Uno. “La guerra informativa manipula y distorsiona la realidad, al tiempo que muestra cómo la utilización del lenguaje permite simplificar el contenido de los conceptos, bastardearlos y, progresivamente, sustituirlos por sus opuestos, sin que esto penetre en la conciencia colectiva.”
Con aplomo intelectual (en el sentido literal de “gravedad”, “serenidad”, “circunspección”), la socióloga argentina Mónica Peralta Ramos examina la función del lenguaje en la guerra de Ucrania. Lo hace en El cohete a la Luna, ineludibe portal de análisis político que dirige el infatigable Horacio Verbitsky.
Transcribo otro párrafo: “Revela así [la guerra] una función peculiar del lenguaje: si bien permite reflexionar sobre las causas de los problemas que aquejan al mundo, también abre las puertas a la corrosión del pensamiento colectivo, vaciando a las políticas de su contenido y ocultando a los intereses que subyacen a las mismas, cualquiera que sea su índole” (https://www.elcohetealaluna.com/guerra-y-lenguaje/).
Dos. Asunto nodal (el lenguaje), que en Ucrania estaría relegando el 1984, de George Orwell, a la sección de libros juveniles. Se la pongo fácil: el mundo que vivimos no surgió de la nada. Por el contrario, fue concebido a finales de la Segunda Guerra Mundial, y está en manos de una pandilla de criminales que justifican, absolutamente, el título que Henry Miller eligió para su esbozo biográfico de Arthur Rimbaud: El tiempo de los asesinos (1955).
Tres. Es su derecho que algunos “científicos sociales” crean que la percepción de poetas y escritores poco ayudan a entender la realidad. Bien. Pero si vamos por ahí, prestemos atención a las palabras del general Mark Milley, dirigidas a la nueva generación de soldados del ejército, y llamándolos a prepararse para “…pelear guerras futuras que pudieran parecerse muy poco a las confrontaciones armadas de hoy” ( La Jornada, 22/5/22).
Cuatro. El jefe del Estado Mayor Conjunto del Pentágono, añadió: “Cualquier ventaja que nosotros, Estados Unidos, disfrutamos militarmente en los pasados 70 años se está reduciendo dramáticamente”. Advirtiendo que Washington “ya no detenta más la superioridad mundial indiscutida”.
Cinco. Milley se autoengaña o, de plano, miente. Porque “en los pasados 70 años”, el descomunal poder militar de su país mordió el polvo de la derrota en Cuba (1961), Vietnam (1975), Siria (2013) y Afganistán (2021). De ahí que ya no detente la “superioridad mundial absoluta”, optando, como en Ucrania, a financiar y entrenar bandas de terroristas, asesinos y mercenarios que, eufemísticamente, los medios hegemónicos llaman “contratistas”.
Seis. “Nuevas formas de combate” que a los neonazis del ejército de Ucrania permiten inventar supuestas masacres de “los rusos” (v. gr. Bucha), o a dejarse filmar mientras serruchan, con metódica prolijidad y cagados de risa, los cinco dedos de un adolescente del Donbás.
Siete. El crimen de ese niño me dejó anonadado, y las aguas de la mente me jugaron feo porque recordé lo dicho por W. Bush en la Casa Blanca: “Tengo el honor de estrechar la mano de un ciudadano valiente iraquí, quien tiene su mano cortada por Saddam Hussein” (sic, Washington DC, 25/5/04).
Ocho. Históricos y fantásticos dichos compilados en El libro bobo de Bush (Ed. Lateoli, Pamplona, 2005). Sin embargo, W. Bush fue relegido “democráticamente”, y condujo ocho años la enfermiza política belicista de Estados Unidos (2001-09). Por ello le dio igual cuando la semana pasada, manifestó: “La decisión de un hombre de lanzar una invasión totalmente injustificada y brutal en Irak... ¡ups! quiero decir en Ucrania (sic)”.
Nueve. ¿Lapsus, subconsciente en crisis o síntomas de Alzheimer, como Joe Biden, quien termina un discurso y extiende la mano al aire para saludar, sin nadie a su lado?
Diez. Sin excepción, todos los dirigentes de la Casa Blanca han respondido al mítico espíritu guerrero de su pueblo, sistematizado en centros de “excelencia académica”, como la Corporación Rand, mientras el poderoso “complejo militar-industrial” factura lo suyo.
Once. Se dice que la guerra de Ucrania sería la primera en que impera la “no-verdad” o “posverdad”. Pero la verdad monda y lironda fue diáfanamente expresada por Condoleeza Rice, en entrevista a finales de febrero: “La invasión a una nación soberana es un crimen de guerra”.
Doce. ¿Mera hipocresía de la ex secretaria de Estado de W. Bush, o simple negativa a debatir las causas de este conflicto, que los “posmodernos” o “antisistémicos” de izquierda o derecha relegan al “pasado”? Como bien apunta la socióloga Peralta Ramos: “cuestionar el relato ‘oficial’ implica desafiar su rol en el oscurecimiento y naturalización de los conflictos”.
Trece. La tragedia de Ucrania obliga a la introspección colectiva, antes que a la meramente individual. Una introspección que urge y que, desafortunadamente, no aparece por ningún lado.