La escena parece sacada de la película Mecánica nacional, de Luis Alcoriza. En plena celebración por el primer centenario de la Normal Rural de Tiripetío, mientras la banda musical de egresados de la escuela interpreta una animada pieza, una botarga con la forma de un gato saca a bailar a la secretaria de Educación de Michoacán, Yarabí Ávila González.
El disfraz del bailarín juglaresco tiene historia. El gato es el símbolo de Tiripetío. Según el maestro Jorge Cázares, egresado de la institución, que entró desde el bachillerato en 1987 y terminó sus estudios en 1994, el nombre se lo ganaron cuando, visitantes de otras normales rurales, se sorprendieron al ver que ante la falta de vasos en el comedor, los estudiantes bebían el agua y café en platos. Uno de sus invitados les dijo: “Ustedes son como los gatos”. El apelativo se quedó. Cuando la escuela era de mujeres, les llamaban las leonas.
La doctora Ávila González militó muchos años en el PRI, partido que la hizo diputada dos veces. Sin embargo, durante las pasadas elecciones para gobernador en Michoacán, siendo presidenta de la mesa directiva del Congreso del estado, expresó su apoyo al candidato de Morena, Alfredo Ramírez Bedolla, y saltó a su equipo de transición. Fue premiada con la Secretaría de Educación.
Antes, cuando el ex gobernador Salvador Jara Guerrero fue rector, la funcionaria fue contralora de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. En 2017, Jara y el ex gobernador Fausto Vallejo fueron acusados del desvío de 3 mil 759 millones de pesos.
Indignadas porque Yarabí Ávila apareció el pasado 8 de octubre, levantando el puño izquierdo con un pañuelo azul (símbolo de la lucha contra la despenalización del aborto) enrollado en su muñeca, más de 100 feministas exigieron su destitución. La secretaria mantiene una estrecha relación con el grupo empresarial Mexicanos Primero, dirigido en distintos momentos por Claudio X. González y Alejandro Ramírez. Fiel a estas alianzas, impuso la aplicación del examen del Ceneval a aspirantes de nuevo ingreso a la Vasco de Quiroga y a otras normales del estado.
La penosa imagen de la botarga y la secretaria partiendo plaza ejemplifica los claroscuros de la conmemoración: un acto digno de ópera bufa, en que una funcionaria, que ha combatido durante años a Tiripetío, baila con un símbolo de la escuela.
No fue el único. El encuentro fue una demostración del poder sin contrapesos del Olimpo burocrático. En el presidium hubo un solo estudiante, funcionarios estatales (comenzando por el gobernador), dos federales y legisladores. Los asientos reservados para el comité estudiantil de la escuela, a un lado del patio central del edificio, no fueron ocupados por los alumnos. En distintos momentos, una parte del público interrumpió los discursos oficiales coreando: “¡A las normales rurales / las quieren desaparecer / nosotros con lucha y sangre / las vamos a defender!”
El gobernador anunció que Tiripetío sería declarada “primitiva, centenaria y benemérita”. Sin embargo, más allá de los reconocimientos de palabra, se oculta una realidad lamentable, provocada por la falta de recursos gubernamentales para mantenimiento y equipos. Las instalaciones se encuentran sumamente deterioradas: salones sin bancas; laboratorios anegados; dormitorios en condiciones muy precarias; puertas y ventanas maltratadas; salones sin electricidad; no hay médico ni enfermeras ni medicinas; el área de producción rural se encuentra muy disminuida, y un sinfín de penurias más.
El mandatario aseguró que veía a la normal como aliada, pero a unos metros de la escuela, sus patrullas se dedican no a cuidar sino a atemorizar estudiantes y a impedir que hagan colectas o difundan sus demandas. Insistió en la corrupción y venta de plazas, y en la fantasía de que las evaluaciones las evitan, como si estas lacras fueran responsabilidad de los estudiantes y no de las autoridades.
Herencia perversa del ex gobernador Silvano Aureoles, según Zósimo Camacho, Tiri cumple 100 años con 105 procesos judiciales vigentes, contra igual número de normalistas (https://bit.ly/3GgO4nh), que no terminan de desvanecerse. En 2020, siete alumnos fueron encarcelados cuatro meses. Los presos comunes les propinaron continuas palizas salvajes, de las que los muchachos no acaban de reponerse.
Lejos de la banalidad de las ceremonias oficiales, en el Tiripetío de abajo, el de los estudiantes, como expresión luminosa del centenario de su institución, se realizaron 15 nuevos murales, elaborados por varios colectivos de artistas, que comparten las paredes de la escuela con dos obras de José Hernández Delgadillo.
Los temas desarrollados entreveran temas, figuras emblemáticas y causas: la bandera purépecha; el maíz como sustento e identidad; el Manifiesto del Partido Comunista; las mariposas Monarca que vuelan de muro en muro, como símbolo de la defensa de la naturaleza y el territorio; la capucha y el paliacate, como recurso para que se mire a los invisibles; la represión y la resistencia; la noche de Iguala; Lucio Cabañas y su llamado a “ser pueblo, hacer pueblo y estar con el pueblo”, y Emiliano Zapata y el Che Guevara.
En una hermosa pintura elaborada por un colectivo de la Escuela Normal Indígena de Michoacán, en Cherán, junto a la ecuación de Albert Einstein E=mc2 y las imágenes de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, se explica: “Las normales rurales nos abrigaron como clase social desprotegida… y nos formaron como luchadores comunitarios”.
Tiripetío es un fascinante museo vivo, que recupera y relabora la tradición pictórica mexicana. Es la muestra de cómo, en la más difícil adversidad, los murales abren enormes ventanas/espejo para que los normalistas rurales, más allá de la precariedad de las instalaciones en las que viven y estudian, se miren a sí mismos y se asomen a su porvenir.
Twitter: @lhan55