Desde hace 13 años, cada 10 de mayo, las mujeres familiares de personas desaparecidas se reúnen en el Monumento a la Madre y marchan por el Centro Histórico de la Ciudad de México, y por las calles de las principales urbes del país, recordando a los mexicanos que nos faltan 100 mil personas, que son hijos e hijas de alguien que este día no podrá celebrar el Día de la Madre. En sus consignas, carteles y discursos estas mujeres no sólo demandan la aparición de su ser querido, sino que exigen justicia y alto a la impunidad ante las múltiples violencias para todos.
Algunas feministas, hablando desde las experiencias del Cono Sur, han planteado que el movimiento de madres de desaparecidos reprodujo un discurso tradicional en torno a la “figura de la madre”, reforzando “ideologías familistas”. Desde la realidad mexicana lo que he atestiguado es una resignificación de la maternidad, ellas ejercen un maternaje de cuidado y amor hacia todos los cuerpos que encuentran en las fosas clandestinas. Se han convertido en las madres de todos los desaparecidos, los buscan en vida recorriendo territorios peligrosos, pero también los buscan con picos y palas en las orillas de los ríos, en los terrenos baldíos, paralelamente supervisan y demandan que los cuerpos de aquellos hombres y mujeres no reconocidos que están bajo custodia del Estado, sean tratados con dignidad e identificados para poder regresar a casa, donde seguramente alguien les espera.
Este año el Colectivo Regresando a Casa Morelos, decidió conmemorar el Día de la Madre con una Exposición fotográfica-poética ¡hasta encontrarles!: imágenes y textos de búsquedas y resistencias (https://www.facebook.com/regresandoacasamorelos) en la que plasman en sus textos poéticos reflexiones sobre duelos y esperanzas, y sobre las nuevas comunidades sororales que están construyendo. Estos textos confrontan el “familismo tradicional” al describir a una nueva familia de búsqueda, cuyos vínculos van más allá de la sangre. Esperanza Sánchez, quien busca a su hijo Emilio Ignacio Zavala, describe estos nuevos vínculos familiares en uno de sus escritos: “Me siento en un espacio de comprensión y fortaleza mutua, he aprendido y comprendido que nunca estaré sola, que siempre mis compañeras están ahí cuando las necesito, que siempre habrá una palabra de aliento y un abrazo sanador, han traído esperanza, fortaleza y lucha a mi vida… Me siento orgullosa de que nosotras formamos una familia y compartimos el mismo interés. ¡Justica, verdad, hasta encontrarles!”
Sus formas de hacer política no corresponden a los viejos estilos de la izquierda patriarcal (que muchas veces se niega a reconocer la importancia de sus luchas), pues han apostado por el cuidado de la vida desde lo cotidiano. A través de talleres, marchas, encuentros ecuménicos, brigadas nacionales, están construyendo comunidades solidarias desde una cultura de paz, que no siempre pasa por dialogar o esperar respuestas del Estado. Como movimiento han empujado para que haya leyes que las protejan y protejan a sus hijos e hijas, como la Ley de Víctimas y la Ley de Desaparición Forzada y por Particulares, pero no se han sentado a esperar que las instituciones solucionen sus problemas. Están moviendo conciencias, evidenciando complicidades y múltiples violencias. Podemos hacer oídos sordos a sus denuncias, pero sus voces ya han hecho “retumbar en sus centros la tierra, al sororo rugir del amor”.