Uno de los hombres del siglo XX que me han parecido admirables es Franklin Roosevelt, ex presidente de Estados Unidos, quien, entre otras cosas, fue electo cuatro veces para ocupar la máxima gubernatura de su país y lo transformó de una situación de pobreza verdaderamente difícil –conocida como la Gran Depresión– en la nación más rica y poderosa del planeta, al término de la Segunda Guerra Mundial.
Ciertamente, tal modificación fue incompleta, en la medida en que no pudo y ni siquiera trató de eliminar el racismo dominante ni la explotación de los países centroamericanos y del Caribe. De manera particular, me parece importante recordar que al iniciar dicho conflicto histórico, su país y él mismo fueron reacios a involucrarse en esa guerra, a la cual fueron obligados con el ataque japonés a Pearl Harbor.
Como muchos estadunidenses, Roosevelt fue un hombre ajeno a la violencia y al imperialismo, lo que se reflejó de manera integral en su autoría para la formación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y en la formulación del compromiso de que al final de esa guerra todas las naciones europeas dieran independencia a sus colonias en África y Asia (Conferencia de Yalta, febrero de 1945), con el objetivo de que se convirtieran en naciones independientes, de acuerdo con la decisión de sus ciudadanos.
Desafortunadamente, su muerte, ocurrida dos meses después de esa conferencia, permitió que otros estadunidenses con ideas contrarias a las suyas se hicieran del poder y procedieran a tratar de dominar físicamente a Vietnam, Camboya, Irán, el Congo; y económicamente a Europa, Japón y Corea del Sur, sometimiento que en muchos casos ha perdurado hasta hoy. La creación, en 1949, de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico del Norte) por iniciativa del propio Estados Unidos, luego del fin de la guerra de Corea, constituyó la antítesis de la ONU, en la medida en que su objetivo era el enfrentamiento a la Unión Soviética y a sus aliados del este de Europa (Polonia, Rumania, Checoslovaquia, Hungría y Bulgaria) dando lugar a la guerra fría, la cual duró hasta 1990, año en el que la Unión Soviética terminó desmembrándose, con la consecuente pérdida de poder de Rusia, quizás a consecuencia de su fracaso al pretender invadir y dominar Afganistán.
En todos estos años, los sucesivos gobiernos de Estados Unidos han mantenido la pretensión de convertirse en la capital de un imperio planetario, dirigido no por las administraciones de ese país, sino por las industrias armamentistas nacidas en él, para las cuales las guerras han sido un gran negocio, luego de las enormes utilidades que obtuvieron en la Segunda Guerra Mundial y posteriormente en Vietnam, donde, ciertamente, a Estados Unidos no le fue nada bien, pero sí a esas empresas.
Esto nos explica por qué, luego de la desaparición de la Unión Soviética, los estadunidenses se inventaron enemigos en países árabes como Irak, Irán y Afganistán, vendiendo, además, grandes cantidades de armas en las naciones africanas, convirtiéndose así en el enemigo natural de la paz.
En este contexto, no podemos olvidar los grandes negocios que algunas de estas empresas hicieron en nuestro país, vendiendo armas a los cárteles mexicanos de las drogas y al mismo tiempo al Ejército, promoviendo así una guerra absurda, con más de un cuarto de millón de muertos, de la cual Felipe Calderón fue el principal responsable, conflicto que aún está lejos de terminar.
La actuación de Donald Trump como presidente de Estados Unidos fue dedicarse a buscar con quién enfrentarse a lo largo de todo su periodo de gobierno, incluyendo a Irán, Irak, Venezuela, Corea del Norte, China y hasta México para terminar generando un pleito interno en su propio país. El ascenso al poder del presidente Biden, en enero de 2021, significó un cambio de estilo más inteligente, pero igualmente cercano a los objetivos de los productores de armas de su país, quienes han visto en Rusia la posibilidad de un nuevo negocio, utilizando a Ucrania, ofreciéndole pertrechos y recursos económicos a cambio de su aceptación a formar parte de la OTAN, lo cual obliga a este país a recibir e instalar armas y dinero que puedan ser utilizados contra Rusia.
La situación, sin embargo, es diferente a las generadas por Trump, en virtud de dos elementos totalmente distintos: el primero es que el enfrentamiento se está dando con una nación que cuenta con armas nucleares, tan poderosas como las de Estados Unidos, lo cual pone en riesgo a la humanidad entera. El segundo parece estar en la familia del propio Biden, ya que los últimos acontecimientos indican la participación de un hijo suyo en la industria armamentista y con intereses en Ucrania. En este contexto, los reiterados insultos personales de Biden al presidente de Rusia parecieran tener como propósito agravar la problemática circunstancia, cuyas posibles consecuencias pueden llevarnos a una situación crítica para el planeta entero, lo que nos indica que su visión difiere totalmente de la de Roosevelt.
Los deslindes que en ese sentido ha hecho nuestro gobierno, indicando que México no es un país involucrado en actividades de espionaje y que su posición es neutral en esta guerra, es lo más sabio que podríamos esperar de nuestro gobierno y, de manera particular, de quien ha tenido a su cargo las relaciones diplomáticas mexicanas.
* Director del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa