos que nunca habían probado la carne. Lo hicieron por primera vez en la escuela. Incluso, hay alumnos que odian las vacaciones, porque dejan de comer. Saben que no volverán a comer pollo o carne hasta el siguiente ciclo escolar”.

La experiencia de la maestra Granados no difiere mucho de la que ya contaban los maestros que recorrían el país tras el triunfo de la Revolución Mexicana: “Nuestro pueblo es pobre, pavorosamente pobre, hay lugares donde la gente se alimenta de nopal, chile, tortilla y pulque.

“Aquí en Querétaro no comen carne, ya no tienen medios para adquirirla, tampoco beben leche y el pan no se conoce en muchos pueblos de la sierra”, escribió en 1919 un inspector escolar en una carta a las autoridades educativas en la capital del país, señala en su obra Derecho a la educación la investigadora Luz Elena Galván Lafarga.

En México, las primeras acciones emprendidas para ayudar a niños y adolescentes que vivían en pobreza se dieron en 1887 para asistir a madres obreras, jefas de familia que no podían garantizar alimentos y educación a sus hijos.

En La Casa Amiga de la Obrera, creada por Carmen Romero Rubio, esposa de Porfirio Díaz, se atendía a menores de escasos recursos que recibían desayuno, comida y educación. De las 10 casas que existieron en los albores del siglo XX, siete aún subsisten como escuelas asistenciales dependientes del DIF.

Vasconcelos, pionero

Sin embargo, fue hasta 1921 cuando José Vasconcelos, entonces rector de la Universidad Nacional de México y quien un año más tarde se convertiría en el primer titular de la SEP, emprendió uno de los esfuerzos más ambiciosos para impulsar la alimentación en las escuelas, y tuvo un papel central en la creación del Programa de Desayunos Escolares, que varias décadas más tarde coordinaría el DIF.

En abril de ese año, el entonces director de Educación Técnica del Distrito Federal, Roberto Medellín, en un recorrido por algunas escuelas se percató de que muchos estudiantes tenían síntomas de extrema debilidad por desnutrición, “al grado de desmayarse por asistir a clases sin haber comido”, recoge el especialista Ernesto Meneses Morales, en Tendencias educativas oficiales en México: 1911-1934.

Al conocer esta realidad, Vasconcelos “se conmovió profundamente y buscó la forma de socorrerlos”. Para lograrlo, convocó el 15 de abril de 1921 al personal de la universidad y a maestros de las escuelas públicas bajo su jurisdicción, y “se propuso imitar el ejemplo del licenciado Ezequiel A. Chávez, quien durante el régimen maderista lanzó la idea de servir desayunos escolares”.

Los pequeños reciben con mucha ilusión sus alimentos. Foto ‘La Jornada’

Al buscar realizar su proyecto, y tras constatar los escasos recursos públicos con que contaba, Vasconcelos “invitó a todo el personal del Departamento Educativo a donar un porcentaje adecuado de su sueldo para este programa. La respuesta fue en extremo generosa”.

Los primeros desayunos escolares “consistían en 300 gramos de café con leche y 80 gramos de pan”. El programa se inició en la capital del país en la escuela Miguel Lerdo de Tejada el 9 de mayo de 1921, con 50 alumnos pobres. En un mes se sumaron más planteles, y ese año se distribuyeron 10 mil desayunos, con un costo total de mil 701 pesos.

Para 1922, ya con recursos federales, se atendió a 22 mil estudiantes en la Ciudad de México y sus zonas aledañas. Meneses Morales señala que la entrega de los desayunos reveló a Vasconcelos y sus colaboradores el “extremo de pobreza de muchos niños, pues algunas familias residentes en Iztapalapa e Iztacalco subsistían con raíces de cebolla, zanahorias descompuestas y desperdicios por el estilo”.

Los informes sobre el impacto de los desayunos escolares revelan que “beneficiaban académica, social y físicamente a los alumnos pobres. Podían prestar mejor atención a sus estudios y asistían más regularmente a clases”. El todavía rector “reconoció, al lanzar la campaña de desayunos escolares, que la escuela debía compensar las deficiencias físicas y sociales que afectaban el aprendizaje de los menos favorecidos”, indica Meneses Morales

La Gota de Leche

El tercer esfuerzo articulado por garantizar una mejor alimentación en la infancia llegó hasta 1929 con el programa La Gota de Leche, que impulsó el médico Ignacio Chávez, y con el que se otorgó a miles de niños un cuarto de leche cada mañana.

Conocido como el iniciador de la cardiología en el país, Chávez presentó en enero de 1929 al jefe del Departamento de Salubridad una iniciativa para la alimentación de los niños. Su antecedente fue La Goutte de Lait, creado a finales del siglo XIX en Francia, primer país en adoptar medidas para mejorar la alimentación de la infancia, señala Carlos Viesca Treviño, investigador y autor de un estudio reciente sobre el impacto del programa en México.

La iniciativa que Vasconcelos encabezó en 1921 con los primeros desayunos escolares, se consolidó oficialmente hasta 1942, cuando el presidente Manuel Ávila Camacho transformó La Gota de Leche en el programa de desayunos escolares, con el que se entregaba, además de un cubo de 250 mililitros de leche entera, un sándwich, un huevo cocido y un postre.

Pero llevaría varias décadas más afianzar este esfuerzo. El argumento oficial ha sido siempre que su elevado costo y los muchos problemas de distribución para llegar a centros escolares más allá de la capital del país, han hecho de la entrega de alimentos en los centros escolares uno de los programas públicos más complejos, por lo que su cobertura aún no es universal.

La maestra Sonia lamenta que, como hace más de un siglo, aún “hay mucha necesidad en nuestras escuelas. A veces se te parte el corazón de ver la ilusión que les hace llegar al salón y recibir sus alimentos. Son muchachos que pocas veces comen algo que no sea frijol, tortillas o chile. La carne, la fruta y la leche, la han probado sólo cuando van a clases”.

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