En el toro de lidia su bravura no divierte, emociona, al grado de guardar silencio cuantos miran.
Tan mal acostumbrados están los toreros mexicanos que figuran –porque las empresas los complacen– al toro de la ilusión, al anovillado pasador sin fondo, al de entra y sal para torear de salón, que cuando por fin aparece el toro con edad y trapío, exigente de bastante más que poses y pases “bonitos”, se desconciertan, sean matadores, banderilleros o picadores, como ocurrió el domingo en otra desairada tarde en la Plaza México.
En la segunda corrida de la llamada Temporada de Primavera, con más claros que asistentes, enfrentaron un bien presentado encierro de Santa Fe del Campo, con edad y trapío, encastado y exigente, los diestros José Mauricio, Luis David Adame, que sustituía al español Emilio de Justo, convaleciente del grave percance en la Plaza de Las Ventas, y la joven promesa mexicana Diego San Román.
Con el mejor lote, el triunfador resultó Luis David, que a su primero, Viñador, tras el puyazo lo quitó por zapopinas eléctricas. Luego los banderilleros Rafael Romero y Ángel González protagonizarían un emocionante segundo tercio, precisamente por la fuerte embestida del burel y la precisión de los subalternos. Este Adame lo fue metiendo en el engaño con base en aguante y buenos procedimientos, hasta ligar varias tandas con la diestra. No obstante dejar una estocada entera, tendida y trasera y escuchar un aviso, a petición popular el juez Gilberto Ruiz Torres otorgó una oreja.
Se superó con su segundo, Perseverante, que puso en aprietos a picadores y subalternos. Quitó por caleserinas apresuradas y realizó una faena empeñosa ante un toro de extraordinaria condición, bravo y claro, que exigió mando y temple. Colocó una estocada en lo alto que hizo rodar sin puntilla, y tras la generosidad inicial ahora recibió dos orejas y el astado el homenaje del arrastre lento.
Bien anduvo Diego San Román con su primero, Paliacate, que provocó un tumbo. Inició su labor con espléndidos pases por alto, sin dudar ni moverse, rematados con uno de pecho largo y templado. Luego vinieron muletazos por ambos lados con determinación y sello, más tres desarmes. Dejó un estoconazo que hizo rodar sin puntilla y no obstante la mayoritaria petición, ahora el juez se hizo el exigente negándole a Diego una merecida oreja. ¿Por qué dadivoso con uno y tacaño con otro? El público, frustrado, lo sacó al tercio porque ya se le olvidó pedir la vuelta al ruedo. Con quietud y cabeza metió en la muleta a su segundo. Mató de entera en lo alto.
Lo mejor de José Mauricio, primer espada, fue un vistoso quite a su segundo por “moretinas”, suerte de su creación, atendiendo a su apellido Moret. A su primero lo mató de tres pinchazos y media, y a su segundo, con transmisión y clase, le ligó soberbios derechazos y naturales, malogrados con una estocada demasiado trasera.