Covid-19 desaparece progresiva y rápidamente del mapa de las mayores preocupaciones globales. Con la muy explicable excepción de la 75 Asamblea Mundial de la Salud, que se celebra por estos días en Ginebra, Suiza, las reuniones multilaterales de esta primavera y sus documentos básicos han volteado la vista y han dejado de mencionar a la pandemia como riesgo central en la coyuntura mundial. La sustituyen hechos, situaciones y conflictos distintos: desde la invasión de Ucrania por Rusia y sus secuelas, como la disrupción de las cadenas globales de suministros, en especial la oferta mundial de cereales, y las presiones inflacionarias asociadas, hasta preocupaciones nuevas o renovadas por fenómenos de largo plazo y alcance global, como el cambio climático.
La pérdida de centralidad de la pandemia parece reflejar, sobre todo, dos factores: la franca disminución en el número de nuevos contagios y la todavía más marcada en el de los decesos que provoca, y, segundo, la convicción, compartida muy ampliamente, de que el mundo no puede permitirse nuevos episodios de confinamiento y suspensión de actividades productivas como aquellos con los que se dio respuesta inicial a la pandemia.
Sin embargo, aún no se diseñan e instrumentan esquemas equitativos de vacunación de alcance universal. Sólo 57 países –algo más de un cuarto de los miembros de la OMS– han vacunado a más de 70 por ciento de su población. Ha seguido demorándose la producción y distribución masiva de fármacos eficaces para el tratamiento de la enfermedad. Quizá pueda hablarse de una suerte de doble parálisis: no se alcanzan ni de lejos las metas globales de vacunación anunciadas –aunque casi todas las naciones de ingreso alto las hayan rebasado– ni se dispone, en el tercer año de la pandemia, de fármacos probados, efectivos y asequibles que permitan un tratamiento incluyente y equitativo de los afectados.
En las sesiones preparatorias del Foro Económico Mundial de Davos se dedicó un debate a discutir qué es lo que puede esperarse de la pandemia en el futuro inmediato. El ponente más conocido, el doctor Anthony Fauci, confirmó enfáticamente que la pandemia está presente y actuante en la mayor parte del mundo. Hizo notar que se requerirá aún de tiempo largo y de esfuerzos mayores y mejor enfocados para que se alcance una fase en que el covid-19 pueda tratarse como una endemia, es decir, haberla sometido a control y que un número creciente de naciones puedan tratarla como tal: un riesgo sanitario que puede manejarse sin consecuencias imprevisibles o catastróficas. Fauci ofreció una visión de futuro en que las acciones nacionales, no coordinadas ni sujetas a una estrategia de alcance global, seguirán siendo el componente principal de la respuesta a la pandemia.
Al inaugurar la 75 Asamblea Mundial de la Salud, el director general de la Organización Mundial de la Salud advirtió que la crisis “definitivamente, aún no se ha terminado”. Los contagios y los decesos, tras unos meses de descenso, están de nuevo en aumento en no menos de 70 países. “Nos enfrentamos a una abrumadora convergencia de enfermedades, sequías, hambrunas y guerras, alimentada por el cambio climático, la desigualdad y la rivalidad geopolítica”, dijo el funcionario.
La 75 asamblea tiene, en más de un sentido, un carácter sobre todo deliberativo, pues desde 2021 se echó a andar un proceso en el seno de la OMS que desembocará, si todo marcha bien, en 2024 con la conclusión de un convenio, acuerdo o entendimiento multilateral que fortalezca la prevención, preparación y respuesta frente a las pandemias. Se aprobó también un calendario que incluye sesiones sucesivas de la asamblea o de comités negociadores, en el presente año y el próximo, para culminar en 2024 con la adopción del instrumento que se considere más adecuado, o que estén dispuestos a negociar los estados miembros. Parece predominar la idea de que, en todo caso, no se tratará de un tratado formal, que algunos consideran demasiado rígido y complicado de aprobar, administrar y reformar –por la necesidad de ratificación legislativa de acuerdo con las legislaciones nacionales aplicables–, sino de un acuerdo que resulte más práctico, flexible y, quizás, efectivo.
La asamblea relegió al director general de la Organización Mundial de la Salud, Thedros Adhanom Ghebreyesus, por un segundo y último periodo de cinco años.