Esta edición de Cannes será recordada como el año en que directores estimables aportaron sus películas más flojas. La última en caer ha sido la estadunidense Kelly Reichardt con Showing Up ( Apareciendo). Siempre me había gustado el minimalismo inteligente de la cineasta en títulos tan diferentes como Wendy and Lucy (2008), Certain Women (2016) y Primera vaca (2019). De hecho, me parecía que no se había valorado lo suficiente su aportación dentro del propio cine gringo independiente.
Ahora con Showing Up, programada en la cola de la competencia, ha conseguido su obra más insustancial a la fecha. La escasa trama gira en torno a los problemas domésticos y familiares que enfrenta una escultora (una triste Michelle Williams) unos días antes de exponer su arte en una galería. El principal distractor es una paloma herida por su gato, que ella debe cuidar a instancias de su arrendadora, otra artista algo insufrible. El enfoque quiere ser humorístico en esencia, pero hay una diferencia entre la ligereza y lo evanescente. También es cierto que uno ya está cansado. Quizá en otras circunstancias se aprecie mejor este ejercicio minimalista.
El cine del país anfitrión tuvo muy pobre representación en este aniversario. Ni Arnaud Desplechin, ni Valeria Bruni Tedeschi, ni Claire Denis lograron convencer a la crítica con sus más recientes realizaciones. ( Stars at Noon debe ser el más serio traspié en la carrera de Denis). Por contraste ante ese panorama, casi se ve como meritorio el segundo largometraje de Léonor Serraille, Un petit frère ( Un hermanito), sobre el devenir de una madre (Annabelle Lengronne) y sus dos hijos, inmigrantes de Costa de Marfil, desde 1989 a la fecha.
Pasan muchas cosas, pero ninguna tiene verdadero peso dramático. La madre cambia de pareja como de ropa interior, los hijos crecen –uno se vuelve un inútil, el otro acaba siendo un profesor de filosofía– y hay varias ocasiones para el baile. Serraille no da muestras de que el tiempo pase (fuera del cambio de actor en el caso de los hijos), ni consigue una sensación de época. Sin embargo, repito, es la más visible de las cuatro películas francesas a concurso.
Ya concluida la competencia empieza el juego de la especulación para adivinar cuáles serán las ganadoras. Ahora sí no hay claras favoritas de la crítica, fuera de Decisión de irse, del sudcoreano Park Chan-wook, la única que alcanzó una calificación de 3.2. Hasta Hirokazu Kore-eda fue mal calificado por los expertos. Por otro lado, por razones de chovinismo, supongo, la prensa española da por hecho la Palma de Oro para Pacifiction, de Albert Serra. Mientras otros críticos han apostado por la belga Close, de Lukas Dhont.
No olvidemos que se trata de un jurado presidido por un actor, el francés Vincent Lindon, secundado, entre otras personalidades, por cuatro actrices. Aunque no tengo nada contra el gremio actoral, es común que los disparates más grandes en las premiaciones sucedan cuando están a cargo. Lo inocultable es que ha sido una de las competencias más decepcionantes de los años recientes de Cannes.
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