Al mismo tiempo que la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura clasificaba a México como uno de los principales importadores netos de alimentos, el entonces inquilino de Los Pinos Enrique Peña Nieto presumía: “somos una gran potencia agroexportadora”, por mucho que la cerveza y el tequila (más aguacate y jitomate) fueran los principales productos nacionales comercializados en el mercado exterior. En cambio, la dependencia externa del “estómago” nacional no dejó de crecer, porque afuera se adquirían, de forma creciente, productos básicos como maíz, frijol, trigo, arroz y muchos más. En síntesis, con la política neoliberal la importación de alimentos llegó a representar alrededor de la mitad de lo mucho o poco que los mexicanos ponían en su mesa, mientras el campo nacional se hundía permanentemente. Año tras año, los gobiernos de ese régimen incrementaron las compras al exterior y redujeron la oferta interna, concentrando todos los apoyos en los multimillonarios corporativos agroexportadores, hundiendo la producción nacional y condenando a la miseria a los que antes daban de comer a este país, porque, presumían, México vendía al mundo cerveza y de allá adquiría comida.
Antes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) nuestro país era autosuficiente en alimentos; aquí se cosechaban prácticamente todos lo que los mexicanos comían, pero los tecnócratas pregonaban que “lo mejor” para el país era importar todo, comenzando con la comida y la soberanía alimentaria del país. Así, llegó a importarse 30 por ciento del maíz; 70 por ciento del arroz, 40 por ciento del trigo, 30 por ciento del frijol y así por el estilo. Pero, “¡exportamos cerveza y tequila!” En el balance, hay que recordar que en el primer año de operación del TLCAN, con Carlos Salinas en Los Pinos, (las cifras son del Inegi) México importó maíz por 370 millones de dólares; en el sexenio de Zedillo, ese monto se incrementó a 3 mil 700 millones; en el de Fox, a 4 mil 700 millones; en el de Calderón, a 13 mil millones y en el de Peña Nieto, a cerca de 20 mil millones. En el periodo neoliberal la adquisición foránea del alimento básico en la dieta mexicana aumentó de forma espeluznante: 5 mil 400 por ciento.
Lo mismo sucedió con otros alimentos: de 1990 a 2010, la importación de carne en canal de bovino subió casi 300 por ciento y más de mil por ciento la de aves. En 2010, comparado con 2009, México compró cinco veces más carne respecto de la que exportó; seis tantos de leche, lácteos, huevo y miel; 12 veces de cereales; 3.6 veces de productos de molinería; 30 veces de semillas, frutos oleaginosos y frutos diversos; nueve veces de grasas animales o vegetales, y tres veces de preparaciones de carne y animales acuáticos, y contando. De acuerdo con la información disponible, desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (primero de enero de 1994) al cierre del sexenio peñaniestista, la nación importó alimentos por alrededor de 300 mil millones de dólares, 80 por ciento de los cuales terminaron en las alforjas de los subsidiados productores estadunidenses, mientras se hundía el de por sí famélico campo mexicano.
He ahí el resultado de la “buena idea” de los tecnócratas de importar todo, masacrando la producción interna, el verdadero alcance de México como “potencia agroexportadora” (EPN dixit) y el balance de esta República Maquiladora producto del neoliberalismo, porque la creciente dependencia externa no se limita a los alimentos, sino a prácticamente todo, de la A a la Z.
De ahí la relevancia que tiene el programa que ha puesto en marcha el presidente Andrés Manuel López Obrador, de “impulsar la actividad productiva del campo; es urgente y muy necesario, porque se está presentando un fenómeno de inflación, de carestía, están subiendo los precios de los alimentos y tenemos –entre todos, todas y desde abajo– que hacerle frente a este desafío, a este reto, y lo mejor es la producción. Las naciones no salen adelante si no producen, ahí está la clave de todo. Si no generamos lo que consumimos, siempre vamos a depender del extranjero”.
Las rebanadas del pastel
Bien lo apunta el presidente cubano Miguel Díaz-Canel: “Mejor que ser reo de la política de odio, (el gobierno de) Estados Unidos debería escuchar a los no pocos que, en América Latina, lo convocan a ser sede de una cumbre inclusiva” (la de las Américas).