Ciudad de México. En el estadio Universitario de Nuevo León, el futbol mexicano tuvo el sábado por la noche su partido emblema: Un juego desquiciado con un arbitraje incompetente protagonizado por el mundialista César Ramos, quien representó con fidelidad la errática labor arbitral de los últimos torneos; un jugador marrullero al extremo, Nahuel Guzmán, quien fingió llorar antes de intentar atajar un penal que resultó su epitafio y, furibundo, cuando el sueño se hizo añicos, sin pudor, metió otro balón a la cancha.

En escena también el equipo consentido y apapachado por federativos y Grupo Orlegi, que hace no mucho esquivó el descenso gracias a la labor extracancha de Alejandro Irarragorri, quien entonces trasladó a su mejor atacante, Julio Furch, de Santos al Atlas para fortalecerlo… El sábado avanzaron a la final mediante dudoso penal, pero estuvieron muy cerca de hacerlo como acostumbran, ganando puntos en la mesa… Un plantel que es una oda a la multipropiedad, como la serie misma, con el Pachuca en la otra semifinal.

Los rojinegros juegan con soltura, tienen un sistema bien trabajado y un temible ataque, no parecen tener necesidad de andarse metiendo en camisa de once varas, pero, curiosamente, siempre están en medio de la controversia, en el ojo del huracán, del que emergen como el niño bueno, la víctima. Así ocurrió en los terribles acontecimientos del estadio Corregidora, así en febrero de 2021 ante el América, donde también se llevaron tres puntos en la mesa, y ahora, en la semifinal ante Tigres… Un zorro con piel de oveja.

Inconcebible el trabajo del nefasto VAR y de Ramos Palazuelos, quien se intimidó ante el siempre enérgico André Pierre Gignac, le obsequió un penal que encaminó hacia la resurrección temporal del cuadro felino, el cual, de pronto pareció refrescar la memoria y bregó hasta verse durante algunos minutos como finalista. Sin embargo, fue ahí, besando la gloria, donde perdió grandeza: Yeferson Soteldo se sumó a los fanfarrones y ganó 25 centímetros subiéndose burlón a la pelota, y quien no tuvo límites fue Miguel Piojo Herrera.

El estratega enloqueció y movió mal sus piezas. De la órbita de sus ojos, de su mente, escapó el reglamento y lanzó a la brega a nueve futbolistas no formados en México, cuando el reglamento dicta un máximo de ocho… De risa loca, Tigres tiene tantos foráneos que hasta prestó al Atlas por un año a Julián Quiñones, quien el sábado anotó y provocó absurdos reclamos de varios jugadores felinos que se sintieron traicionados… Luego el maremágnum: desconcierto en las gradas, el Piojo deambulando, Nahuel negándose a abandonar el campo… y Ramos Palazuelos visualizándose en Qatar.

Con tanta turbiedad, los empresarios no le quieren entrar al negocio del futbol. Grupo Caliente, dueño del Querétaro y del Tijuana (otro caso de multipropiedad), está batallando para encontrarle comprador a los estigmatizados Gallos Blancos, el tiempo se acorta, tiene de plazo lo que resta de 2022; no obstante, es difícil vender a un club con múltiples deudas y sobre el que pesan fuertes sanciones que inhiben cualquier transacción. Los federativos, desde luego, quieren ayudar a uno de sus grandes patrocinadores.

El equipo femenil de Chivas da la cara por el popular club. La vasta afición rojiblanca tiene cifradas en ellas sus esperanzas de poder festejar y presumir algo grande. El plantel comandado por la goleadora Alicia Cervantes acaricia el título, aunque el futbol es impredecible; del otro lado también hay poderío con Charlyn Corral, Mónica Ocampo y compañía… Enrique Bonilla con sus nuevos cargos no sale de Estados Unidos, quizás está tomando notas sobre la homologación salarial entre las selecciones masculina y de mujeres de aquel país.

Cruz Azul está en la tormenta definiendo cuerpo técnico y plantilla, afanado (¡otra vez!) en reducir su nómina… Toluca, una vez más, quiere renovar plantilla para volver a ser ganador… El Tri se alista para enfrentar el sábado a Nigeria, un rival en verdad interesante, en un día en que acapara reflectores la final de la Champions League, entre Liverpool y el Real Madrid. El contraste en el nivel de juego amenaza con hacer transitar a los fanáticos del edén al purgatorio.