Cuando un banco central sube o baja la tasa de interés se trata de una operación que transcurre en el mercado de dinero, de una manera tal que abarate o encarezca respectivamente el costo del crédito. Esta operación altera los flujos de dinero, la rentabilidad asociada con sus usos, modifica la estructura del endeudamiento, repercute de manera desigual entre los agentes económicos y consume tiempo.
La tasa de interés es para la autoridad monetaria el instrumento clave para atajar las presiones inflacionarias. Así, la Junta de Gobierno del Banco de México aumentó, de nuevo hace apenas unos días, en medio por ciento el “objetivo para la tasa de interés interbancaria a un día para llevarla hasta 7 por ciento”.
La inflación, es decir, la tasa de crecimiento del índice de los precios, ha aumentado de modo rápido y se mantiene en un nivel alto; además de que se prevé que continúe así por el resto del año y parte de 2023.
Un mayor costo del crédito, supondría la inhibición de su uso y el freno de la demanda, aliviando la presión sobre el precio de las mercancías, los servicios y el trabajo. La actividad económica se frenaría en un escenario que es ya de estancamiento y con un gasto en inversión productiva muy bajo.
Mover la tasa de interés de referencia no representa un mecanismo automático, o bien, alguna especie de orden o decreto en el ámbito monetario y que se impone sobre el mercado por la autoridad monetaria.
Entre la decisión que toma el banco central y lo que pasa con el dinero y el crédito en el mercado ocurre un amplio conjunto de transacciones en las que participan distintas instituciones y diversos tipos de operadores que son los que “hacen” los mercados. Esto involucra a bancos, otros intermediarios, grandes inversionistas, fondos institucionales, empresas, “ dealers”, “ brokers”. Afecta a los contratos de deuda y abarca diversos movimientos de precios y plazos distintos y, también, el uso de la moneda nacional y de otras divisas.
Esta cuestión es descrita por Perry Mehrling, quien propone lo que denomina como la “visión del dinero”, en contraposición con las formas más convencionales con las que se trata al dinero y se concibe la ejecución de la política monetaria en la teoría económica.
Parte de su argumento es que en los mercados de dinero hay una constante necesidad de aplicar medidas de asociadas con la liquidez, de una parte y, de otra, con la disciplina. El banco central juega un papel clave en la imposición de tales escenarios en los que despliega o contrae la liquidez en el sistema económico y aplica medidas de disciplina para contener expansiones que tienden a acrecentar la especulación y provocar las crisis. El banco central cumple un papel central, ya que su pasivo es la moneda nacional, el nivel superior de la jerarquía del dinero, según Mehrling.
La gestión implementada por la Reserva Federal tras la crisis de 2007-2008 significó un enorme aumento de la liquidez que se asentó de modo global. La economía operó con tasas de interés prácticamente de cero durante 15 años. Modificó sensiblemente las condiciones en los mercados de dinero, de capitales y los precios de los activos en general.
El tiempo de la liquidez extrema llega ahora a su fin y da paso a la disciplina, con el inicio del alza de las tasas de interés. En el entorno económico y financiero actual se pretende con eso contener las expectativas inflacionarias, pero en una situación en las que están asentadas y por un tiempo más bien largo.
La inflación, hoy, está configurada en buena medida por las secuelas de la pandemia y las presiones originadas en la guerra en Europa. Hay cuestiones asociadas con las cadenas de abasto que producen un severo efecto negativo en los mercados de bienes intermedios y finales. Los costos van al alza y se transmiten a lo largo de los mercados.
También se incluyen las condiciones en las que se trata de “normalizar” la política monetaria con tasas positivas de interés y la aplicación la política a de “objetivos de inflación” de los bancos centrales.
De alguna manera, las medidas de elevar las tasas de interés podrían representar una vuelta más a la tuerca de la preponderancia de los intereses financieros en la economía.
Una recreación de algún tipo de estabilidad podría provocar nuevas formas de inestabilidad y especulación. El consenso monetario indica que la inversión se relaciona de modo inverso con los cambios en la tasa de interés, lo que significa que a mayores tasas menor nivel de actividad económica. Esta fórmula puede estar hoy en entredicho.
La sicología inflacionaria hace por lo pronto complicada la transitoriedad de la inflación. Este es el debate sobre las posibilidades de un llamado “aterrizaje suave” de la economía, una situación en la que las medidas monetarias no provoquen una recesión severa.
La forma en la que estas condiciones de plasmarán en la economía mexicana se vincularán con el escenario de estancamiento productivo, la holgura definida por un bajo nivel de utilización de los recursos productivos que persiste desde 2019, ahora agravado por la inflación.