La alta volatilidad de las criptomonedas ha representado un desafío para quienes han impulsado su adopción como método de pago o intercambio. El precio del bitcóin, la criptomoneda más popular, tiene variaciones considerables día a día, y aún más acentuadas a largo plazo. En octubre de 2021 el valor de un bitcóin, por ejemplo, alcanzó 61 mil dólares; tres meses después, su precio era tan sólo de 37 mil dólares.
Es comúnmente aceptado que una moneda de curso legal debe permanecer relativamente estable para servir como medio de cambio, asegurando a quienes la aceptan así que conservará su poder adquisitivo a corto plazo. Más allá de variaciones derivadas de auténticas debacles económicas, las monedas soberanas tradicionales rara vez observan fluctuaciones como las experimentadas en las virtuales.
Para extender su uso y acelerar su aceptabilidad, los desarrolladores de criptomonedas han introducido monedas conocidas como stablecoins, activos que intentan vincular su valor de mercado con alguna referencia externa ya sea el dólar, el oro o con fórmulas algorítmicas que controlan su oferta. Esto, con el objetivo de procurar la estabilidad en los precios y facilitar las transacciones.
Aunque ese mecanismo no es privativo de las monedas digitales, la falta de regulación y conocimiento de inversionistas sobre su operación ha comenzado a dar señales sobre el riesgo que este mecanismo supone. Actualmente, se estima que el valor de mercado de las “monedas estables” es de aproximadamente 170 mil millones de dólares, cifra considerable, pero no tan significativa si se compara con los 1.2 billones de dólares de valor de mercado total de las criptomonedas.
Hace un par de semanas en medio de la turbulencia que vivieron los mercados financieros, el colapso en el valor de la criptomoneda Luna y Terra US, su moneda estable, recordó a miles de inversionistas y también a las autoridades financieras el riesgo que suponen esta clase de activos.
A fines de marzo pasado, Luna Foundation Guard (o LFG) comenzó a comprar bitcóins para ayudar a recuperar “la paridad fija” entre Terra US (UST) y el dólar estadunidense, cuya equivalencia comenzaba a ser afectada. Como remedio, la primera comenzó a acumular bitcóins, y para finales de marzo tenía una posición de más de mil millones de dólares en este activo, con la intención de contar con mayor respaldo necesario para mantener la equivalencia a uno entre Terra y dólar estadunidense, es decir, de fortalecer lo que en el espacio se conoce como su pool, lo que pronto se revelaría como error.
La migración programada de un respaldo (pool) a otro operado por Terra contribuyó con la falta de liquidez necesaria para que un “atacante” que había construido una posición en activos que formaban parte del pool, descargara su posición, presionando a Terra obligándola a liquidar su posición en bitcóins para mantener la equivalencia.
El atacante, al parecer, supuso correctamente que Terra vendería bitcóins para mantener la paridad fija entre Terra US y dólar estadunidense, aprovechando la falta de liquidez derivada de la transición de un fondo de respaldo a otro, para atacar la criptomoneda.
Habiendo construido previamente una posición en bitcóins mediante un préstamo de la criptomoneda, el presunto atacante procedió a vender su bitcóins, logrando comprometer más a Terra US y así romper la equivalencia, colapsar el valor de Luna y ocasionar una corrida bancaria. Bitcóin, por otra parte, cayó 25 por ciento, de 42 mil a 31.3 mil dólares. Mediante ese movimiento, el atacante logró hacerse de una ganancia, obteniendo el margen resultante de pedir prestado bitcóins a un precio mayor y liquidándolo bajo condiciones más provechosas.
Se trate o no de un ataque, y más allá de las implicaciones morales de la operación, lo ocurrido con Terra-Luna se ha convertido en objeto de preocupación entre autoridades e inversionistas, quienes sospechan que las stablecoins representan un riesgo sistémico para el sistema financiero. El valor de mercado de otras criptomonedas “estables”, como Tether (alrededor de 74 mil millones de dólares), es muy superior al que tuvo Terra US, lo cual hace suponer que su colapso representa un peligro aún mayor para el sistema financiero.
La negativa de Tether a mostrar la composición de su respaldo ha incrementado la inquietud. Como se ha señalado en reciente artículo del Financial Times, “los operadores de Tether han dicho que el token está respaldado por una canasta de activos en dólares equivalente al tamaño de los tokens en circulación, pero no ha publicado detalles granulares de estas reservas.”
En una entrevista con el diario inglés, el ejecutivo de Tether, Paolo Ardoino dijo que “revelar detalles sobre la gestión de reservas del grupo revelaría la salsa secreta” de la empresa.” Los mercados financieros han interpretado las declaraciones Ardoino como admisión tácita sobre la fragilidad de la criptomoneda, lo cual está teniendo efectos sobre su valor.
La gran mayoría de las monedas virtuales se ha concebido bajo la premisa de que poseen el potencial de crear un sistema financiero descentralizado, narrativa que es particularmente atractiva para una generación, que percibe a Wall Street como fuente de desigualdad económica y a los bancos centrales como instituciones que favorecen los intereses de los grandes inversionistas. Lejos de lograr configurar un sistema financiero alternativo, el valor de las criptomonedas se ha comportado de manera similar a las acciones de las grandes empresas tecnológicas, sin estar sujetas al escrutinio del que son objeto.
El caso de Luna debería capturar el interés público y servir de advertencia: la falta de escrutinio público derivará en sistema opaco y peligroso. No asumir la volatilidad y extralimitar las posibilidades de estos activos bajo un contexto económico dominado por la falta de liquidez, representa un riesgo significativo que puede afectar a quienes más comprometidos están con la causa. Este tipo de activos, sin embargo, seguirán proliferando, no van a desaparecer. Como cualquier otra tecnología, ésta debe de ser legislada y supervisada. No hacerlo es un error.