Es momento de decir una apología de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne. Desde los 90, los realizadores belgas se han caracterizado por un cine directo, singularmente honesto, de invariable humanismo en sus temas. No hay concesiones ni devaneos en sus reflexiones sobre el estado actual del ser humano, en particular el europeo. Así, Tori et Lokita ( Tori y Lokita), estrenada en Cannes, es otra muestra más de esas virtudes. Los Dardenne cumplen invariablemente.
Como suele ser en sus películas, la trama es lineal y sencilla: unos adolescentes emigrantes de África fingen ser hermanos para poder afianzar su situación legal en Bélgica. Sobre todo, Lokita (Joely Mbundu), la mayor, necesita sus papeles para evitar ser deportada. Además, es extorsionada por los mismos coyotes que le hicieron cruzar el Mediterráneo. Su medio de sobrevivir es distribuir la droga que les surte un cocinero narco. Si bien Tori (Pablo Schils) es más pragmático, ella es quien decide trabajar como “jardinera” de un plantío oculto de mariguana.
Desde luego, la resolución trágica de los sucesos se ve venir desde que se plantea la interacción de los adolescentes con los narcos. Sin embargo, los Dardenne nunca tocan una nota falsa o sentimental. Es la realidad la que acabará imponiendo sus reglas con brutal determinismo. En menos de hora y media de metraje, los cineastas belgas demuestran no necesitar la paja empleada por varios de sus colegas para podernos conmover. En ese sentido, Tori et Lokita es quizá la más desesperanzada de sus películas.
La italiana Nostalgia, de Mario Martone, es un boleto muy distinto. Es básicamente la demostración del viejo lema estadunidense de que “no se puede volver a casa”. Así lo comprueba un hombre cincuentón llamado Felice (Pierfrancesco Favino) cuando regresa a su natal Nápoles después de vivir en El Cairo toda su vida adulta. El sentimiento titular lo envuelve mientras recupera la relación con su madre en sus últimos días.
No obstante, hay otro tema que lo obsesiona. De adolescente, Felice era un hamponcete que cometía crímenes con su mejor amigo, Oreste Sapiano. Por eso, la familia decidió enviarlo al extranjero. Cuarenta años después, descubre que Oreste (Tommaso Ragno) es uno de los capos de la Camorra, el temible crimen organizado de Nápoles. Felice intentará un rencuentro, contra los consejos del cura local. Me imagino el lector sabrá adivinar el desenlace: la evidencia de que es imposible quedar bien con Dios y el diablo. El poco ilustre Martone cuenta su previsible historia con buena mano y apoyado sobre todo en la sensible interpretación de Favino.
Por lo pronto, la competencia no ha convencido a la mayoría de los críticos, si nos atenemos al cuadro de calificaciones publicado por Screen. En una semana de festival, ningún título ha alcanzado siquiera el 3 de calificación, sobre una máxima de 5. Los mejor calificados han sido Armageddon Time, de James Gray, con 2.8 y EO, de Jerzy Skolimowski con 2.7. La peor calificación, con toda y justa razón, ha sido para Les Amandiers, de Valeria Bruni Tedeschi, con 1.8. Eso sí, el clima ha estado mejor que el cine pues ha hecho calor veraniego y no ha llovido. Hasta ahora.
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