Todo indica que los precios de los alimentos en el mundo seguirán aumentando mientras la producción está afectada y su abasto continúa obstruido.
Los mercados están distorsionados en cuanto a la producción y la distribución y se necesitará aun un proceso de ajuste más bien largo para restaurar un cierto orden.
La situación abarca no sólo a los bienes primarios, sino también a los elaborados industrialmente. La producción agrícola y ganadera tiene sus propios tiempos y no puede esperarse un ajuste expedito y sin fricciones.
Aunque el índice de precios de los alimentos se redujo marginalmente en abril respecto de marzo, el cambio en las cotizaciones internacionales de una canasta de productos comercializados comúnmente siguió estando casi 30 por ciento por encima del registro de abril de 2021.
Según las cifras del Fondo Monetario Internacional sobre los productos primarios, la inflación en estos mercados se inició aun antes de la pandemia. Al comienzo de 2019 se registró en China una epidemia de peste porcina africana que devastó la piara de cerdos, que daba cuenta de casi la mitad del total del mundo. Con el confinamiento de 2020 se interrumpieron las cadenas de abasto, lo que repercutió en el alza de precios de los alimentos y los productos energéticos. Esto se complicó con la saturación de los principales puertos y los mayores costos de transporte.
Desde abril de 2020 a mayo de 2021 los costos internacionales al productor de los alimentos (cereales, comida y aceites vegetales) habían crecido 47 por ciento en términos reales.
El Banco Mundial constata que con la guerra en Ucrania se ha provocado un severo impacto adverso en las plazas de materias primas (los commodities), a causa de las condiciones de los flujos del comercio y los patrones de producción y de consumo.
Estiman que los precios se mantendrán en niveles históricamente altos hasta el final de 2024. Junto con el encarecimiento de los energéticos se han hecho escasos y han aumentado su valor los fertilizantes, como efecto de las sanciones impuestas en el marco dela guerra. Una expresión concreta del efecto del conflicto bélico en ciclo de bienes alimentarios es el bloqueo del puerto de Odesa, con lo cual se han parado las exportaciones de Ucrania, agravado con la disrupción de la producción agrícola en ese país.
Es relevante destacar siempre el significado de la geografía en las condiciones económicas. Los precios del trigo se han elevado en un orden de 60 por ciento en este año. Se estima que hasta 250 millones personas podrían estar ya en el umbral de la hambruna por lo inaccesible de su comida base.
El proceso de formación de los precios, clave en el funcionamiento de los mercados, está desquiciado. No será un asunto sencillo restablecer las condiciones de la generación de alimentos, tampoco las de su flujo en las rutas internacionales y, con ello, los patrones de consumo. La guerra no es sólo y principalmente una cuestión localizada en Ucrania, por ahora.
Sus repercusiones son globales y hoy no se advierte que sus efectos adversos vayan a atenuarse. Las repercusiones económicas y sociales de las condiciones existentes y de cualquier restauración de una cierta normalidad en la producción, el abasto y los precios de alimentos y energéticos no es, como es bien sabido, equitativo.
La cuestión abarca la estructura de la competencia, las ganancias (rentas) de los sectores y las empresas oligopólicas tienden a crecer, mientras se castiga la capacidad de compra de los salarios y los ingresos fijos. Hay aun conflictos adicionales que no pueden ser desplazados de una discusión amplia y extremadamente necesaria sobre las condiciones económicas y sociales y tiene que ver con los efectos del cambio climático.
Las elevadas temperaturas, que ocurren además a destiempo; la combinación de sequías en unas partes e inundaciones en otras, los efectos de los deshielos, la bárbara deforestación (de la Amazonia, por ejemplo) son sabidos; aparecen a diario en los medios y son motivo de recurrentes reportes científicos.
Pero la inercia política, los grandes intereses económicos creados, la forma distorsionada de la acumulación con la que se generan ganancias, pero no necesariamente valor, postergan acciones decisivas de contención y reversión.
La esperanza, representada por la diosa griega Elpis, la que quedó hasta el final en la caja de Pandora, no puede sustentar ninguna posición razonable con respecto al riesgo medioambiental y sus consecuencias.
La relación con la producción de alimentos, sus precios y el acceso de la población al consumo es muy estrecha.
Un verdadero pesimista sabe que ya es muy tarde para serlo.
La Anomalía