Para el artista estadunidense, naturalizado mexicano, Barry Wolfryd (Los Ángeles, 1952), escalar un muro de ladrillos sin saber qué hay al otro lado sería un reto más fácil y menos complicado que tratar de explicar el trabajo de un pintor que, en el mejor de los casos, es una empresa enmarañada.
En ese sentido, Barry Wolfryd: Semiverdades, libro bilingüe (español/inglés) de reciente edición, es algo más que “otro apéndice visual de un artista que explora página tras página su obra. Su propósito, pues, es encontrar un camino a través de algunos de los fragmentos que construyen la vida y conforman un todo.Mi deseo es guiar al lector a través de una serie de comentarios que cuentan la historia de un baile incó-modo, que configura un rompecabezas con algún propósito y relevancia”, expresa en el prefacio.
Para María Campitelli, autora del texto principal Más allá de la apariencia del ícono, la paradoja es que las composiciones de Wolfryd empujan su obra en una constante tensión irreal, nada fácil de descifrar en el primer momento, creando así una misteriosa aura inquietante, aparentemente ilógica. “Hay un contraste entre la aparente claridad de la imagen, bien definida en su ilustración, reconocible, a menudo popular, y la compleja conceptualidad que subyace en ella, la ironía, la denuncia, la alerta hacia un mundo, una sociedad cada vez más decadente, peligrosa y violenta.
“Mi obra es un discurso sobre nuestra humanidad, tanto en la parte social, como la económica, la justicia, incluso, la guerra y el aspecto de las subculturas que son peligrosas y subversivas, sin olvidar la corrupción, la indiferencia y la intolerancia. Hay mucha crítica y protesta, aunque en una forma alivianada, a la manera de un buen chiste, que nos permiten sobrellevar una realidad cruda como el abandono o la muerte”, sostiene Wolfryd en entrevista.
Aunque se considera pintor profesional desde 1993 –sus andanzas en el arte se remontan a los años 70 del siglo pasado–, el libro reproduce la obra realizada a partir de finales de los 90, momento en que experimentó un giro, ya que empezó a trabajar con elementos iconográficos y simbólicos. Hasta entonces, su obra había sido de trazos grandes, sueltos, que deformaban la figura. Ahora, empezó a “apretar” sus trazos con el fin de “focalizar más”.
El cambio en su forma de pintar nació, en gran medida, de ver los juguetes tanto artesanales como de plástico de su hijo Marek, entonces de siete años, tirados en el piso. Ese “encuentro cultural” a partir de instrumentos lúdicos lo llevó a iniciar una búsqueda de su propio alfabeto pictórico por medio de elementos cotidianos que, a su vez, pueden encerrar otras lecturas.
Actualmente, Wolfryd realiza una estancia en Europa, que incluye la presentación del libro en Madrid y una plática en la Academia de Bellas Artes de la Universidad de Zagreb, en Croacia. El 6 de junio empezará a producir obra en vidrio en el estudio Berengo, en Murano, Italia, para una próxima exposición individual en el Museo Arocena, en Torreón, Coahuila. El 10 de junio participará en la muestra colectiva Anthropos e Kainos, en la TAG Tevere Art Gallery, en Roma. Para mediados de junio prevé realizar una residencia en el sur de Alemania, en Schloss Mühlberg/Elbe, invitado por parte de los proyectos artísticos de NOOX y Superficie.