La caótica situación política creada por el gobierno de Estados Unidos (EU) de cara a la novena edición de la llamada Cumbre de las Américas refleja, en primer lugar, la renuencia del imperio a aceptar la grave crisis de liderazgo y hegemonía que sufre a escala mundial. Washington ha despertado rebeldía y desconfianza en América Latina y el Caribe (ALC) con su turbio y antidemocrático manejo de los preparativos de la próxima reunión en Los Ángeles, y su actitud excluyente como anfitrión. Desde la sexta Cumbre en Cartagena era ya un clamor de los gobiernos de la región que no hubiera exclusiones y que en la próxima debía invitarse a Cuba. En virtud de esa exigencia, participó en la séptima Cumbre de Panamá el entonces presidente Raúl Castro y se produjo el histórico encuentro entre el veterano revolucionario y Obama, primero entre mandatarios de la isla y EU desde el triunfo de la revolución cubana.
Por eso, la valiente oposición del presidente Andrés Manuel López Obrador a las exclusiones no es ninguna ocurrencia, como vociferan histéricamente los políticos y bocinas mediáticas de la derecha. Responde a una sentida demanda de los pueblos y de la mayoría de gobiernos latinoamericanos y caribeños. Por citar un ejemplo importante, es conocido el rechazo existente entre los países miembros del Caricom respecto a una eventual exclusión de La Habana y también por las groseras presiones a que están sometidos por Washington para que la acepten. La no participación de Cuba sería un grave retroceso histórico después de que fuera invitada también a la octava Cumbre en Lima, como denunció hace más de un mes el canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla.
Pero el presidente Biden y, en general, las elites estadunidenses, parecen totalmente rebasados por la crisis, y para salir de ella no encuentran otro camino que acudir a las viejas fórmulas agresivas y guerreristas, aunque se expresen con formas nuevas. Es el caso de la actual guerra mundial multidimensional –de la que Ucrania no es más que uno entre varios teatros de operaciones y la víctima sacrificial de la arrogancia “occidental”–, cuya causa sólo puede explicarse a partir de dos realidades. La primera es que Washington rehúsa aceptar que el mundo cambió y que la unipolaridad posterior al desplome de la URSS (1991), fue algo efímero hoy insostenible. La segunda es que el cabecilla de la globalización neoliberal está acentuando cada vez más una actitud aventurera y muy peligrosa, consistente en obcecados intentos de imponer por la fuerza la anacrónica exclusividad hegemónica, como si no existieran actores internacionales de la talla de China y Rusia, ambos interlocutores ineludibles en el nuevo orden global que nace. Aunque apoyándose en su potente máquina de propaganda de guerra y en las apariencias, EU haya hecho creer a los incautos que Rusia es el agresor, los analistas más serios con anclaje en los intereses de los pueblos ven claramente la inveterada belicosidad de Washington, que desde 1997 movió sin pausa las fronteras de la OTAN hacia Rusia, con el propósito de acosarla y cercarla militarmente, hasta instalar en un flanco tan sensible como el ucranio un gobierno con enorme influencia de la extrema derecha ultranacionalista y rusófoba e, incluso, de los neonazis, para establecer allí una plaza de armas de la OTAN, aunque Ucrania no hubiese ingresado a la alianza. Por cierto, la misma política sigue en relación con China, como apreciamos en las crecientes tensiones en la región Asia-Pacífico. En suma, no es difícil comprender que EU –junto a sus amanuenses “occidentales”– es el único responsable de haber arrastrado a Europa y al mundo al conflicto actual, de impredecibles consecuencias.
También en ALC, como fruto de la crisis de hegemonía, el imperio no tiene otra receta que la doctrina Monroe (1823), criticada sistemáticamente por AMLO cuando afirma que es inaceptable que se continúe con las mismas políticas de hace dos siglos en un mundo que ha cambiado. Hay muchas pruebas de esta arrogante actitud de Washington, pero tal vez hoy el mejor ejemplo es su empeño en asfixiar económicamente y desestabilizar a Cuba, Venezuela y Nicaragua, simplemente porque no se le subordinan. Las recientes medidas hacia La Habana anunciadas por el gobierno de Biden son un pequeño paso positivo, pero en modo alguno suprimen el bloqueo, sólo unos pocos de los castigos adicionales al cerco impuestos por Trump. No sólo eso. Biden mantiene descaradamente la fracasada política de intento de golpe blando observada el 18 de julio de 2021, de la que su embajada en La Habana es un activo protagonista. De lo que no cabe duda es que, pase lo que pase en la cumbre de Los Ángeles, después de ella quedará aún más claro que si EU insiste en actuar como si ALC continuara siendo su patio trasero, cada vez se acentuará más su crisis de liderazgo mundial.
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