Si para algo sirven los festivales, es para comprobar que la teoría del autor ha muerto. Sólo así se puede explicar que dos directores admirados, dotados de una sólida filmografía previa, nos decepcionen como lo han hecho hoy en Cannes. Se trata del sudcoreano Park Chan-wook y el canadiense David Cronenberg.
El primero estrenó un ejercicio en cine negro llamado Heojil kyolshim (Decisión de irse), centrado en un policía insomne, felizmente casado que investiga la muerte de un hombre caído desde la cima de una montaña. Al conocer a la viuda, una inmigrante china (Tang Wei), el detective comienza a obsesionarse por ella. Aunque se determina un caso de suicidio, la mujer sigue pareciendo sospechosa, sobre todo, cuando su segundo marido aparece cosido a puñaladas.
El protagonista es un ejemplo típico del pobre diablo engatusado por una femme fatale, si bien parece más bien una mosquita muerta. Park se toma su tiempo –138 minutos– y se hace bolas para resolver una intriga más bien prosaica, con diálogos a veces incomprensibles –¿o es la culpa de los subtítulos? El cineasta no muestra nada del vigor narrativo de Old Boy (2003), quizá su mejor obra a la fecha, ni de la belleza formal de Handmaiden (2016).
Y, ciertamente, había mucha anticipación por conocer lo nuevo de Cronenberg, quien no había hecho cine desde 2014. El hombre está a un año de volverse octogenario y ya no se cuece al primer hervor. Eso está en evidencia en Crimes of the Future (Crímenes del futuro), que si bien repite el título de una de sus viejas realizaciones –nunca vista, por cierto– no se trata de un remake.
Esta versión se sitúa en una especie de futuro lúgubre, donde Viggo Mortensen y Léa Seydoux interpretan a un par de artistas de performance, cuyo acto consiste en realizar cirugías públicas en las cuales ella extirpa los órganos que a él le crecen como tumores. Pero pocas cosas se escenifican en pantalla, pues la mayor parte del tiempo se gasta en ver cómo los freaks del futuro hablan con una jerigonza entre técnica y orgánica, pues ese ha sido el tema central de la filmografía de Cronenberg.
Vestido como la Muerte en El séptimo sello (Ingmar Bergman, 1957), Mortensen susurra casi todos sus diálogos, incluso cuando una burócrata (Kristen Stewart en un papel breve) se le lanza abiertamente. “La cirugía es el nuevo sexo”, se afirma en un momento. Y por lo menos Seydoux se encuera en la demostración de esa sentencia. Hay horripicosas, como en las viejas, buenas películas del autor, mas no las suficientes; sólo órganos putrefactos y epidermis cortada por bisturíes a control remoto.
En 1996 Cronenberg obtuvo el premio del jurado por Crash, una de sus reflexiones más inquietantes sobre el choque entre la máquina y la carnalidad humana. Aunque puedo estar equivocado, no veo que el jurado actual se entusiasme con Crimes of the Future, una variante muy pobre del mismo tema.
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