Ni muerto, dejan descansar en paz al maestro José Santos Valdés. El cabildo de Lerdo, Durango, acordó cambiar el nombre del bulevar que llevaba su nombre y sustituirlo por el de José Rosas Aispuro Torres, gobernador panista del estado.
Normalistas rurales que reivindican el legado de uno de los más grandes pedagogos mexicanos del siglo XX, protestaron por la modificación de la nomenclatura de la vialidad en construcción. “Es como un puñal clavado a la cultura”, declaró el profesor Vladimir Moreno. “¡Que Viva José Santos Valdés!”, “¡Que vivan las normales rurales!”, gritaron en las calles de Lerdo.
La iniciativa de renombrar la calzada fue del alcalde con licencia Homero Martínez Cabrera, candidato de la alianza PAN-PRI-PRD a la presidencia municipal de Lerdo. Aprobada pocos días antes del Día del Maestro y en la víspera de la celebración de los 100 años del normalismo rural, es una ofensa al magisterio. Santos Valdés es uno de los grandes constructores de la escuela rural mexicana, un verdadero héroe cívico.
Pero, como si fuera una maldición nacida de su insumisión ante el olimpo pedagógico y su irrenunciable compromiso con la transformación del país desde abajo, su suerte después de muerto parece seguir la misma senda que sufrió en vida. Con una mano se le reconocen méritos y con la otra se le quitan.
Apasionado lector de las novelas de Emilio Salgari, la trayectoria de Santos Valdés parece sacada de una de ellas. Fue hijo de un peón de hacienda y desde niño trabajó en ellas. Estudió en la Escuela Normal de Coahuila gracias a una beca. A los 16 años padeció síntomas de tuberculosis por hambre. En 1923 obtuvo una plaza de maestro rural. Le pagaban 2.50 pesos, tres veces el sueldo de los peones. Con ese dinero compró su primer traje. El administrador y el mozo de la hacienda le amargaron la vida. Cuando le explicaba a los niños que las nubes son vapor de agua condensado, el administrador le replicaba: “Ustedes los maistrillos rurales son unos ignorantes. Enseñan mentiras y más mentiras. Las nubes son de polvo” ( https://bit.ly/3LuXGMp ).
Siendo inspector de zona en las escuelas primarias de Hermosillo fue deportado del estado por el gobernador Rodolfo Elías Calles, quien le dio 24 horas para abandonar el territorio por ser un peligroso comunista. Desde entonces fue víctima de todo tipo de hostigamientos.
La lista de agresiones que sufrió, tanto por los cristeros como por las autoridades educativas y varios gobernadores, es innumerable. Él narró algunas en sus esbozos biográficos o en distintos artículos. En el apasionante y documentado libro La semilla en el surco: José Santos Valdés y la escuela rural mexicana (1922-1990), Hallier Morales da cuenta de muchas más.
Dos meses después de comenzar a laborar en 1936, en la Misión Cultural 18, en el Tabasco al que Carlos Martínez Assad llamó “el laboratorio de la Revolución”, el gobernador Víctor Fernández Manero casi secuestró a Santos Valdés y a Claudio Cortés y los expulsó del estado en un avión. Por orden del fascista Octavio Véjar Vázquez, secretario de Educación (1941-43), admirador de Benito Mussolini, se quemó en los patios de la SEP, el libro Civismo del maestro.
Militante del Partido Comunista Mexicano (PCM) forjado en la lucha clandestina (1932-34), dirigente campesino, organizador sindical clasista, periodista de afilada pluma, historiador y excelso profesor, Santos Valdés escribió que aquellos años “fueron decisivos en mi dirección ideológica, y, desde luego en mi futuro”. Finalmente, renunció al partido, junto con otros maestros rurales, cuando éste apoyó la candidatura de Miguel Alemán Valdés. “Amanecimos como alemanistas de hueso colorado, lo que muchos no aguantamos”, explicó.
Nunca le perdonaron esa congruencia ética y política, que lo llevaría a militar después en el Partido Obrero Campesino Mexicano, en el Movimiento de Liberación Nacional, en el Partido Mexicano de los Trabajadores y apoyando la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas. Le quitaron sus plazas y lo sancionaron laboralmente. Entre 1946 y 1948 estuvo a disposición de personal. A pesar del profesionalismo académico, estuvo permanentemente comisionado. Fue trasladado por toda la República (Tamaulipas, Zacatecas, Aguascalientes, Hidalgo, Tlaxcala, Nayarit, Colima, etcétera), sin cobrar salario por meses.
Una larga etapa de su vida fue espiado por los servicios de inteligencia. Hallier Morales recupera un informe de la Dirección Federal de Seguridad que lo describe en 1964: “Se ha caracterizado por tener demasiada influencia, desde el punto de vista político, entre el estudiantado de las escuelas normales rurales del norte del país, y, en lo que respecta a las de Chihuahua, tiene absoluto control entre el estudiantado de la Escuela Normal Rural de Salaices, Chihuahua. Ya que se ha caracterizado el sector estudiantil de ese plantel, en llevar una línea política, basada en las ideologías izquierdistas de tipo radical”.
El maestro rural Santos Valdés murió en la pobreza en 1990, ignorado por los funcionarios públicos del sector educativo. Incansables como él, sus alumnos y seguidores han recuperado e impreso su obra y mantenido viva su memoria.
Cuando falleció don José, Heberto Castillo, escribió: “Golpeado por el tiempo, las enfermedades y los abandonos de las instituciones educativas a las que sirvió lealmente, murió el lagunero, su actuar, es ejemplo para las futuras generaciones. Retomar las banderas enarboladas por el maestro campesino es el mejor homenaje a su legado”. A 100 años de fundación del normalismo rural en México, esas palabras son más pertinentes que nunca.
Twitter: @lhan55