Carlos Fuentes quiso profundamente a Francia o, más bien, a París. Tomó la decisión de hacerse enterrar en esta capital y pasó al acto cuando adquirió la concesión de una tumba en el cementerio de Montparnasse. Antes del suyo, hizo grabar en la lápida los nombres de los dos hijos que tuvo con Silvia Lemus, su segunda esposa: Carlos y Natasha. No sé de una tragedia tan dolorosa como puede ser la muerte de un hijo. Fuentes sobrevivió, si puede llamarse sobrevivir a andar como un muerto vivo. Tal vez alargó los años que le quedaban gracias a la escritura. Un amor aún más hondo que el de París y que el de la lectura practicada a diario. Tan fuerte como el de su lengua: el español.
Cosmopolita, nacido en Panamá, inscrito en escuelas europeas y latinoamericanas, pasaba los veranos en la Ciudad de México estudiando en escuelas “para no perder el idioma”. Hijo de diplomático, Fuentes no sólo viajaba de un país a otro, iba también de una lengua a otra.
Durante el homenaje que se rindió ayer a este gran escritor en el Instituto Cultural de México en París, a 10 años de su muerte, Alan Riding, periodista inglés y antiguo colaborador del New York Times, así como amigo personal de Carlos, se preguntó dónde habría aprendido su perfecto inglés el autor de Aura. Puedo añadir que su maestría de la lengua francesa era también impecable y hablaba este idioma como un nativo de Francia.
Riding centró su intervención en la mesa redonda en la posición política de Fuentes. Subrayó las diferencias con García Márquez y con Vargas Llosa. Mientras el autor de Cien años de soledad nunca cesó de simpatizar con la Cuba de Fidel Castro, el de Conversación en la Catedral renegó de Castro, es marqués español y declara que, a pesar de sus “payasadas”, prefiere a Bolsonaro que a Lula. Para Riding, Fuentes representa un equilibrio político, un punto de vista objetivo. Para mostrarlo, el periodista inglés describió un panorama completo de la época de Echeverría, cuando, en defensa del ex presidente, Carlos declaró: “el dilema es: Echeverría o el fascismo”. Declaración ambigua, como discutí con Alejandro Rossi en sus cursos de Epistemología, no por lo político sino por el significado de la palabra “dilema”, la cual indica que la alternativa es la misma, pues ambas conducen al mismo dudoso resultado: una situación sin salida.
Por su parte, Florence Olivier, profesora de literatura en la Sorbona, fungió a la vez de participante y moderadora. Antes de hacer un personal homenaje al autor de Artemio Cruz con una serie de acrósticos, se refirió a las múltiples conmemoraciones que se le han hecho en estos días.
Señaló que su viuda, Silvia Lemus, viajaba a España para asistir a un magno acto celebrado en memoria de Fuentes por el Instituto Cervantes en Madrid.
Ya en octubre de 2017, el Instituto Cervantes de París había efectuado un homenaje a Carlos Fuentes. La asistencia llenó su vasto salón de actos. Riding y Olivier participaron. Silvia Lemus estuvo presente. Pero quien supo situar la obra de Fuentes fue el escritor y académico francés Jean d’Ormesson. Con el muy fino sentido del humor que lo caracterizaba, señaló con ligera ironía que Carlos pertenecía al tipo de autores estilo Saint-John Perse, Claudel y otros autores diplomáticos o de carrera, muy distintos a los llamados poetas malditos y escritores marginales, como fueron Rimbaud, Poe, Baudelaire, Sade. Las risas y los aplausos no cesaron de escucharse durante su intervención.
En fin, no todos los días puede contarse con una figura como Jean d’Ormesson, sobre todo desde su fallecimiento. El Instituto Cultural de México en París hizo lo que pudo o, más bien, no hizo todo lo que pudo. ¿Falta de medios? No creo. Cuando Mariana Cuevas organizó una exposición de Cuevas en este instituto, los asistentes, aglutinados en las salas, se desbordaban en la calle. Ayer no faltaban sillas vacías. Lo que no falta son lectores entusiastas de Carlos Fuentes.