Lo que sucede en la Corte Suprema de Estados Unidos es algo que rebela lo endeble que puede ser una institución en momentos de gran tensión social.
Su misión es descifrar las leyes fundamentales de la nación y darles sustento jurídico. Pero la Suprema Corte ha sido incapaz de cumplir con esa exigencia, tampoco ha sido neutral en sus decisiones, y han predominado la ideología y las creencias personales de sus integrantes. El problema es que, en momentos de gran inestabilidad política –como el actual–, la interpretación de los laberintos de la ley tiene un mayor significado, no obstante, la parcialidad necesaria en un colegiado como la Corte ha sido relegada.
En muchos de sus dictámenes se ha impuesto la ideología conservadora de seis de sus integrantes, a contracorriente de una sociedad cada vez más ecuménica y diversa. En consecuencia, sus decisiones son opuestas al sentir general de la sociedad. Se entiende que la Corte no es una institución cuyas decisiones estén en función de los sondeos de opinión pública o las influencias de uno u otro sector social, pero frecuentemente ha caminado en una dirección contraria al bienestar de la mayoría de la sociedad, e incluso de la democracia que dice procurar y defender.
Algunos ejemplos ilustran el hecho. En 2010, con base en su interpretación de la primera enmienda constitucional, abrió las puertas a las corporaciones determinando que estaban en igualdad de condiciones que los individuos para aportar recursos a las campañas políticas. Recientemente ha avalado leyes que en casi la mitad de los estados coartan la participación en las elecciones, principalmente de minorías. Y, la que pudiera tener mayor impacto en su credibilidad, si cristaliza su dictamen de suprimir la norma que garantiza el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo y, en consecuencia, el de abortar.
El problema de que la Corte anteponga el pensamiento conservador de la mayoría de sus integrantes se magnifica si su interpretación de la ley no se hace cargo de la secularización de una sociedad en pleno cambio y modernización, como la actual. Anteponer el pensamiento cuasi medieval de algunos de sus miembros va a contracorriente de la historia, por no decir de la sensatez más elemental.